Una de las últimas órdenes ejecutivas federales del presidente Trump ha consistido en prohibir la financiación de cursos impartidos en instituciones federales de los Estados Unidos relativas a la llamada Critical Race Theory. La mayoría de los medios de comunicación mundiales, en la línea de lo que suelen hacer cuando se trata de informar sobre medidas adoptadas por la administración Trump, han presentado la información de una manera tendenciosa. Según su sesgada interpretación el supremacismo blanco que representa la administración Trump ha suprimido los fondos necesarios para que los funcionarios de los Estados Unidos reciban formación sobre cómo combatir el racismo sistémico prevalente en la sociedad norteamericana y que convierte a los mal llamados afro-americanos en ciudadanos de segunda fila. Esta circunstancia junto a la manipulada información relativa al origen de los disturbios raciales promovidos por el movimiento BLM y los autodenominados Antifas busca erosionar aún más la figura de Trump ante la opinión pública para impedir a cualquier precio una reelección del mandatario norteamericano. El objetivo de este post es presentar qué es realmente la Critical Race Theory que se viene impartiendo en cursos en multitud de instituciones educativas superiores en los Estados Unidos, así como en grandes multinacionales como Google o Amazon y en la que están siendo también formados multitud de funcionarios de los Estados Unidos.

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Para que el lector hispano se haga una idea, la Critical Race Theory cumple ahora mismo una finalidad semejante a la de multitud de cursos sobre diversidad de género, feminismo e inclusividad que se están impartiendo en las administraciones públicas de buena parte de los países de habla hispana. Como bien pueden imaginarse la impartición de formación en la llamada Critical Race Theory se ha convertido en el negocio del siglo para buena parte de los lobbies que hacen del odio racial su modus vivendi. Un alto funcionario norteamericano con “formación” en Critical Race Theory, que estudia cuestiones relativas al privilegio racial blanco, medidas encaminadas a logar una mayor inclusividad racial o una historia manipulada de los Estados Unidos, puede llegar a cobrar más de 95.000 dólares anuales. Un  ejecutivo de multinacional especializado en la misma materia más de 145.000. Toda esta efervescencia racial ha motivado que las grandes universidades norteamericanas hayan encontrado un interesante nicho de mercado impartiendo cursos en los campus y online relativos a la Critical Race Theory por la que llegan a cobrar más de 3.000 dólares por curso.

El poder al que aspiran ahora movimientos como el BLM o los antifas es de carácter legal o institucional, pero la conquista de este poder ha venido precedida del ejercicio de lo que Foucault llamaba un poder disciplinario, un poder que en último término permite presentar la realidad social como un constructo manipulable

La Critical Race Theory nació en el seno de la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard a finales de los años 70 muy vinculada a la corriente crítica de la jurisprudencia antiformalista de los llamados critical legal studies que incorporaban elementos propios del marxismo occidental de Gramsci y Lukács, estudios psicoanalíticos y postestructuralismo francés. La principal innovación que presentaban era la de cuestionar la vieja pretensión del positivismo jurídico de presentar al derecho como un sistema doctrinal cerrado con respuestas racionales para cualquier posible controversia que surgiera en la sociedad o  que la aplicación del derecho obedeciera a un criterio racional y no meramente ideológico de carácter liberal y capitalista. Para los partidarios de los CLS (David Kennedy, Karl Cleare, Richard Abel…) la formación que se impartía en las facultades de Derecho norteamericanas estaba encaminada a formar exclusivamente abogados para las grandes corporaciones y funcionarios dóciles con la orientación capitalista del estado. También denunciaban el enfoque positivista en el estudio del derecho que se centraba exclusivamente en el derecho vigente sin tener presente consideraciones históricas o filosóficas críticas con respecto al origen injusto y sesgado de ciertas instituciones del llamado Common Law. Frente al llamado realismo jurídico que se centraba en el derecho creado por los operadores jurídicos en sus sentencias, los partidarios de los CLS abogaban por defender la enseñanza de otro derecho posible que tuviera presentes los intereses de las minorías, de las mujeres y de los oprimidos por el sistema. Según los defensores de este enfoque el edificio jurídico-institucional de los Estados Unidos se había creado sobre la base de la opresión y el ocultamiento de la cruel explotación de la minoría negra.

Aunque los liberales norteamericanos (progresistas en terminología europea) habían intentado cambiar algo las cosas desde los años 60 con la llamada lucha por los derechos civiles y con la implementación de las políticas de discriminación positiva, todavía las instituciones y el derecho de los Estados Unidos presentaban un sesgo racista. Incluso los propios ciudadanos eran portadores de actitudes, muchas veces no conscientes, que eran fruto de siglos de explotación sobre los negros. De esta manera defendían la existencia de un privilegio blanco, que no se reconocía expresamente ya en las leyes de los estados, al menos desde la abolición de las llamadas leyes segregacionistas propias de la era de la restauración (leyes de Jim Crow), pero que seguía siendo prevalente en la sociedad estadounidense.

