Queremos sepultar en el olvido los días de reclusión y muerte asociados a la pandemia. Hemos abrazado con tanta fuerza la vieja normalidad, que el temor a que los políticos diseñaran para nosotros una normalidad nueva hace que no queramos volver a ese pasado. Pero el pasado es muy puñetero, porque es una permanente amenaza futura. De modo que tenemos que afrontarlo con valentía, con la valentía que no tuvimos cuando nos dejamos recluir como corderitos acorralados por lobos.

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El Institute of Economic Affairs, con la Universidad de Buckingham, la Universidad de las Hespérides y la Universidad Francisco Marroquín, publican con regularidad la revista Economic Affairs. El último número, publicado el pasado mes, incluye un artículo académico titulado The Covid-19 lesson from Sweden: Don’t lock down. Adelanta antes de que veamos la firma cuál es la principal conclusión del mismo.

Uno de los automatismos de la política es el prejuicio de que los gobernantes tienen que “hacer algo” ante cualquier situación de crisis. Y “hacer algo” acaba siendo “hacer cualquier cosa”

Los dos autores son suecos, economistas ambos, entrenados en el manejo estadístico. Uno de ellos está especializado en los efectos de las crisis económicas en la economía (Fredrik N. G. Andersson), y el otro, también macroeconomista, está especializado en el ámbito financiero (Lars Jonung). Ambos son profesores de la Universidad de Lund (Suecia).

La cuestión que se plantean, nos lo dice el título, es la de los confinamientos. El tráfago normal de actividades económicas y sociales, ese entrelazado de acciones en apariencia caóticas, pero que se realiza con orden, es lo que nos permite vivir. Lo que permite la producción y distribución de bienes, lo que nos acerca a cumplir nuestros propósitos, de los más mundanos a los más elevados. Los confinamientos interrumpieron todo ello. Nos sacaron de las calles, cerraron los negocios, rompieron las cadenas de valor. La producción se entorpeció allí donde no se detuvo. Sólo algunas actividades, vinculadas a internet, suplieron en el espacio virtual una parte mínima de lo que no podíamos hacer en el físico.

A base de cercenar la creación de riqueza, nos empobrecimos. Pero era por un bien mayor. Con el argumento de que en el medievo se aislaban ciudades enteras, con el apoyo de una mezcla entre dictámenes de expertos que nunca existieron, y apelando al sentido común, los gobiernos nos dijeron que los confinamientos nos salvaban la vida. El sentido común es el alimento de los periodistas, de los intelectuales de medio pelo, y de los políticos. El método del “tú ya me entiendes” puede facilitar un público que sí, le entiende, pero que queda al margen de los sutiles y complejos procesos sociales, que son los que cuentan.

No voy a pedir perdón por citarme. Lo haré más de una vez. La primera se refiere a un artículo que escribí en marzo de 2020. Entonces dije que los confinamientos detendrían la producción de riqueza, y que el desplome en la corriente de la producción crearía situaciones en las que medraría la muerte. Además, la atención extraordinaria a esta enfermedad disparó la mortalidad en otras que quedaron desatendidas. Recuerdo que hablaba con médicos que me decían que las estadísticas de ictus y ataques al corazón se habían desplomado. La gente moría en sus casas.

¿Qué observan Andersson y Jonung? Toman como baremo un índice que calibra los distintos confinamientos en función de su dureza, que va de los 0 puntos (ninguna restricción) a los 100 (un control total). Así pueden calibrar los efectos del control del movimiento sobre el exceso de mortalidad y el desempeño económico. Sice el artículo: “En lugar de basarse en medidas obligatorias, una parte significativa de la respuesta política sueca a Covid-19 se basó en el asesoramiento del gobierno y en medidas voluntarias encaminadas al distanciamiento social. Se permitió que las escuelas primarias, las tiendas y los restaurantes siguieran funcionando, aunque con algunas modestas normas de distanciamiento social. Los ciudadanos eran libres de viajar tanto dentro de Suecia como al extranjero, un derecho garantizado por la Constitución sueca”.

