Han sido muy didácticas, oportunas y clarificadoras las intervenciones de Elon Musk durante la última campaña electoral de EE.UU. En una de ellas se preguntaba cómo había sido posible la supervivencia del marxismo en nuestras sociedades y no escondía su preocupación.
¿Existe el marxismo? ¿Hay marxistas entre nosotros? Los comunistas, en todas sus fases, escalas e intensidades, incluidos aquellos que creen no serlo, siempre han cuidado mucho la estafa de su catecismo y se han preocupado también por la denominada supremacía intelectual. Esa que hoy llamamos cultural, aunque poco o nada tiene que ver con la cultura, que según Edouard Herriot es lo que queda cuando ya se ha olvidado todo. La cultura para los comunistas, en cambio, es cualquier instrumento de propaganda que alimente el sectarismo.
La Casa Blanca siempre ha dado la sensación de sede del Gobierno de Occidente, y en gran medida lo es, así que la victoria del innombrable republicano ha sido un poco la victoria de la razón
Centrados en la ideología, el objetivo siempre ha sido la desaparición de los grupos sociales arrogándose el derecho a establecer y dirigir la organización política mediante el monopolio de la producción e interpretación de las ideas, algo que viene precedido de la adulteración y control del lenguaje. Esto es justo lo que ha patrocinado el Partido Demócrata en EE.UU. y lo que patrocinan la mayoría de la actual dirigencia europea.
El proceso, explicado por Milovan Djilas hace décadas y también por Victor Klemperer, resulta esencial para comprender el escenario que vivimos y lo fundado de algunos temores, pues el marco se ha extendido a la práctica totalidad de actores políticos haciendo realidad las denuncias de no pocas voces y hasta las advertencias de los autores distópicos.
Por explicarlo en términos de gestación, digamos que la nueva forma de comunismo, más sutil pero tan brutal en sus efectos y destino como todas las conocidas, lleva tiempo en fase embrionaria. En Europa no sabemos si habrá interrupción o, por el contrario, se alumbrará finalmente ese futuro con aroma dictatorial caribeño, árabe y asiático con el que fantasea gran parte de la actual dirigencia continental y británica. En Estados Unidos, en cambio, han sufrido un durísimo revés.
Dos fuerzas venían y vienen luchando. Quienes simpatizan con nuevas formas de dictadura, gestadas en placenta democrática, y quienes estamos en frontal oposición. Es decir, los partidarios de la atomización del poder como medio para avanzar en ensoñaciones relacionadas con el igualitarismo y otras misiones justicieras históricas, y quienes defendemos la razón, las libertades individuales y los derechos civiles frente al poder organizado y sus nuevos delirios. En la tierra media, los acomodados, burgueses y cortesanos, siempre esperando la brisa que más conviene. Son los peores.
¿Exageramos? ¿Es nueva esta situación? Ni lo uno ni lo otro. El clima político e intelectual del siglo XVIII y parte del XIX estuvo marcado por la razón, el progreso y la libertad, que también tuvo sus detractores. Llegaron las constituciones liberales, la defensa del individuo, la vida, la libertad y la propiedad. El marxismo fracasó ante los nuevos descubrimientos e innovaciones, quedándose relegado tanto en Norteamérica como en Europa a catecismo militante de rencorosos, envidiosos y fanáticos.
Como ha explicado Niall Ferguson, las clases proletarias se convirtieron en consumidores provistos de tarjeta de crédito y se generalizaron las clases medias, algo que no pudieron prever los marxistas, entrando irremediablemente en crisis. Ahora bien, no desistieron en sus planes e intenciones y se han cuidado mucho de la sucesión.
Durante el siglo XX conocimos el terror y el crimen allá donde el socialismo o sus metamorfosis tuvo éxito. La caída del Muro desveló las aberraciones de una ideología criminal, pero la victoria de la libertad, aunque aplastante, fue provisional. Sobreviviendo bajo diferentes marcas y movimientos adaptados a la realidad nacional de cada país, la barbarie colectivista consiguió incluso permanecer entre nosotros como icónica, tal es el caso de Cuba, y hasta seductora, como el caso de Venezuela o Bolivia en su fusión con la falacia del indigenismo. El Manual del perfecto idiota latinoamericano y El regreso del perfecto idiota latinoamericano, de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, lo explican estupendamente.
Creímos aquella extravagancia localizada, pero se convirtió en actor principal y hasta pretendido antídoto contra los teóricos males del planeta. Hoy aprieta, y de qué modo. Pueden fruncir el ceño creyendo que desvariamos, pero ahí están, una millonaria menopáusica al mando de la UE y otra caterva de mediocres dirigiendo algunas de las economías más importantes bajo variopintos ropajes. Nótese que la Unión Europea ya no es víctima de feroces ataques del comunismo, esto se acabó, ahora la consideran más bien un aliado. Por algo será.
¿Hay vientos de cambio? Conviene tener en cuenta que nuestras democracias han triunfado mientras han apostado por los derechos individuales y las libertades económicas, manteniendo un equilibrio con el sistema político que hemos llamado socialdemocracia. Pero el marxismo nunca se fue. Sus ideas se han readaptado incluso a las innovaciones tecnológicas. Hoy están incluso mejor organizados y disponen de más medios que nunca, alineados además con otras realidades, el famoso cruce de secta con asociación de malhechores que nos enseñó Aleksandr Wat.
No se presentan estéticamente como Che Guevara, los más determinantes hoy visten Prada o Hermés. Tampoco es novedad. Sus predecesores tuvieron la misma adicción al poder y el dinero. Nadar en la opulencia mientras tienen distraídos con algún tipo de fervor revolucionario al resto de mortales. Ayer la lucha de clases, hoy el género, el holocausto climático o la imperiosa e inexcusable necesidad acoger en Europa a millones de personas completamente ajenas a ella y acabar convirtiendo Occidente en una especie de Aeropuerto donde ellos son, por supuesto, son la autoridad.
Sólo el paso del tiempo nos dirá si el marxismo contemporáneo sigue evolucionando y nos alumbra un nuevo desastre o es finalmente vencido. En EE.UU. los marxistas Harris y Walz han sufrido un duro revés, pero no solamente ellos. La Casa Blanca siempre ha dado la sensación de sede del Gobierno de Occidente, y en gran medida lo es, así que la victoria del innombrable republicano ha sido un poco la victoria de la razón. Veremos en qué se concreta, pero por ahora el cambio en la Casa Blanca ha sido un traspiés esperanzador para quienes creemos en la libertad y también en la verdad.
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