No me refiero a la gloriosa flotilla dirigida a aliviar a los atribulados habitantes de Gaza porque se ha tomado más tiempo del razonable en acercarse a la costa destino, como si el Mediterráneo fuese una especie de selva amazónica, sino a un libro que está dando qué hablar porque intenta poner patas arriba el desempeño de la izquierda cuando gobierna. Han descubierto, no sin mi asombro, que a la izquierda le gusta más regular que producir riqueza para todos y que eso se traduce, mayor pasmo por mi parte, en que la gente viva peor.
Es cierto que la actitud más frecuente en la izquierda de ahora mismo no es la que toman Ezra Klein y Derek Thompson al escribir Abundancia: Cómo construimos un mundo mejor que ha publicado en español Capitán Swing, porque la mayoría de los llamados teóricos progres prefieren insistir en lo que les parece más evidente, en que hay que consumir menos, porque el planeta se agota, y en que hay que acostumbrarse a vivir con extrema sobriedad, sin consumismos, porque cualquier ambición produce desigualdades e injusticias.
Incluso los más aguerridos defensores del izquierdismo regulador tendrán que reconocer que las reglamentaciones encarecen hasta el delirio la construcción de viviendas o el precio de los automóviles, de manera que las políticas destinadas a la vivienda social, que es como las llaman, se ahogan en un mar de regulaciones
Tiene mérito, por tanto, que estos periodistas norteamericanos se atrevan a decir lo contrario, algo que yo resumiría con una cita literaria, que los buenos sentimientos producen mala literatura. Me corrijo, porque no creo que el empeño en regular, redistribuir y castigar al más rico sean consecuencia directa de ningún buen sentimiento, me parecen, más bien, una derivada directa de dos malas pasiones, de la envidia y del anhelo que cualquier poder siente por expandirse indefinidamente.
Nuestros autores no han descubierto que el comunismo no funciona, cosa que ya se sabía, sino que los ersatz de izquierda dizque moderada tampoco van más allá. Podrían, pese a ser norteamericanos, haberse fijado un poco en Europa, campeones mundiales de la regulación y auténticos plusmarquistas en destruir industrias boyantes, como la del automóvil y en no enterarse de por dónde van los tiros de la transformación tecnológica, pero han preferido fijarse en ejemplos de los EEUU que les pilla más a mano.
Es bastante simple entender que las medidas proteccionistas y la abundancia de legislación se constituyen en un obstáculo, con frecuencia insalvable, para que se puedan producir bienes que son necesarios, tales como la vivienda o las infraestructuras públicas. De hace unos años recuerdo que el ministerio de Borrell tuvo bastante tiempo al pairo la construcción de la variante de la nacional IV al descender desde la capital al valle del Tajo con el piadoso propósito de defender a una colonia de inocentes mariposas que, en uso de su albedrío, revoloteaban por la zona.
No es que defienda cometer genocidio, ahora que tanto se lleva el término, con las pobres mariposas, pero no está mal recordar que debiera haber un equilibrio entre el cuidado del medio ambiente y la construcción de infraestructuras esenciales para que los ciudadanos, también los votantes de la izquierda, puedan vivir un poco mejor. En Madrid, el benemérito alcalde prometió modificar la normativa de su antecesora para defender la posibilidad de que coches menos cool que los eléctricos accediesen al centro de la ciudad, pero el resultado ha sido que Madrid puede presumir de estar en la avanzadilla de una legislación proteccionista y… que se mueran los feos, que no quede ninguno, ya se sabe que los programas a la alcaldía de Madrid se hacen para no cumplirlos. Lo estableció Tierno que a estos efectos es una especie de doctor de la iglesia municipal.
Incluso los más aguerridos defensores del izquierdismo regulador tendrán que reconocer que las reglamentaciones encarecen hasta el delirio la construcción de viviendas o el precio de los automóviles, de manera que las políticas destinadas a la vivienda social, que es como las llaman, se ahogan en un mar de regulaciones que defienden objetivos todavía, al parecer, más excelsos que el de hacer posible que mucha gente que no puede pagarse una vivienda al precio del mercado tenga posibilidad de obtenerla. Seguramente será mi malignidad la que me haga pensar que si se pudiesen construir viviendas que ahora no se construyen, el mercado libre se desinflaría, pero el núcleo de la crítica de estos nuevos progres está precisamente en que la abundancia de buenos deseos obstaculiza la consecución de los más básicos, en la California en que ellos se fijan y en Matalascabritillas del Duque, territorio forgiano pero no del todo imaginario en el que sobra casi tanto terreno como demenciales regulaciones de todo tipo (me han dicho que las ovejas tendrán que tener DNI electrónico, pero no acabo de creerlo).
Para la izquierda tendría que ser un drama que los Estados se hayan convertido en grandes obstáculos burocráticos de cualquier iniciativa al tiempo que se han hecho incapaces de proporcionar lo que mucha gente necesita, sea vivienda, sanidad o financiación para tener iniciativas que permitan poner coto a la pobreza.
Todo esto debiera estar muy claro para la derecha política, pero me temo que se han acostumbrado tanto a seguir la senda del clientelismo aborregado y la demagogia que no acaban de caer en la cuenta. Tal vez esto explique que España sea ya casi el único lugar en el que son posibles gobiernos de izquierda tradicional, es decir intervencionistas hasta las trancas. Es una buena noticia, por tanto, que unos periodistas progres se hayan atrevido a poner en solfa la gramática del intervencionismo, a recordar que la izquierda debiera ser valorada no sólo por sus neblinosos ideales sino por su capacidad de obtener resultados y puede que estos señores se hayan caído del caballo a la vista de que corren tiempos nada halagüeños para los demócratas de EEUU y para el regulacionismo burocrático en todas partes, habría que añadir.
En España tenemos el ejemplo abrasador del empeño de Sánchez y sus cuates en acabar con la energía nuclear con lo que han conseguido que en lugar de energía barata y abundante tengamos problemas de abastecimiento, no olviden el apagón, y estemos lastrados para atraer industrias y localizar centros de datos que tanta importancia van a tener en el futuro de la IA. Se disculparía el error si fuese cierto, como se creyó durante un tiempo, que los riesgos nucleares fuesen mayores de lo que son, pero visto lo visto sólo queda el vulgar dogmatismo que, además, rinde tributo a la ignorancia voluntaria porque existen medios de sobra para librarse de esa ceguera. El caso es, y termino, que me temo haya pocas posibilidades de que la izquierda española comience a explorar ideas como las de nuestros autores, les va demasiado bien con esa izquierda cerril y dogmática capaz de creer en aventuras tan ridículas como la del envío del buque Furor a combatir las amenazas que pudiera padecer la flotilla humanitaria, aunque eso sí sin gastar pólvora porque da corte.
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