La aparición formal de la Critical Race Theory se produce en la facultad de derecho de la universidad de Harvard a finales de los años 70 de la mano del magisterio del profesor de color Derrick Bell. A principios de los años 80 el profesor Bell dejó de ser decano de la facultad como protesta contra la falta de diversidad racial del claustro de profesores de la universidad lo que originó protestas por parte de buena parte de su alumnado cuando la facultad decidió suspender las clases que el profesor Bell había organizado y que tenían presente la perspectiva racial a la hora de estudiar el derecho vigente en los Estados Unidos. El profesor Bell había incorporado a sus clases los estudios críticos de filósofos afroamericanos como Angela Davis o Cornell West, así como aportes de la antropología simbólica, el psicoanálisis o el postestructuralismo de Derrida.

En 1989 se celebró en Wisconsin el congreso fundacional del movimiento con una crítica a algunos de los conceptos clásicos de la jurisprudencia como el de justicia, racionalidad o verdad que hasta ese momento se había presentado de una manera un tanto abstracta y descontextualizada sin tener presentes factores relativos a la diversidad racial del país. Hasta ese momento el derecho sólo había sido la expresión de los intereses de la minoría blanca culta y de clase alta, que no era representativa de la verdadera idiosincrasia de los Estados Unidos, un país multicultural y diverso. A partir de ese momento el movimiento floreció con una serie de representantes (Patricia Williams, Richard Delgado, Mari Matsuda…) hasta el punto de lograr infiltrarse en buena parte de las facultades de derecho del país e ir abriéndose un hueco en los planes de estudio que empezaron a incluir cursos relativos a la Critical Race Theroy en la que han sido formados buena parte de los dirigentes actuales del partido demócrata y notables personalidades del mundo de la economía en los Estados Unidos.

Una vez analizados los orígenes del movimiento es preciso analizar hasta qué punto dicho enfoque ha influido en la política norteamericana. Como expresaba con anterioridad, aunque el influjo de dicha Critical Race Theory se ha hecho sentir fundamentalmente en las facultades de derecho, no hay que obviar un hecho capital. Los estudios jurídicos en los Estados Unidos tienen el carácter de estudios de posgrado y gozan de un enorme prestigio social y económico. Multitud de estudiantes compiten año tras año para logar ser admitidos en algunas de las más prestigiosas escuelas jurídicas del país. Muchos de los estudiantes de la llamada jurisprudence no acaban ejerciendo el derecho pero culminan sus carreras profesionales en el mundo de la política, de la empresa o incluso de la cultural. Altavoces perfectos desde el que poder desarrollar proyectos de ingeniera social que reflejen algunos de los postulados básicos del movimiento de la Critical Race Theory.

El poder al que aspiran ahora movimientos como el BLM o los antifas es de carácter legal o institucional, pero la conquista de este poder ha venido precedida del ejercicio de lo que Foucault llamaba un poder disciplinario, un poder que en último término permite presentar la realidad social como un constructo manipulable. El poder disciplinario nos induce a pensar y a actuar de una forma que estimamos como natural, al ser capaz de configurar subjetividades. La mayor manifestación de ese poder disciplinario por parte de la nueva izquierda no ha consistido tanto en la crítica del poder capitalista como una forma de poder disciplinario sino en la propia utilización de dicha noción para conformar una sociedad victimizada, donde “ lo natural” es presentarse como víctima de una serie de poderes en la sombra que nos sojuzgan sin que seamos plenamente conscientes de ello. En la conformación de esa subjetividad victimizada el cine, la TV, la universidad o la publicidad han tenido un papel esencial.

La orden ejecutiva del presidente Trump busca minar la influencia de un movimiento intelectual que está en la base de buena parte de las transformaciones culturales que está experimentado el país y que lo están llevando al borde una guerra civil. La orden llega demasiado tarde, ya que el virus del victimismo racial está demasiado extendido en el cuerpo social norteamericano y además contribuye a alimentar aún más la victimización de la que se nutre el propio movimiento. La lucha de las ideas exigiría otro tipo de órdenes ejecutivas que asegurasen que en todas y cada una de las universidades públicas del país el pluralismo académico estuviese asegurado,  así como el libre debate de ideas y la expulsión de cualquier forma de intolerancia.

Hay innumerables personalidades del mundo de la cultura que ha denunciado esta deriva paranoide de la diversidad en la sociedad, como Jordan Peterson por ejemplo, sin embargo tienen cerradas las puertas de la academia.

La única manera de derrotar estas ideas en confrontarlas a través del debate a fin de poder mostrar sus debilidades epistemológicas y sus falsificaciones históricas. Sólo así se podrá garantizar la pérdida de influencia de una serie de ideas, que como bien dice el presidente Trump son antidemocráticas y profundamente antiamericanas.

Foto: Keith Helfrich


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Carlos Barrio
Estudié derecho y filosofía. Me defino como un heterodoxo convencido y practicante. He intentado hacer de mi vida una lucha infatigable contra el dogmatismo y la corrección política. He ejercido como crítico de cine y articulista para diversos medios como Libertad Digital, Bolsamania o IndieNYC.