Por supuesto que lo relevante es la mortalidad en general, no sólo la que está causada específicamente por el Covid. Una medida que, además, “no se ve afectada por la capacidad de análisis de un país ni por la voluntad de la población de someterse a pruebas para detectar una posible infección por Covid-19”. Para que los resultados sean comparables y significativos, se han limitado a estudiar los datos de la OCDE, cuyos miembros tienen sistemas sanitarios avanzados.

Basándose en los datos recogidos por la Oficina de Estadísticas Nacionales del gobierno británico, los autores pueden comparar las distintas tasas de mortalidad. Durante la primavera de 2020, se observó un importante aumento en la mortalidad en Suecia. El modelo sueco, dijeron todos, ha fracasado. Pero los estudios posteriores restan significación a ese temporal aumento, porque “el exceso de mortalidad inicial registrado en Suecia se produjo principalmente en las provincias que disfrutaban de vacaciones de invierno durante la novena semana de 2020. Debido a estas vacaciones, algunos suecos visitaron los Alpes, donde estuvieron expuestos al coronavirus. En otras provincias, el exceso de mortalidad fue menor y siguió en gran medida el patrón de los demás países nórdicos”.

Visto con perspectiva, sin embargo, el resultado es inequívoco: “Hacia finales de 2022 Suecia y los demás países nórdicos registraron un exceso de mortalidad negativo. En el periodo 2020-22 murieron menos personas que en el periodo de referencia, a pesar de que los países nórdicos adoptaron menos medidas de bloqueo que otros países europeos”. Yo añadiría que no es a pesar de las medidas de control, sino precisamente por ellas. “Suecia, que en marzo de 2020 se retrasó con respecto a otros países en la introducción de medidas de bloqueo y después tuvo en gran medida una tasa de bloqueo media, presenta una de las tasas de exceso de mortalidad acumulada más bajas hacia el final de la pandemia”, añaden.

Con una mirada más dinámica, Andersson realizó un estudio en 2022 sobre los países europeos, y observó que los gobiernos continentales “impusieron restricciones adicionales cuando aumentó la propagación del virus. Sin embargo, estas medidas tuvieron escasa repercusión en el exceso de mortalidad”.

Por lo que se refiere a los efectos económicos, y como no puede ser de otro modo, “los países con un índice de bloqueo más alto mostraron un crecimiento económico más pobre. En los casos en que la tasa del indicador de bloqueo fue superior a 50, el crecimiento económico fue incluso negativo durante el periodo pandémico”. Saludos desde España. También hay una relación positiva entre las medidas más restrictivas y las respuestas fiscales y monetarias. Tiene lógica, porque las primeras causan un frenazo, y éste motiva las últimas.

La principal conclusión de los autores es que “la política sueca frente a la pandemia destaca por su éxito en dos aspectos. En primer lugar, la tasa de bloqueo fue modesta y, en segundo lugar, la respuesta fiscal fue comedida. Al ser menos restrictiva que otros países, Suecia pudo combinar un bajo exceso de mortalidad acumulada con unas pérdidas relativamente pequeñas en el crecimiento económico y unas finanzas públicas sólidas y continuadas”.

El artículo no deja de señalar que los gobiernos mantuvieron los confinamientos, con grave abuso de los derechos individuales, en ocasiones hasta durante dos años. Y ello a pesar de que los datos empezaban a indicar que, en el mejor de los casos, no mejoraban la situación epidémica. Uno de los automatismos de la política es el prejuicio de que los gobernantes tienen que “hacer algo” ante cualquier situación de crisis. Y “hacer algo” acaba siendo “hacer cualquier cosa”, o adoptar cualquier medida que sea una merma para nuestra libertad y una ganancia para el poder. Si vuelven a encerrarnos, será en contra de todo lo que sabemos sobre los efectos que tienen los confinamientos.

Foto: Parastoo Maleki.

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