De vez en cuando me sorprendo pensando: «o el mundo se ha vuelto loco o soy yo el que está perdiendo el juicio«. Esta fue mi reacción en mayo de 2018, cuando leí que la «experta en sexualidad» australiana Deanne Carson, sostenía que los padres deben pedir permiso a sus bebés antes de cambiarles los pañales.

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Al parecer, Carson dijo en una televisión australiana que era importante establecer una «cultura del consentimiento» dentro de la familia, comenzando desde el nacimiento. Según Carson, educadora en sexualidad, es imperativo que a los bebés se les pida permiso antes del cambio de pañales con el fin de construir un «modelo de comunicación compasiva«.

Según Carson, educadora en sexualidad, es imperativo que a los bebés se les pida permiso antes del cambio de pañales

Pero no fui yo el único sorprendido al escuchar lo del permiso para el cambio de pañales: muchos comentaristas consideraron que esta idea era una broma. Respondieron con hilaridad a la sugerencia de Carson de que se puede enseñar a los bebés a dar su consentimiento educando su lenguaje corporal para comunicar sí o no. Sin embargo, aunque la sugerencia de que los padres deben esperar hasta que la pequeña Mary entorne los ojos para indicar que acepta el cambio de pañales resulte extraña la mayoría de la gente normal, esta filosofía que propone Carson es ampliamente promovida por esos activistas que pretenden menoscabar la autoridad de los padres.

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En los últimos tiempos se ha desencadenado una verdadera cruzada para coartar la libertad de los padres de decidir cómo criar a sus hijos. Y uno de sus objetivos es someter las prácticas de crianza a la autoridad del consentimiento de los hijos. En todo el mundo angloamericano, los activistas afirman que los bebés y los niños necesitan dar su consentimiento antes de ser tocados, abrazados o besados. Algunos van más allá y sostienen que debería ser obligatorio el permiso del niño antes de emprender un viaje o mudarse de una localidad a otra.

Las campañas que animan a los niños a exigir su consentimiento activo antes de ser besados o abrazados por miembros de la familia se justifican diciendo que protegen el derecho de los jóvenes a hacer lo que quieran con su cuerpo. La organización neozelandesa CAPS Hauraki organizó una campaña en Internet afirmando que se introduce a los niños en una vida de abusos si no se les permite tener voz ni voto a la hora de abrazar o besar a adultos.

En Australia, el grupo Braveheart también defiende la necesidad de enseñar a los niños el concepto de consentimiento. Aconseja a los adultos preguntar a los niños: «¿Te parece bien si te abrazo o si te llevo de la mano?». Algunos activistas van más allá y argumentan que los padres deben enseñar a sus hijos a evitar en todo momento un beso o un abrazo, que solo deben permitir un apretón de manos en lugar de un «abrazo o beso, que resultan más íntimos«.

Algunos activistas van más allá y argumentan que los padres deben enseñar a sus hijos a evitar en todo momento un beso o un abrazo, que solo deben permitir un apretón de manos

Uno de los hilos conductores de esta campaña de promoción del consentimiento infantil es la obsesión por la sexualidad de los jóvenes. Por eso, estos activistas perciben un abrazo o un beso a un niño dentro de la familia como actos demasiado íntimos. Desde esta perspectiva, los abuelos físicamente cercanos, que no piden permiso a sus nietos para abrazarlos, son considerados potenciales depredadores sexuales.

Por supuesto, casi todos recordamos esos besos húmedos y algo molestos de tías, tíos y otros miembros de la familia. Pero la descripción de estos incómodos episodios como precursores de abusos sexuales es mucho más ilustrativo de la desorientación mental y del carácter obsesivo de los «expertos en sexualidad» que de la conducta de los miembros de la familia.

El desprecio hacia los padres

El debate sexualmente sesgado que rodea el principio del consentimiento de los niños está directamente relacionado con un desarrollo mucho más explosivo: la deslegitimación de la autoridad de los padres. Hubo un tiempo en el que se pidió a los padres que dieran su permiso para que sus hijos participaran en ciertas actividades o para acceder a ciertas formas de enseñanza. Hoy en día, por el contrario, el comportamiento de los padres a menudo es cuestionado y atacado sobre la base de que actuaron sin el consentimiento de su hijo.

El derecho de los padres a criar a sus hijos de acuerdo con sus valores muchas veces es negado y descrito como una forma de adoctrinamiento por parte de profesionales entrometidos. Estos aseguran que, dado que los niños no aceptaron bautizarse o criarse como católicos o como judíos, sus padres violaron su autonomía. El programa de Escuelas Seguras, que inicialmente gozó de apoyo bipartidista en el Parlamento australiano, pretendía inculcar determinadas ideas sobre la sexualidad a los niños, lo que violentaba directamente la perspectiva moral y los valores de la gran mayoría de los padres. Este programa enseñó a los niños que, lejos de ser normal, la heterosexualidad era una opción más entre muchas otras. El objetivo era popularizar la idea de que la identidad de género era fluida y que el sexo de los niños a menudo era impuesto arbitrariamente por los médicos.

La característica más problemática de las Escuelas Seguras fue el desplazamiento explícito de la autoridad de los padres en favor de la autoridad del experto. Así, la imposición del consentimiento de los niños se utilizó para privar a los padres de influir en la formación de la identidad sexual de su descendencia. La marginación del padre de la Escuela Segura no fue accidental sino la finalidad de este proyecto. Como gerente de la Escuela Segura, Joel Radcliffe, académico de la Universidad La Trobe, afirmó: “aunque los padres parecen tener mucho poder en las escuelas, no podrán hacer nada contra la Escuela Segura”.

