Las pancartas pro Palestina que recorren las calles de Occidente pueden parecer fruto de la indignación espontánea. Y tal vez así sea en parte. Pero la proverbial sincronía de sus lemas, la profesionalización de sus ubicuos activistas y, sobre todo, la extraña coincidencia de que se produzcan con mayor virulencia en los países más beligerantes con Rusia, parece remitirnos a un manual bastante añejo. Un guion escrito en Moscú en pleno auge de la Guerra Fría, pero adaptado a los tiempos actuales.

Publicidad

Nada nuevo bajo el sol. Medio siglo antes, la URSS había entrenado a facciones palestinas responsables de secuestros de aviones y financiado a grupos terroristas europeos. De esto las nuevas generaciones no tienen noticia, y los que tenemos más edad lo recordamos como un mal sueño setentero. Sin embargo, se trata de una “tradición” que viene de lejos. Mucho antes, el Komintern ya elaboraba manuales de agitación que bien podrían pasar hoy por guías subversivas para tuiteros militantes.

La exportación de la agitación… y la violencia

El Komintern, fundado en 1919, tenía como misión declarada la exportación de la revolución al resto del mundo. Sus agentes reclutaban a intelectuales y famosos, financiaban huelgas, infiltraban sindicatos y organizaban sabotajes industriales en los países capitalistas. En 1927, por ejemplo, la policía francesa descubrió que varios agitadores en los puertos de Marsella recibían instrucciones y dinero directamente de Moscú¹. Y en Reino Unido, las huelgas mineras de los años veinte también contaron con el estímulo económico y logístico del aparato soviético².

El Komintern no se limitaba a repartir folletos. Elaboraba manuales para la subversión en los que se explicaba cómo aprovechar el descontento laboral, cómo organizar marchas y cómo convertir la represión policial en un victimismo que sirviera como arma propagandística. Hoy, al revisarlos, resulta sorprendente hasta qué punto se asemejan a determinadas dinámicas muy presentes en las revueltas actuales: viralización de eslóganes, repetición obsesiva de consignas, victimización para captar simpatías.

Sin embargo, fue a partir de los años 70 que esta estrategia soviética dio un salto cualitativo. La inteligencia rusa llegó a la conclusión de que el terrorismo podía convertirse en un instrumento de desestabilización mucho más eficaz que cualquier manifestación o actividad meramente subversiva. Fue la KGB, junto con servicios colaboracionistas como la Stasi de Alemania Oriental, la que transformó sistemáticamente a grupos terroristas dispersos, mal instruidos y peor financiados, en un ejército encubierto bien engrasado: un ecosistema global de violencia al servicio de los intereses soviéticos.

En esta nueva estrategia de coordinación y financiamiento del terror, el caso palestino fue un exponente paradigmático. El Frente Popular para la Liberación de Palestina, dirigido entonces por George Habash, llevó a cabo los célebres secuestros de aviones de los años 70. Aquellas operaciones, que conmocionaron a la opinión pública internacional, no hubieran sido posibles sin el entrenamiento recibido en la Unión Soviética y en campos de la RDA³. También emergió la cinematográfica figura de Ilich Ramírez Sánchez, alias “Carlos el Chacal”. Un venezolano convertido en icono del terrorismo internacional, que gozó de la cobertura de los servicios soviéticos a través de Siria⁴.

En Europa Occidental, la Rote Armee Fraktion (RAF) alemana y las Brigadas Rojas italianas mantuvieron estrechos vínculos con la Stasi, que les proporcionó documentación falsa, dinero y refugio. Tras la caída del Muro de Berlín, los archivos desclasificados confirmaron lo que durante décadas había sido una insistente sospecha: Berlín Este era la retaguardia logística de la violencia terrorista en Europa⁵. En España, también ETA encontró hospitalidad y patrocinio en Cuba y Argelia, con la connivencia soviética. En Irlanda, el IRA recibió armas a través de Libia, otro aliado estratégico de Moscú⁶.

