Ayer por la tarde en un barrio del Madrid menos pobre, en el que no había manera de aparcar, por cierto, me fijé en que un número enorme de coches tenían una papeleta fotocopiada de alguien que pedía con angustia que le diesen noticia de un posible piso. Imagino que se trataría de una persona joven, más o menos recién graduada, que tras no pocos esfuerzos había conseguido un trabajo en Madrid, pero no tenía manera de vivir en la ciudad en la que, por fin, podría empezar a trabajar. Como el alcalde y sus ordenanzas me tuvieron dando vueltas y más vueltas se me vino a la cabeza una canción publicitaria de hace muchos años cuya letra pegadiza decía: “Mamita, dile a papá que compre un piso en Moratalaz, tiene cine, tiene colegios y tiene sitio para jugar”.

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Eran otros tiempos, seguro que sí y el lenguaje lo advierte con claridad, pero me parece que hay que subrayar que hace bastante más de medio siglo en Madrid había que anunciar los pisos si el constructor quería venderlos y ahora hay que dedicarse a papeletear coches a ver si algún madrileño olvidadizo cae en la cuenta de que podría vender o alquilar uno de esos pisos de más que, según algunos, tanta gente parece tener.

Sánchez reconoció el otro día, con sinceridad que le honra, que España no tiene la bomba atómica con la que podría castigar a naciones canallas, pero le falta reconocer que no ha hecho nada, y lleva siete años en el machito, para que se aborde con seriedad este asunto de la vivienda

Las cosas han cambiado mucho y me temo que en este punto de la vivienda no ha sido del todo para bien. Si nos fijamos un poco veremos que la raíz del problema está en que los poderes públicos, tan interesados en ser los primeros en escandalizarse por la guerra de Gaza, ¡qué tendrá esta guerra que tanto destaca sobre las demás!, no acaban de caer en la cuenta de que tienen ciertas responsabilidades en el asunto de la búsqueda de piso, de la enorme escasez de viviendas que padecemos.

Tenemos unos políticos que tienden a fijarse en las grandes querellas ideológicas, pero no reparan que su trabajo tendría que consistir, en muy primer lugar, en crear las mejores condiciones en las que puedan vivir, con comodidad y libertad, los españoles de hoy y de mañana y en este asunto tan esencial se han quedado varias décadas por detrás de la realidad. Ni han previsto que la llegada de emigrantes crearía una fuerte presión en los mercados más débiles, ni han considerado que el número de divorcios aumentaría considerablemente la demanda de nuevos hogares o que la concentración del empleo en muy pocas ciudades someterían a estas a una demanda que nadie se ha preocupado de prever, pero tampoco se han abstenido de legislar a lo loco para estropear bastante un panorama complejo y muy desasosegante.

Algunos podrían pensar que los poderes públicos no se han ocupado de este asunto, pero se equivocarían, se han ocupado abundantemente, sólo que muy mal porque han añadido multitud de exigencias absurdas en un mercado que no se deja reducir a esquemas simples y que varía día a día.

No quiero meterme en un terreno técnico que desconozco, pero sí creo necesario que pensemos por un momento cómo lo estará viviendo el joven, o la joven, de las octavillas.  Vamos a ver, ¿falta suelo? Parece que no, sobre todo si lo miramos con un punto de vista nacional. España está casi completamente vacía en la mayoría de sus regiones, pero hay mil razones por las que construir sigue siendo una dificultad que tropieza con la falta de suelo. Misterio, número uno. ¿No hay empresas constructoras? Pues presumimos tener algunas de las mejores del mundo, pero, por alguna razón, sus trabajos apenas ejercen influencia en este mercado de la vivienda, pudiera ser que por dedicarse a negocios más rentables, qué sé yo.

Tal vez la razón podría estar en que los empresarios no sepan sacar un beneficio razonable a las viviendas, pero parece raro. Por último, ¿pudiera ser que las administraciones en lugar de estar haciendo lo posible para resolver el problema lo estén complicando innecesariamente? La rutina ideológica y administrativa que tan bien se encarna en nuestros funcionarios y dirigentes políticos lleva a tratar un problema nuevo con los viejos instrumentos que tampoco funcionaron cuando el problema era muy menor. Hubo una ministra que quiso destacar por lo contrario a la rutina y ofrecía zapatillas, las famosas Keli Finder, para patearse la ciudad a la búsqueda del piso perdido, pero ya saben ustedes que tras regalar diez mil pares de botas “fuese y no hubo nada”.

El hecho es que padecemos un problema de causas complejas, pero en el que resulta evidente que la política no ha sido capaz de crear las condiciones que preserven una cierta normalidad en un mercado tan sensible. Proteger a los okupas, por ejemplo, no ayuda a que los propietarios de una vivienda que no usan se atrevan a ponerla en alquiler, porque nadie quiere meterse en líos en un asunto en el que la demagogia ha hecho estragos. Tratar de controlar administrativamente el precio de los alquileres y no ver qué consecuencias indeseables aparecen inmediatamente parece bastante absurdo, pero es lo que llevan haciendo muchos que aseguran tener sensibilidad frente a la situación.

Al final, el problema de la vivienda es un test de la fiabilidad del sistema político para enfrentarse a los problemas que preocupan de verdad a los ciudadanos, aunque, dolidos probablemente por la vergüenza de ser pobres, no salgan con banderas a la calle para exigir soluciones, pero ya veremos si eso sigue pasando si es que llega a haber un gobierno distinto.

Sánchez reconoció el otro día, con sinceridad que le honra, que España no tiene la bomba atómica con la que podría castigar a naciones canallas, pero le falta reconocer que no ha hecho nada, y lleva siete años en el machito, para que se aborde con seriedad este asunto de la vivienda, ni siquiera, que me conste, echando las culpas del caso sobre los sospechosos habituales. Parece pensar que, de momento, este es un problema que el español medio soporta con resignación cristiana, o socialista, pero que no mueve votos porque la economía va como un cohete según repiten los ministros.

No creo que sea el caso, o tal vez sí, porque, dicho de paso ¿cuál es el análisis que de este asunto se hacen en Génova? Yo lo desconozco, pero puede que sea una de mis muchas limitaciones. Lo que me parece fuera de duda es que este problema tendría que ocupar un lugar central en las preocupaciones de los políticos que en verdad intenten mejorar España sin conformarse con ganar elecciones, cosa más estúpida, si cabe, cuando, por cierto, el partido que se abstiene de mojarse tampoco las gana.

No debiéramos resignarnos con que el gasto público siga creciendo, porque los políticos comen a la carta y pagan siempre a cuenta del mañana, cuando nadie parece ocuparse de la situación angustiosa en la que se encuentran los millones de personas sin acceso a una vivienda digna, en Madrid, por supuesto, pero también en una buena mayoría de ciudades españolas.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web