Cualquier preponderancia de la fantasía sobre la razón es un grado de locura”. Esta es la advertencia que formuló Samuel Johnson (1709-1784) en The Rambler», una serie de ensayos que el pensador británico escribió entre 1750 y 1752. Concretamente, aparece en el ensayo número 85, publicado el 18 de diciembre de 1750. Johnson, que también era poeta, y por lo tanto creador, estaba facultado para advertir de que, si bien la imaginación era un ingrediente fundamental en las más extraordinarias creaciones humanas, debía moderarse con la razón. Para Johnson, la exaltación sin medida de la imaginación conducía a la anulación del pensamiento lógico. La creatividad, en vez de construir, podría volverse destructiva, pues nos llevaría a confundir realidad y fantasía. Lo real se equipararía a lo imaginario y nuestros deseos, anhelos y ensoñaciones más descabelladas, libres de cualquier freno, se impondrían a la realidad, conduciéndonos al caos.

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Es habitual caer en el error atraídos por la parte de verdad que en ocasiones en ese error se encierra. En nuestro mundo occidental, tal verdad sería que en nuestro pasado hay sombras oscuras. Y el error, ignorar que la luz se abrió paso en el momento en que la cultura de Occidente cristalizó, como escribe Karina Mariani, en la más ecuánime, tolerante, pujante, rica, solidaria y libre del globo

La frase de Johnson es un oportuno llamado a mantener la racionalidad como guía principal. Lamentablemente, las ideologías tienden a contemplar la racionalidad como un obstáculo, pues las somete a pruebas lógicas que cuestionan sus promesas y preceptos, limitando su capacidad de persuasión y el número de prosélitos. Para rodear el cortafuegos de la racionalidad, las ideologías transforman sus fantasías en “nuevas realidades” mediante una lógica ad hoc. El nazismo, por ejemplo, utilizó una combinación de propaganda efectiva y falacias lógicas para persuadir al pueblo alemán. Su lógica ad hoc fue que Alemania estaba en crisis porque los judíos, los comunistas y otras minorías la estaban saboteando desde dentro. Aunque profundamente defectuosa, esta lógica se presentó de manera convincente debido a las circunstancias de crisis económica, social y política en las que se encontraba Alemania tras la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, por destructiva que resultara, la fantasía del nazismo aún era bastante limitada. El régimen nazi apelaba a la grandeza colectiva, despreciando la felicidad individual. Si exceptuamos la idea de una raza «aria» superior, con la que justificó políticas de exclusión, discriminación y genocidio, no se inmiscuía en el ámbito privado de los alemanes. Exigía el apoyo incondicional a su idea de la Gran Alemania, pero, en general, no tenía el menor interés por los aspectos cotidianos y más íntimos. No veía qué utilidad podía suponer para sus fines inmiscuirse hasta ese extremo en la vida de las personas. Pero esta limitación del totalitarismo desaparecería décadas más tarde.

Hace algo más de cincuenta años, la afirmación ‘lo personal es político” se convirtió en un principio rector del feminismo de segunda ola. Con esta clara y sencilla afirmación se encapsulaba una serie de ideas sociopolíticas complejas que estaban emergiendo del Movimiento de Liberación de la Mujer (WLM, en sus siglas en inglés). Y resultó muy útil al proporcionar un marco para la manifestación cotidiana de una subjetividad feminista que desafiaba las “estructuras de opresión” y “prejuicios culturales”, primando las experiencias de las mujeres.

El lema “lo personal es político” tiene su origen en un artículo del mismo título escrito por Carol Hanisch y publicado en 1970 como parte de una colección de ensayos editados por Shulamith Firestone y Anne Koedt. El argumento es que los grupos del Movimiento de Liberación de la Mujer, que estaban emergiendo de iniciativas radicales como el movimiento de derechos civiles, el movimiento contra la guerra de Vietnam y demás acciones de la izquierda, tendían a estar dominados por hombres. Por lo que la opresión de las mujeres no se consideró relevante dentro del conjunto de las luchas políticas que estos grupos abanderaban. Las mujeres del Movimiento de Liberación de la Mujer fueron menospreciadas al intentar llevar sus supuestos problemas personales a la arena pública, especialmente los relacionados con el sexo, la “dictadura de la apariencia” y el aborto. Estas cuestiones se calificaron como asuntos personales que debían ser abordados a través de la iniciativa individual y, por tanto, no encajaban en las agendas de las organizaciones radicales de izquierda. La concienciación, mediante las reuniones de mujeres, donde discutían su propia opresión, fue calificada de “terapia personal”, lo que dio lugar a la reacción feminista. El feminismo de segunda ola, si bien se incardinaba en la teoría política liberal, en cuanto que ésta partía del principio que sostiene que los individuos son seres libres e iguales, llegó a la conclusión de que el liberalismo había fracasado a la hora de hacer cumplir este principio. Y la razón de este fracaso consistía en que el pensamiento liberal era esencialmente patriarcal. Esta idea se convirtió en la base argumental de la política del Movimiento de Liberación de la Mujer. Sobre ella se desarrollaron un conjunto de principios que explicaban la opresión de la mujer como producto de estructuras históricamente específicas de dominación y subordinación.