La periodista Claire Sterling lo documentó con crudeza en The Terror Network (1981): Moscú había tejido una “internacional del terrorismo” que golpeaba la seguridad interna de las democracias, mientras la propaganda soviética, con su proverbial cinismo, mantenía la ficción de que aquellos grupos eran movimientos espontáneos de liberación de sociedades oprimidas por el capitalismo y la engañosa democracia⁷.

La “guerra cultural” de la URSS

Esta guerra encubierta no se limitó a la violencia. Moscú ideó y desplegó también un “frente cultural”. En los años 80, el movimiento pacifista europeo movilizó a cientos de miles de personas contra la instalación de misiles Pershing y Cruise en Alemania, Reino Unido y Bélgica. Aquellas manifestaciones, aparentemente espontáneas, sirvieron en realidad a un fin en absoluto pacifista: desestabilizar a países miembros de la OTAN en un momento crítico de la Guerra Fría.

Décadas más tarde se pudo comprobar que la URSS había inyectado dinero, apoyo logístico y propaganda para exacerbar la marea pacifista⁸. El mensaje era siempre el mismo: el bloque occidental es belicista, hipócrita y enemigo de la paz. Esta estrategia paralela permitió a Moscú desgastar a su adversario sin disparar un tiro.

Hoy los métodos no han cambiado, se han perfeccionado y adaptado a las nuevas tecnologías. Ya no hacen falta comandos armados, aunque ese recurso sigue estando presente en varios lugares del mundo. El campo de batalla se ha extendido a las redes sociales, donde operan ejércitos de bots, activistas profesionales e influencers a sueldo dedicados a confundir a miles de personas con idénticos lemas y relatos. El agitprop se ha incrustado en los ecosistemas digitales, donde la trazabilidad se vuelve extremadamente complicada. Allí las consignas y relatos prefabricados viajan a la velocidad de la luz, amplificados por algoritmos que incentivan contenidos cuyo leitmotiv es la indignación y el amarillismo.

El resultado los tenemos a la vista: protestas simultáneas en campus estadounidenses y europeos, acampadas y algaradas con idénticas consignas en numerosas ciudades y una sincronización demasiado perfecta como para ser fruto de la casualidad. Es el viejo manual soviético puesto al día con las herramientas ideadas en Silicon Valley.

El eje Moscú–Teherán

Hay quienes afirman que la Guerra Fría es cosa del pasado. No está nada claro que esa afirmación sea acertada. Los dos bloques de antaño, en esencia, siguen existiendo; y la dinámica de su enfrentamiento es prácticamente la misma. Si acaso, la diferencia la encontramos en lado occidental, bastante más desunido y desmoralizado que 40 años atrás. En cambio, el bloque totalitario ha mantenido intacto el mismo interés compartido, aunque algunos actores menores hayan cambiado: imponerse a Occidente. En este sutil cambio de actores se inserta la estrecha relación entre Rusia e Irán. Hoy, Teherán suministra drones a Moscú para la guerra de Ucrania, mientras que Rusia apoya al régimen iraní en el terreno diplomático y tecnológico⁹. En Europa, las movilizaciones pro Palestina son un elemento estratégico: distraen la atención pública, polarizan a las sociedades y refuerzan, aunque sea indirectamente, a los regímenes totalitarios unidos en su aversión a Occidente.

Sin embargo, la paradoja la tenemos en casa: la izquierda europea que se considera progresista muestra simpatía hacia regímenes profundamente reaccionarios. Bajo la vieja coartada del antiimperialismo, se termina blanqueando a organizaciones terroristas como Hamás o estados teocráticos o totalitarios como Irán y Venezuela. Exactamente igual que en los años 70, cualquier enemigo de Estados Unidos, de Israel, o de Occidente en general, se convierte automáticamente en aliado.

