El reciente acuerdo de paz (o, más exactamente, de cese del fuego con intercambios de prisioneros y compromisos de reconstrucción) entre Israel y Hamas en Gaza supone un hito con múltiples implicaciones —no solo para Oriente Medio, sino para el equilibrio del discurso público en Occidente. En un momento en que fuerzas oscuras del activismo radical —internas y externas— aspiran a alimentar divisiones sociales profundas en Europa, este pacto tiene el potencial de trastocar sus estrategias de polarización.

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Importancia y características esenciales del acuerdo

Aunque aún es prematuro afirmar que sea definitivo, el acuerdo contiene varios elementos claves cuyo potencial impacto merece ser destacado:

  1. Cese del fuego y liberación de rehenes/prisioneros
    Uno de los componentes más visibles del acuerdo es el mecanismo de intercambio: liberaciones de prisioneros palestinos a cambio de rehenes israelíes, con garantías de supervisión internacional. Esto crea un espacio inmediato de desescalada real, algo que en conflictos tan simbólicos suele ser lo más difícil de lograr.

  2. Retirada gradual de tropas israelíes y confinamiento de operaciones militares
    El acuerdo prevé que Israel comience a retirar fuerzas de Gaza a líneas establecidas, paralelamente al cese de sobrevuelo militar y bombardeos intensivos en ciertos sectores. Esta medida apunta a restituir un mínimo de normalidad en la vida civil y a abrir corredores humanitarios.

  3. Apertura humanitaria y reconstrucción
    Se prevé un aumento sustancial del paso de ayuda humanitaria —camiones con alimentos, combustible, medicinas— para atender a la población devastada por meses de bombardeos intensos. La reconstrucción física e infraestructura básica será una tarea ardua, pero el compromiso de acceder a ella es un componente esencial para estabilizar la situación.

  4. Supervisión internacional / garantes neutrales
    El acuerdo incorpora mecanismos de supervisión externa (por ejemplo por la ONU, países garantes como Egipto, Catar, otros actores regionales) para asegurar que los compromisos se cumplan de buena fe. Esta dimensión de garantía externa es vital: sin confianza mínima entre las partes, el pacto sería frágil desde el inicio.

  5. Plan de fase media hacia “calma sostenible” y, eventualmente, más allá
    El texto no ignora que no todos los temas pueden resolverse de golpe. Se piensa en fases sucesivas: la primera centrada en el cese y los intercambios, la segunda en apertura más amplia, la tercera en abordar el estatus final de Gaza, desarme o reinventar gobernanza. Esta gradualidad es un pragmatismo necesario para evitar que los actores extremos frenen todo desde el primer obstáculo.

  6. Potencial impulso a una solución de dos Estados
    Aunque el acuerdo no abarca todos los elementos del conflicto israelí-palestino (Jerusalén, fronteras definitivas, derecho de retorno, reconocimiento diplomático pleno, etc.), proporciona un nuevo punto de arranque diplomático para relanzar el horizonte político de dos Estados. Lo mencionan actores internacionales como la ONU al saludar el pacto como “vía hacia la autodeterminación palestina”.

Ese acuerdo y el desconcierto del activismo radical europeo

Para entender cómo este pacto puede “descolocar” —y de hecho ya está alterando— las estrategias del activismo radical europeo (y sus instigadores externos), conviene repasar primero cuál ha sido ese modus operandi:

  • En los últimos años, grupos radicales o identitarios en Europa han explotado el conflicto israelí-palestino como uno de sus “caballos de Troya” ideológicos: lo usaban como coartada para sembrar odios, estigmatizar minorías musulmanas europeas, cuestionar el orden liberal, y erosionar la idea de democracia plural en favor de narrativas de “guerra civil cultural”.

  • A menudo estos grupos han sido estimulados, financiados o apoyados indirectamente por redes rusas de influencia, que buscan debilitar —por división interna— la cohesión de las sociedades europeas. La táctica de “divide y vencerás” rusófoba (o más bien “crisis inducida”) está bien documentada: fomentar redes de desinformación, amplificar resentimientos identitarios, respaldar movimientos populistas y radicales.

  • En ese escenario, el conflicto palestino-israelí ha sido un escenario simbólico ideal: moviliza emociones muy potentes, permite reclamos morales absolutos, e incluso legitima discursos anti-occidentales “en nombre de la justicia”.

Pero el acuerdo de paz, aunque parcial y frágil, altera las reglas del juego simbólico:

  1. Desactiva la narrativa del “eterno conflicto”
    Los radicales necesitaban que el conflicto estuviera en un estado de perpetua polarización, con crisis constantes como combustible de movilización. Si se logra —aunque sea temporalmente— un espacio de tregua y negociación creíble, la narrativa apocalíptica se debilita: no todo es guerra, no todo es catástrofe irreversible. El espacio para la reconciliación política vuelve a abrirse, y eso es un golpe al discurso del enfrentamiento absoluto.

