Apenas unos días después de estrenarse El Eternauta en Netflix, la serie basada en el cómic argentino se transformó en una de las más vistas en España y el mundo. Para algún desprevenido, no es otra cosa que una historia más de ficción, en este caso, la enésima versión de una invasión alienígena con monstruos en forma de escarabajos gigantes y humanos que acaban siendo manipulados por inteligencias superiores. Sin embargo, hay un trasfondo político tan rico como trágico detrás de la misma que bien vale la pena repasar.

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El Eternauta comenzó a publicarse el 4 de septiembre de 1957 en el formato de historieta por entregas hasta 1959 en la revista Hora Cero Semanal

El Eternauta comenzó a publicarse el 4 de septiembre de 1957 en el formato de historieta por entregas hasta 1959 en la revista Hora Cero Semanal perteneciente a la editorial Frontera, propiedad de Héctor Oesterheld, el guionista de la tira.

Nacido en 1919, Oesterheld provenía de una familia alemana de buen pasar afincada en Buenos Aires. Lector voraz y egresado de la carrera de Geología, en 1947 se casa con Elsa Sánchez, perteneciente a una modesta familia de origen español, matrimonio del cual provendrían cuatro hijas y cuatro nietos. Sí, las cuatro hijas que luego serían secuestradas y asesinadas (dos de ellas embarazadas), junto a los tres yernos de Elsa, por la dictadura militar argentina que se hizo con el gobierno en el año 76.

La misma suerte que correría Héctor en 1977, por cierto, de modo que Elsa y dos de sus nietos fueron los únicos sobrevivientes si bien todavía hay esperanzas de encontrar a aquellos dos bebés que habrían nacido en cautiverio y que pueden ser parte de la lista de unos 400 bebés más que, al día de hoy, se supone que viven sin conocer su verdadero origen. La historia de la familia Oesterheld es, sin duda, de las más trágicas de la historia argentina y ha marcado una generación.

Héctor era un hombre, digamos, de izquierda pero que al momento de escribir El Eternauta no tenía una militancia activa. Era una suerte de librepensador que, como buena parte de la izquierda de la época, si no era antiperonista, al menos era crítica del gobierno de Perón iniciado allá por 1946.

Sin embargo, en palabras de su propia esposa, quien fallecería en 2015, el mayo francés y la militancia de sus hijas cambió radicalmente el pensamiento de Héctor a tal punto que, en los años 70, decide militar en Montoneros, la guerrilla de la izquierda peronista. Allí era “el viejo” y nunca tomó las armas: su rol era el de la prensa.

El giro ideológico de Oesterheld se puede observar en la segunda versión de El Eternauta publicada ya bien entrados los 70 y con un Oesterheld que estaba en la clandestinidad. Aquella versión, mucho menos sutil y panfletaria, abandonaba toda metáfora para hablar de invasiones del imperialismo y exponer todos los lugares comunes de la moral revolucionaria como cuando al tener que elegir entre salvar a un pueblo o salvar a su hija y su esposa, elige la primera opción.

Esta última versión no tuvo el éxito de la primera, la cual, a su vez, había tenido un intento de reversión en 1969 con dibujos de Alberto Breccia, quien había reemplazado a Alberto Solano López. Esta reversión tampoco funcionó, de modo que es la original de 1957 la que ha quedado en la memoria como un hito de la historieta hispanoamericana que debe leerse en el contexto de la Guerra Fría, el cine clase B estadounidense y la literatura de aquellos años donde las invasiones alienígenas estaban a la orden del día. La diferencia, claro está, es que la historia transcurría en una Buenos Aires nevada donde los protagonistas jugaban al truco entre otros tantos guiños a la idiosincrasia porteña.

En un prólogo para la primera edición en formato libro, Oesterheld escribiría unas líneas que se transformarían en todo un manifiesto:

“Siempre me fascinó la idea del Robinson Crusoe. Me lo regalaron siendo muy chico, debo haberlo leído más de veinte veces. El Eternauta, inicialmente, fue mi versión del Robinson. La soledad del hombre, rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos. […] Ahora que lo pienso, se me ocurre que quizás por esta falta de héroe central, El Eternauta es una de mis historias que recuerdo con más placer. El héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe ‘en grupo’, nunca el héroe individual, el héroe solo”.

Esta idea del héroe colectivo que en esta primera temporada de la serie no parece del todo desarrollada aún, es la base sobre la cual El Eternauta volvería a formar parte de la política argentina más de 30 años después de la desaparición y asesinato de Oesterheld.

Efectivamente, hacia septiembre de 2010, en el marco de un acto con la juventud peronista, la militancia kirchnerista recrea la figura de un Eternauta sin arma, pero con su máscara y atuendo contra la nieve tóxica, para ubicar allí a Néstor Kirchner y reproducirlo hasta el infinito siguiendo una estética warholiana. Nacía así “El Nestornauta”.

Es un contrafáctico pero quiso el destino que algunas semanas después de aquel acto, de manera repentina, Néstor Kirchner falleciera, y allí la figura de El Nestornauta se transformara en un emblema de la militancia juvenil que masivamente se inclinaría hacia el kirchnerismo, el cual, finalmente, arrasaría en las urnas en el año 2011 con Cristina Kirchner como candidata a la reelección.

Así fue que el kirchnerismo siempre reivindicó esa figura del “héroe colectivo” como una forma de posicionarse en la larga tradición de la Comunidad organizada peronista y, por qué no, como una reivindicación de los ideales de aquella “juventud maravillosa” de los años 70, la cual, aggiornada a los tiempos democráticos, y al igual que El Nestornauta, abandonaba las armas.

Con todo ese trasfondo, y en medio de una etapa marcada por el profundo cambio cultural que supuso la llegada de Milei al gobierno, es natural que la recepción de la serie en Argentina haya generado todo tipo de polémicas. Algunos se han ocupado de señalar las diferencias con la historieta original; otros han dado un paso más y han vertido acusaciones cruzadas que van desde reapropiaciones del héroe en clave pro o en contra del gobierno, hasta una presunta intencionalidad política del director y/o los protagonistas.

El suceso ha sido tan grande que las Abuelas de Plaza de Mayo han aprovechado la repercusión para relanzar el siempre vigente llamado a acercarse a la asociación del mismo modo que lo han hecho los, hasta ahora, casi 140 nietos recuperados que habían sido secuestrados y entregados a familias sustitutas en aquellos años trágicos.

“¿Estás mirando El Eternauta? Si es así y naciste en noviembre de 1976, o entre noviembre de 1977 y enero de 1978 y tenés dudas sobre tu identidad o la de alguien que nació en esas fechas, contactate con Abuelas”.

Al igual que España, Argentina es un país partido en dos donde no hay evento público que no sea atravesado por la tensión política. La posibilidad de que dos adultos de casi 50 años hoy estén mirando una serie sin saber que son los nietos de su autor ha devenido una simple anécdota en el marco de una clase política patética y un país que necesita ser legitimado por Netflix para repensar su historia.

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