Han sido muchos los años en los que el descanso tradicional del largo verano español no se respetaba en política porque un buen número de acontecimientos bastante disruptivos hacían que el estío fuese caliente también en la vida pública.
Con los singulares gobiernos de Sánchez, que han conseguido que buena parte del país asista más atónito que indignado a lo que este buen señor ha estado haciendo, Sánchez parece haber impuesto unos veranos de siesta continuada y apagón informativo instalándose en La Mareta, no sé si a reflexionar que es el nombre que emplea para tramar sus disparatadas ocurrencias.
Este verano, nuestro jefe de Gobierno lo habrá recibido como el que es rescatado de un incendio, tal ha sido el cúmulo de problemas, chapuzas y corrupciones en los que se ha visto envuelto en los últimos meses, pero mucho me temo que se equivoca si cree que la olla que ha dejado hirviendo se la va a encontrar en septiembre con un caldo templadito.
La suma de los escándalos insoportables del presente con unas décimas de reflexión sobre nuestra reciente historia puede tener efectos tan imprevisibles como contundentes y eso es algo que no va a poder evitar ni Sánchez ni sus adláteres
Feijóo ha tenido la humorada de decirles a los numerosos españoles que no van a poder disfrutar ni de un día de descanso estival, que las vacaciones están sobrevaloradas. Me malicio que Sánchez no se ocupa de consolar a nadie y pueda creer que su descanso le va a permitir pasar página, que todos los españoles tenemos una Mareta, aunque sea imaginaria.
Creo que puede ocurrir algo muy distinto, que una gran mayoría de los españoles que, con la mejor voluntad, le han podido votar en otros momentos utilizarán este duro mes de agosto para decirse “y en qué estaría pensando yo cuando le voté” a la vista de lo fácil que se ha puesto la vida y el veraneo, lo bien que funcionan los servicios públicos y las incesantes muestras de laboriosidad, decencia y desinterés del personal dirigente del PSOE.
Algunos empezarán a pensar que ellos nunca le votaron, que pensaban que iba a ser otra cosa, una presunción que, por cierto, nadie podría rebatir a la vista de los innumerables y decisivos “cambios de opinión” con los que Sánchez ha intentado ocultar o disimular sus mentiras, sus incumplimientos y sus desvergüenzas. Las encuestas anuncian un fuerte desenganche entre jóvenes y mujeres que han sido sectores en los que, en su momento, Sánchez contó con cierto arrastre, pero las aventuras de sus cuates con las meretrices disfrazadas de influencers y el origen prostitucional de la fortuna familiar no ayudan mucho, la verdad.
Esa revisión del pasado electoral de muchos podrá ir acompañada de una relectura de nuestra historia política más reciente, del infausto significado de los años estériles que van desde 2004 hasta ahora mismo sin ganancia para nadie salvo para quienes aspiran a vivir de acabar con una nación fuerte, dura y centenaria, aunque en ocasiones se muestre frívola, despistada, incluso cobarde, pero eso es pura apariencia.
A quienes necesiten o deseen reflexionar sobre tan interesante asunto, que es esencial para entender el extravío sistemático con el que Sánchez pretende continuar, agarrado a un banderín roto, como en la inmortal escena de El guateque en la que Peter Sellers no se enteraba de cómo iba el rodaje, les recomiendo encarecidamente el texto que Javier Benegas ha publicado ayer mismo en The Objective. La historia no puede leerse únicamente al ritmo del periódico y es esencial para entenderla considerar períodos más amplios como los que nos separan del bombazo que supuso el mayor atentado de la historia de España y el día en el que se han producido más muertos en la ciudad de Madrid, incluyendo con toda probabilidad los días de la desastrosa guerra civil.
Javier Benegas sugiere que hay un hilo del que merece la pena tirar y que tiene que ver con el protagonismo de dos tipos de aspecto completamente insustancial, Zapatero y Sánchez, separados por la incompetente política de un Rajoy al que, con toda claridad, le venía muy grande la tarea que habría debido asumir y así acabó como lo hizo, aunque en el PP algunos piensen todavía que fue un personaje digno de tener en cuenta para explicar las supuestas virtudes de ese partido.
Han sido años de desgracia nacional, empobrecimiento real de los españoles, aumento vertiginoso e inútil de la deuda pública, presión fiscal salvaje y desaparición de nuestra nación de cualquier escena internacional mínimamente digna para abrazar políticas que nada tienen que ver ni con la democracia ni con la libertad.
Es posible que muchos españoles no quieran enfrentarse en pleno verano con semejantes perspectivas, pero aquí pasa como con el chiste del mudo al que sus cuates ladrones querían timar con el reparto del botín y protestó airadamente: “¿pero tú no eras mudo?… ¡Sí, pero es que le hacéis hablar a uno!”. La suma de los escándalos insoportables del presente con unas décimas de reflexión sobre nuestra reciente historia puede tener efectos tan imprevisibles como contundentes y eso es algo que no va a poder evitar ni Sánchez ni sus adláteres especializados en envolver el desastre en literatura supuestamente progresista. El edificio de la siniestra maniobra que trata de convertir una España prometedora en una España de despojos de la que saquen beneficios sin fundamento alguno los aprovechateguis y los secesionistas se está derrumbando estrepitosamente. Hay que esperar que tengamos paciencia para reconstruirlo desde los cimientos y con valor.
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