  2. Deslegitima los discursos maximalistas en Europa
    Quienes reivindicaban medidas extremas (cancelaciones de relaciones diplomáticas, boicots permanentes, discursos binarios “Israel bueno / Palestina víctima absoluta”) pierden terreno moral cuando las partes reales hacen concesiones y compromisos concretos. Los radicales europeos que pregonan que solo la resistencia sin diálogo es legítima quedan expuestos como ideólogos impermeables a la realidad política.

  3. Dificulta la instrumentalización de la población musulmana europea
    Un componente frecuente del activismo identitario ha sido presentarse como paladines del “mundo musulmán” frente a “Occidente infiel”. Si el conflicto palestino-­israelí empieza a tener vías políticas creíbles, la instrumentalización simplista de las comunidades musulmanas como “sublevadas” frente a Occidente pierde atractivo. Se plantea una posibilidad de ciudadanía más normalizada, diálogo legítimo y reequilibrio político.

  4. Rebaja el rendimiento propagandístico de los instigadores exteriores
    Actores como Rusia han invertido esfuerzos en amplificar fracturas internas: los radicalismos identitarios —de izquierda y de derecha— han sido canales preferidos. Un acuerdo creíble de paz erosiona el mantra de que “el mundo occidental es un bloque hostil y dividido” y debilita la narrativa de que las democracias liberales son instituciones moribundas bajo asalto. Si el sistema político logra articular una salida negociada, el argumento “Occidente está en descomposición” pierde fuerza.

  5. Obliga a los estados europeos a reposicionarse políticamente
    Si los países europeos deciden respaldar activamente la implementación del acuerdo (mediante financiamiento, diplomacia, reconstrucción), se refuerza el papel constructivo del Estado frente al activismo extraparlamentario. Eso obliga a los radicales a confrontarse no solo con discursos extremos, sino con logros institucionales reales que ofrecen resultados concretos.

En suma, el acuerdo de paz no es solo un respiro humanitario para Gaza; es un instrumento simbólico y práctico que redefine la correlación de fuerzas en el campo del discurso político europeo.

Riesgos, condiciones y desafíos pendientes

Por supuesto, este pacto no está exento de riesgos, y su éxito no está garantizado. Entre los factores que determinarán si esta ventana se convierte en una transformación real están:

  • La voluntad política sostenida de todas las partes (Israel, líderes palestinos, actores regionales). Si alguno sabotea o abandona compromisos por presiones internas, el pacto puede colapsar.

  • La supervisión internacional creíble, con mecanismos verificables y sanciones por incumplimientos. Si el acuerdo queda en papel mojado, los radicales podrán gritar “engaño” y volver al ruido.

  • El desarme progresivo del brazo armado de Hamas (o su transformación) y la reintegración política bajo nuevas fórmulas. Si el proceso queda en “paz congelada con fuerzas paramilitares”, será terreno fértil para nuevas rupturas.

  • La reconstrucción efectiva y rápida: si la población de Gaza sigue padeciendo escasez, miseria y destrucción sin mejoras tangibles, el desencanto puede alimentar nuevos extremismos.

  • La expansión del horizonte político más allá de Gaza: el pacto tiene que conectar, tarde o temprano, con los demás elementos del conflicto (Cisjordania, Jerusalén, derechos civiles, reconocimiento diplomático). De lo contrario será un remiendo temporal.

  • La resistencia de los actores radicales internos: aunque descolocados, no desaparecerán. Intentarán infiltrar la narrativa de “traición”, “abandonar la resistencia”, o “acuerdo injusto”. Esa ofensiva discursiva debe ser anticipada y contrarrestada.

Conclusión

El acuerdo de paz en Gaza, aunque parcial, es un momento disruptivo. Tiene el poder de coronar una transformación simbólica: pasar del ciclo eterno de guerra al terreno de lo negociable. Esa transformación —de tensión perpetua a construcción política— contradice frontalmente los escenarios que estimulaban los activistas radicales europeos y sus posibles instigadores externos. En vez de una narrativa apocalíptica y polarizada, abre una narrativa de esperanza política, reconstrucción y convivencia.

Si Europa sabe interpretarlo y respaldarlo (no solo diplomáticamente, sino con palabra pública, medios, educación), puede empezar a cerrar los espacios que los radicalismos identitarios y las redes de influencia extranjera usaban como puertas traseras al desorden interno. Este acuerdo no es una solución terminada al conflicto israelí-palestino, pero sí puede convertirse en uno de los pilares de un repliegue del radicalismo y una reafirmación de la política como instrumento de paz.

*** Marcelo Langarica

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