Al igual que los bebés no pueden ejercer su derecho de consentimiento sobre cuándo cambiar sus pañales, los escolares carecen de la capacidad moral para consentir a sus padres sobre cómo deben educarlos sexualmente

Cuando las escuelas, los maestros y los expertos asumen la responsabilidad del desarrollo de la identidad sexual de un joven, toman el control de una de las dimensiones más fundamentales del desarrollo de un niño. Su reticencia para facilitar a los padres información vital sobre el comportamiento de sus hijos se basa en la convicción de que los padres son incompetentes y no se puede confiar en ellos para guiar a sus hijos en el desarrollo moral y sexual.

La sola idea de que el consentimiento de un niño prevalece sobre la autoridad de los padres permite de manera indirecta que el experto se sitúe una posición de superioridad. ¿Por qué? Porque la premisa de que un niño deba de dar su consentimiento para ser criado de una forma u otra es una imposición irracional. Los derechos de los niños, incluido el derecho a consentir, se basan en el supuesto de que tienen capacidad suficiente para ejercerlos. Sin embargo, al igual que los bebés no pueden ejercer su derecho de consentimiento sobre cuándo cambiar sus pañales, los escolares carecen de la capacidad moral para consentir a sus padres sobre cómo deben educarles sexualmente. Como en la práctica los niños no pueden ejercer sus derechos, son los expertos en educación infantil y los grupos de defensa de los jóvenes los que hablan en su nombre. Así, al final, es el experto y no el padre el que decide las necesidades del niño.

El desprecio que los educadores sobre sexualidad dirigen a los padres no es más que una versión actualizada de las actitudes arrogantes que, desde los tiempos modernos, han mantenido los expertos hacia las madres y los padres. Por ejemplo, el filósofo John Stuart Mill, autor de On Liberty, relacionó su defensa de la escolaridad obligatoria de los niños con su desconfianza sobre la competencia de los padres. Daba por supuesto que la educación formal patrocinada por el Estado permite liberar a los niños de la influencia «inculta» de sus padres. Y dijo, dado que «los incultos no pueden ser jueces competentes en la educación», necesitaban el apoyo de educadores ilustrados para socializar a sus hijos.

En las décadas de 1960 y 1970, el desprecio de los profesionales por los padres se hizo mucho más expansivo. El educador británico Frank Musgrove escribió en 1966

«Es competencia de la educación eliminar la influencia de los padres. Hemos decidido que los niños ya no estarán a merced de sus padres y que las autoridades educativas locales deben velar por que no lo estén.”

Desde la década de 1960, el proyecto de eliminar la influencia de los padres se ha llevado a cabo mediante la imposición del principio de consentimiento del niño.

La sugerencia de Deanne Carson de que el comportamiento de los padres debe someterse al consentimiento de su bebé es tan absurda que puede calificarse directamente como la declaración de un experto arrogante que busca atraer la atención del público. Sin embargo, el asalto a la autoridad parental no es una broma. Hace unos días, el Departamento de Educación de Inglaterra anunció que los niños de hasta 4 años comenzarán a recibir «clases de consentimiento» con las que se les formará sobre los límites sexuales de manera apropiada para su edad. Cuando la mayoría de los niños de 4 años no sabe deletrear o pronunciar la palabra consentimiento, la única consecuencia de esta iniciatia será disminuir la influencia de los padres sobre el desarrollo moral y sexual de sus hijos.

Foto Juliane Liebermann


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Frank Furedi
Soy profesor emérito de sociología en la University of Kent en Canterbury, Inglaterra y profesor visitante del Institute of Risk and Disaster Reduction del University College London. También soy divulgador y autor de más de 20 libros. Durante los últimos 20 años he estudiado  los desarrollos culturales que influyen en la construcción de la conciencia del riesgo contemporáneo. Mi investigación se ha orientado hacia la forma en que la cultura actual gestiona el riesgo y la incertidumbre. He publicado muchos artículos sobre controversias relacionadas con la salud, la crianza de los hijos, el terrorismo y las nuevas tecnologías. Mis dos libros, The Culture of Fear y Paranoid Parenting, investigaron la interacción entre la conciencia del riesgo y las percepciones del miedo, las relaciones de confianza y el capital social en la sociedad contemporánea. Mis estudios sobre el problema del miedo se han desarrollado en paralelo con mi exploración de la autoridad cultural en Authority, A Sociological History (Cambridge University Press 2013). También he publicado un estudio sobre la Primera Guerra Mundial: The First World War Still No End In Sight, que interpreta este evento como precursor de las Guerras Culturales de hoy. Y acabo de terminar mi último estudio, Populism And The Culture Wars In Europe: the conflict of values between Hungary and the EU. Participo regularmente en radio y televisión y he publicado artículos para AEON, The American Interest New Scientist, The Guardian, The Independent, The Financial Times, The Daily Telegraph, The Express, The Daily Mail, The Wall Street Journal, The Los Angeles Times, The Independent on Sunday, India Today, The Times, The Sunday Times, The Observer, The Sunday Telegraph, Toronto Globe and Mail, The Christian Science Monitor, The Times Higher Education Supplement, Spiked-online, The Times Literary Supplement, Harvard Business Review, Die Welt y Die Zeit entre otros.