El asesinato del periodista Jamal Kashoggi en el consulado saudí de Estambul ha puesto a los Gobiernos occidentales contra las cuerdas. El régimen lo ha reconocido aunque desviando la atención, tratando -infructuosamente, por cierto- de hacer creer que este desafortunado incidente nada tiene que ver con ellos, que estas cosas pasan en los interrogatorios y que es mejor dejar que corra el aire y el tiempo.

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Pero no, el primero no corre, el caso está golpeando de forma muy significativa la política estadounidense, que se encuentra en plena campaña electoral. Donald Trump, consumado maestro en manejar la agenda y los tiempos, ha quedado seriamente comprometido ya que su relación con el príncipe heredero es especialmente buena. El primer viaje oficial al extranjero de su mandato fue a Riyad allá por el mes de mayo de 2017.

Las razones por las que Trump se abrazó a los saudíes son evidentes: si se quiere castigar a Irán no hay más que acercarse a Arabia Saudí

Las razones por las que Trump se abrazó a los saudíes son evidentes para cualquiera que conozca las tensiones de aquella zona. Si se quiere castigar a Irán no hay más que acercarse a Arabia Saudí. Y viceversa. Trump llegó malquistado con los ayatolás y desde entonces la cosa ha ido a peor.

El amorío de Trump con los saudíes es una noviazgo de conveniencia no exento de riesgos. El régimen saudita es una implacable teocracia denunciada en incontables ocasiones por sus abusos y su atropello sistemático de los derechos humanos. El príncipe Mohamed Bin Salman quiere transmitir una imagen más amable y moderna, pero eso no le ha quitado de cometer los excesos habituales de la casa Saud.

No sólo la disidencia interna es implanteable, sino que se ha metido en una devastadora guerra en Yemen y ha llegado a secuestrar al primer ministro del Líbano, Saad Hariri, que fue detenido en Riyad contra su voluntad hace un año. La apertura es, como vemos, muy relativa y en nada cambia la naturaleza de un régimen opresivo y que subsiste por las grandes reservas de petróleo del país. Salman sabe jugar sus cartas, por eso ni Estados Unidos ni la Unión Europea le han echado cuentas por esto. Asumen que aquello es una dictadura y para todo lo demás miran hacia otro lado.

Los muertos yemeníes no son residentes en Estados Unidos ni escriben en el Washington Post. Eso y no otra cosa es lo que ha despertado la atención internacional sobre este asunto

Lo de Kashoggi es, sin embargo, algo diferente. Se ha dicho en los últimos días que se trata tan sólo de una vida frente a las miles que se pierden a diario en los bombardeos saudíes sobre Yemen. Es cierto, pero los muertos yemeníes no son residentes en Estados Unidos ni escriben en el Washington Post. Eso y no otra cosa es lo que ha despertado la atención internacional sobre este asunto. De no escribir en el Post nadie hablaría de él, pero lo hacía y eso lo cambia todo. En Occidente tendemos a mirarnos el ombligo y preocuparnos exclusivamente de lo que sucede en él. Kashoggi estaba en nuestro ombligo.

En este punto a Trump no le quedaba otra que dar una explicación. Y lo hizo, pero desganado. Vino a decir que Kashoggi no era un ciudadano estadounidense y que el incidente ocurrió en Turquía. Todo estrictamente cierto, pero no menos que el hecho de que el periodista fuese residente legal en los Estados Unidos o que sus hijos si tengan la ciudadanía. Dos motivos más que sobrados para que en plena campaña haya estallado un escándalo de grandes dimensiones del que el presidente no podrá zafarse sin magulladuras.

Las implicaciones del caso escalan de este modo al plano geopolítico. La pregunta, por lo tanto, sería saber si se verá obligada la Casa Blanca a alterar las relaciones con Arabia Saudí o, por el contrario nos encontramos ante la clásica hipocresía occidental, que con la boca dice una cosa mientras que con las manos hace la contraria.

Es una cuestión peliaguda porque desde que llegó al poder Trump ha hecho ver al mundo de manera un tanto explícita que las relaciones con Arabia Saudí son muy estrechas, que se trata del aliado natural en el mundo árabe y que nada hará que cambien. Su yerno, Jared Kushner, mantiene una relación personal muy cercana con el príncipe Bin Salman. La penosa historia de Kashoggi es un torpedo sobre uno de los pilares estratégicos de su administración.

Erdogan lleva una semana filtrando a la prensa internacional los detalles más escabrosos del asesinato

Han dejado un agujero abierto por el que se están colando los descontentos con el nuevo orden. Erdogan lleva una semana filtrando a la prensa internacional los detalles más escabrosos del asesinato con vista a poner a la opinión pública de su lado y en contra de los aliados de Arabia Saudí. El líder turco ha esperado pacientemente su oportunidad tras los desplantes del verano y este asunto se la ha servido en bandeja.

El mensaje todos lo han entendido y eso es lo que se está debatiendo ahora mismo. El régimen saudí goza de impunidad absoluta. Puede liquidar a un periodista incómodo en otro país, desmembrarlo y sacar de ahí sus restos en una maleta sin que nadie le importune. Puede también desatar el terror en Yemen sin que le digan nada, o poner en jaque al Gobierno libanés ocasionando una crisis política de primera magnitud.

Para un presidente como Donald Trump que dice tenerlo todo bajo control este es un episodio especialmente desagradable, más aún en estos momentos, con el precio del petróleo escalando y las relaciones con Irán completamente rotas. Sólo le queda esperar a que la tormenta amaine, que más pronto que tarde lo hará. Pero los muertos arrojados al mar siempre regresan a la orilla, por lo que es previsible que el fantasma de Kashoggi le persiga hasta el final del mandato y termine atándole de pies y manos en Oriente Medio.

Foto: The White House


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