Las sombras rusas sobre el procés catalán

Este patrón tampoco se limita a Oriente Medio. En el otoño de 2017, en plena escalada separatista catalana, emisarios que decían hablar en nombre de Moscú ofrecieron a Carles Puigdemont algo tan audaz como peligroso: diez mil soldados rusos y una cantidad enorme de dinero para apuntalar la independencia, quebrar por la base a España y desestabilizar a Europa¹⁰.

El encuentro terminó sin acuerdo, pero no por falta de interés sino por la cobardía de los líderes secesionistas. Si aceptaban el apoyo ruso y el golpe salía mal, las consecuencias para ellos serían devastadoras. No se enfrentarían sólo a los tribunales españoles; también a las acciones punitivas de las naciones europeas y de la UE. Esta renuncia de última hora, sin embargo, no evitó que las huellas de la traición permanecieran imborrables. Víctor Terradellas, asesor de Puigdemont, viajó a Moscú en varias ocasiones antes del referéndum, buscando apoyos mediáticos y logísticos¹¹. Analistas internacionales denunciaron la proliferación de contenidos en medios rusos que amplificaban y favorecían el mensaje independentista¹². Incluso un juez llegó a afirmar en un auto que “la interferencia rusa como estrategia geopolítica fue un hecho en el otoño de 2017”¹³.

Aunque en 2025 el Tribunal Supremo archivó la causa abierta contra Puigdemont por presunta alta traición, la sospecha quedó en el aire, flotando pesadamente: Moscú había tanteado la posibilidad de abrir un frente interno en un país europeo clave, debilitando no sólo a España sino a toda Europa.

El viejo manual soviético adaptado al presente

El patrón del agitprop es tan viejo y eficaz como claro. Se sigue aplicando aprovechando cualquier causa, cualquier resquicio, cualquier grieta. Este es el caso de la agitación sincronizada pro Palestina que recorre buena parte de Europa, Canadá, Australia y los Estados Unidos; es decir, Occidente. Para nuestros enemigos y sus aliados sobre el terreno, no se trata de liberar Palestina, ni de salvar vidas, ni de defender la autodeterminación o la libertad de los pueblos. El objetivo encubierto es golpear a las democracias occidentales en su flanco más débil: la legitimidad moral. Si en los años 80 las campañas “No a la OTAN” favorecieron a la URSS, hoy las algaradas y manifestaciones pro Palestina, o los coqueteos con el separatismo catalán, favorecen a las dictaduras antioccidentales.

Rusia ha identificado en la causa Palestina una herramienta estratégica para desestabilizar Europa, explotando las tensiones sociales y políticas que el conflicto Israel-Hamás genera en el continente. Desde octubre de 2023, el Kremlin ha intensificado su ofensiva propagandística en favor de las narrativas antiisraelíes como parte de una amplia estrategia para desestabilizar a Europa y desviar la atención de su guerra en Ucrania. La intención es clara: amplificar las divisiones internas, socavar la legitimidad moral de las democracias y debilitar el apoyo a aliados clave como Israel y Ucrania.

Ni Rusia ni sus aliados, tanto externos como internos, buscan resolver el conflicto palestino, sino utilizarlo como combustible para inflamar la polarización, alimentar protestas y deslegitimar gobiernos. La acción rusa se centra en campañas de desinformación y agitprop, mediante operaciones como Doppelganger, vinculada al GRU, que difunde propaganda antiisraelí en redes sociales y sitios web falsos que adoptan la forma de medios europeos para engañar y confundir a los lectores .

En 2023-2024, estas operaciones, que generaron millones de interacciones en plataformas como X y Telegram, lograron proyectar el hashtag #GazaGenocide de las redes a las calles, convirtiéndolo en el eje de comunicación principal de activistas, islamistas e izquierdistas. Y equipararon el apoyo europeo a Israel con un viejo y conocido concepto soviético: la “hipocresía imperialista”. La debilidad de gobernantes europeos, como Macron o Starmer, han hecho el resto.