La justificación para no extender los derechos a las mujeres se fundamentaría en la separación de esferas, según la cual el poder político, perteneciente a la esfera pública, no debería confundirse con las relaciones familiares de la esfera privada. Por lo tanto, la discriminación de la mujer no desaparecería hasta que los aspectos particulares de la vida cotidiana no fueran considerados políticos, lo que implica intervenir a nivel micro los intersticios de la vida cotidiana.

Al afirmar que “nuestra política comienza con nuestros sentimientos”, más que con el ejercicio del derecho al voto, el feminismo de segunda ola concluyó que la esfera privada no podía separarse de la esfera política. La política, en todos y cada uno de los sentidos, tenía que ver con el poder, y se trataría tanto del poder que los hombres, consciente o inconscientemente, ejercían sobre las mujeres, como del poder que los gobernantes ejercían sobre las naciones. Esta idea se ha mantenido inalterable con el paso del tiempo.

Las dos declaraciones más significativas del feminismo de segunda ola, “lo personal es político” y “nuestra política comienza con nuestros sentimientos”, además de su liturgia, abrió la caja de Pandora.

Uno de los peligros más serios de la afirmación «lo personal es político» es que, si todo aspecto de la vida privada se considera materia política, entonces el poder del Estado se expande sin límites hacia esferas que antes eran consideradas individuales e inviolables. Cuando los legisladores adoptan este principio, se otorgan la potestad de regular no solo las acciones públicas, sino también las creencias, valores y comportamientos privados. Esto puede llevar a la moralización del derecho, es decir, a la imposición de una moral pública bajo el pretexto de la justicia social o el bien común. En lugar de garantizar la libertad individual dentro de un marco de normas generales, el Estado se convierte en un ingeniero social, moldeando a los ciudadanos en función de una visión política particular. Históricamente, esto ha ocurrido tanto en regímenes totalitarios como en democracias que han dado pasos hacia una tutela estatal excesiva sobre la vida privada. Cuando el poder se siente legitimado para intervenir en lo íntimo, se crean sociedades vigiladas, donde el pensamiento y el comportamiento deben ajustarse a la ideología dominante, so pena de sanciones legales o sociales. En última instancia, esta visión borra la distinción entre lo público y lo privado, dejando a los individuos sin refugio frente a la intromisión del poder político en su vida cotidiana. Lo personal es político trasciende su origen feminista.  Se ha hecho carne en todos los espacios privados de las personas, sean hombres o mujeres. Los políticos no se conforman con violentar nuestros espacios más íntimos, quieren intervenirlos sin discusión, eliminando cualquier obstáculo, ya sea físico o metafísico, para establecer una nueva realidad.

En cuanto a la segunda declaración “nuestra política comienza con nuestros sentimientos”, si la política se fundamenta en los sentimientos, la objetividad y la racionalidad pierden peso en la toma de decisiones. En lugar de normas basadas en principios universales, la legislación se convierte en una extensión de estados emocionales colectivos, que son volátiles y maleables. Además, si los sentimientos dictan la política, no todos los sentimientos tendrán el mismo peso. Se impondrán aquellos mejor organizados, es decir, los de grupos que sean más conscientes de sus intereses y más eficaces en su movilización. Esto derivará en una «tiranía emocional», donde las decisiones se toman no en función de lo que es justo, eficaz o real, sino en función de qué grupo logra imponer su narrativa sentimental. También abre la puerta a la manipulación. Quienes dominen los mecanismos para gestionar y canalizar emociones (medios de comunicación, redes sociales, discursos políticos) podrán moldear la política según sus intereses, disfrazándolos de sentimientos y realidades colectivas legítimas. Lo que comienza como una aparente democratización de la política (dar voz a los sentimientos de la gente) puede acabar en una forma de control más sutil, donde la emoción se convierte en un instrumento de dominación.

Es habitual caer en el error atraídos por la parte de verdad que en ocasiones en ese error se encierra. En nuestro mundo occidental, tal verdad sería que en nuestro pasado hay sombras oscuras. Y el error, ignorar que la luz se abrió paso en el momento en que la cultura de Occidente cristalizó, como escribe Karina Mariani, en la más ecuánime, tolerante, pujante, rica, solidaria y libre del globo. Sin embargo, apoyada en la inevitable imperfección, la política no se detuvo en ese logro: se extralimitó. Elevó las lógicas imperfecciones de cualquier civilización a la categoría de problemas estructurales. Y armada hasta los dientes de ingeniería social, acabó penetrando nuestra esfera privada. Paso a paso, de forma incremental, políticos, tecnócratas y expertos tomaron cada espacio privado, cada rincón íntimo, convirtiéndose en un monstruo que, como la hidra, tiene infinidad de cabezas, una por cada frente abierto, por cada espacio tomado al asalto. Para salvar al Occidente que ama, Karina Mariani enfrenta una a una estas cabezas. Con devoción, pero también con extraordinaria minuciosidad, las corta desde la raíz con el filo de una fina inteligencia.

Javier Benegas, Paracuellos de Jarama, 30 de enero de 2025

Prólogo del libro Las guerras que perdiste mientras dormías: cómo la ideología woke invadió tu mundo sin disparar un solo tiro (2025), de Karina Mariani.

una proeza del sentido común

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