El International Centre for Counter-Terrorism (ICCT) y el Departamento de Estado de EE.UU. estiman que Rusia ha dedicado 200 millones de dólares a esta estrategia de influencia global, con especial énfasis en Europa. Ese dinero se canaliza a través de agencias como la Social Design Agency (SDA), sancionada en 2024, y redes de bots dedicadas a calentar las protestas en ciudades como Berlín, París y Londres. Después, Rusia utiliza el descontento social que ella misma ha contribuido a generar para presentar a Occidente como moralmente inconsistente, provocando el caos en su propio beneficio.

Yuri Bezmenov, el desertor del KGB, lo explicó con claridad: “La desmoralización es un proceso irreversible. No importa si los hechos contradicen la percepción: mientras la mente esté programada, la verdad no importa”¹⁴. Su advertencia, pronunciada hace más de 40 años, se adapta como un guante a la era de las redes sociales y los videoclips sensacionalistas administrados como píldoras adictivas.

Las pancartas y los eslóganes que hoy proliferan en numerosas capitales occidentales pueden parecer novedosos, pero en realidad son un recopilatorio de viejos éxitos. El conflicto palestino es real, y el independentismo catalán tiene una idiosincrasia propia, pero su explotación trasciende fronteras y ofrece oportunidades estratégicas a quienes llevan un siglo perfeccionando el arte de desestabilizar a las democracias desde dentro.

Referencias

  1. Figes, Orlando. La Revolución Rusa. Ed. Crítica, 1998.
  2. McDermott, Kevin. The Comintern: A History of International Communism from Lenin to Stalin. Palgrave, 1996.
  3. Andrew, Christopher y Vasili Mitrokhin. The Mitrokhin Archive. Penguin, 1999.
  4. Falk, Claude. Carlos the Jackal: The Biography. HarperCollins, 1993.
  5. Gieseke, Jens. The History of the Stasi. Berghahn, 2014.
  6. Moloney, Ed. A Secret History of the IRA. Penguin, 2007.
  7. Sterling, Claire. The Terror Network. Holt, Rinehart and Winston, 1981.
  8. Andrew, Christopher. The Sword and the Shield: The Mitrokhin Archive and the Secret History of the KGB. Basic Books, 1999.
  9. Katz, Mark N. Russia and Iran: Strategic Partners and Rivals. Routledge, 2022.
  10. Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP), “Russian Meddling in Catalonia: A Playbook in Destabilization”, 2020.
  11. El País, “El emisario ruso que ofreció apoyo a Puigdemont en 2017”, 2022.
  12. Parlamento Europeo, Resolución sobre injerencia extranjera y desinformación, 2020.
  13. AP News, “Spanish judge probes Russian role in Catalan independence bid”, 2020.
  14. EUvsDisinfo, “Operation Doppelganger: Pro-Kremlin Information Laundering”, 2023.
  15. International Centre for Counter-Terrorism (ICCT), “Russian Disinformation and the Gaza War Narratives”, 2024.
  16. U.S. Department of State, Global Engagement Center Report on Foreign Disinformation, 2024.
  17. Council of the European Union, “EU sanctions Russian disinformation actors including SDA”, 2024.
  18. Bezmenov, Yuri. Love Letter to America. 1984.

¿Por qué ser mecenas de Disidentia? 

En Disidentia, el mecenazgo tiene como finalidad hacer crecer este medio. El pequeño mecenas permite generar los contenidos en abierto de Disidentia.com (más de 2.000 hasta la fecha), que no encontrarás en ningún otro medio, y podcast exclusivos. En Disidentia queremos recuperar esa sociedad civil que los grupos de interés y los partidos han arrasado.

Ahora el mecenazgo de Disidentia es un 10% más económico al hacerlo anual.

Forma parte de nuestra comunidad. Con muy poco hacemos mucho. Muchas gracias.

Become a Patron!