España envejece, y es una tendencia que no varía sino, acaso, para hacerse más acusada. Envejecer es una buena noticia desde el punto de vista individual, especialmente si se tiene en cuenta la alternativa. Pero desde el punto de vista social, la cosa no está tan clara. Una de las consecuencias que tiene el envejecimiento es que la población nativa remite, y ello tiene consecuencias que van mucho más allá de la cuestión estrictamente económica.

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De modo que envejecemos. Y eso, ¿qué quiere decir? ¿Cómo será la España de dentro de dos, tres décadas. Caixabank Research se ha hecho las mismas preguntas, y vamos a ver cuáles son sus respuestas. En primer lugar, vamos a ver cuál es la situación. La tasa de fertilidad es de 1,1 hijos por mujer, y necesitamos tener uno más de media para que la población se mantenga sin movimientos migratorios. Eso quiere decir que la población nacional, sin una aportación de inmigrantes, está llamada a menguar. En términos demográficos, es una disminución muy acelerada. De modo que la alternativa a un decaimiento demográfico es la llegada de personas de otras procedencias, y de otras culturas. El futuro es una España con menos españoles, y por tanto, menos española de lo que es. Nada que no hayamos vivido en los veinte últimos años.

Una España envejecida será menos española, y no está claro que sea más rica. El crecimiento, en los últimos años, lo debemos a que hemos acogido a más personas; o al menos han venido aquí a vivir. No ha habido una mejora de la productividad ni, por tanto, de los salario

La buena noticia es que la esperanza de vida ha aumentado. Recientemente, una publicación científica concluye que el aumento de la esperanza de vida no llegará a la vecindad de los cien años. Aunque haya personas que superan el siglo, hay ciertos imponderables de la biología que imponen un límite a la esperanza de vida. Bien, nada que no sepamos. Pero hay terreno por ganar a la esperanza de vida, que ya se sitúa en los 84 años; una edad muy avanzada.

A partir de aquí, ¿qué cabe esperar? Lo primero que nos viene a la cabeza es el sistema de pensiones. Tenemos un sistema en el que “las generaciones que trabajan financian a las jubiladas”, como dice el autor del informe, Josep Mestres. Así las cosas, la tasa de dependencia, que es el cociente entre la población jubilada y la que soporta la jubilación, no hace más que subir. Una forma de corregir ese aumento de la tasa de dependencia, que en España es de cerca del 60 por ciento, es reducir el numerador y aumentar el denominador, elevando la edad de jubilación. A eso vamos.

Otra opción es elevar la tasa de natalidad. Pero nos advierte el informe: “Las políticas públicas que reduzcan el coste de tener hijos pueden ayudar a fomentar la natalidad, pero en general tienen un impacto muy limitado y, como afirma la OCDE en su último Employment Outlook, ni las mejores políticas conocidas llevarían la tasa de fertilidad al nivel de reemplazo. La natalidad, asimismo, solo empezaría a impactar en un horizonte más allá de 2050, puesto que no cambiará la realidad demográfica de la población en edad de trabajar para los próximos 25 años”.

Otro apartado del informe estudia el efecto sobre el crecimiento. Si la población que es más productiva, a partir de los 25 años, y hasta la edad de jubilación, va a ser menor, el crecimiento también lo será. No hay que ser premio Nobel para entenderlo. Si vamos a ser menos trabajadores, ¿vendrá la productividad a rescatarnos? Si somos capaces de aportar más valor por hora trabajada, podemos compensar la disminución en la población trabajadora. El informe no es muy optimista al respecto. Yo lo soy más; creo que el proceso de creación de valor es abierto, que no está encajonado en un límite de valor por persona. Pero España no ha mejorado su productividad en los últimos 20 años. Y no vamos a cambiar nuestro modelo, por más que nos ahogue. Así que, así visto, creo que debemos ser pesimistas.

El crecimiento en la productividad necesita acumulación de capital. Y ésta necesita ahorro con que financiarla. ¿Qué pasará con el ahorro? Sabemos que el modelo del ciclo vital se cumple. Ese modelo dice que el ahorro se plasma como una U invertida. Es bajo en los primeros años de la vida, y de nuevo cuando llegamos a la jubilación. Y es alto en los años en que somos más productivos. Pero sabemos que la población, en esos años, va a ser menor.

Pero no es necesariamente así. Nosotros tenemos la capacidad de adaptar nuestro comportamiento a circunstancias cambiantes. De modo que, como dice el informe, “si las personas desean mantener una calidad de vida estable a lo largo de una jubilación más larga, como postula la teoría del ciclo vital, entonces una mayor esperanza de vida debería espolear un incremento del ahorro en los años de actividad laboral”.

El informe no entra en otras consideraciones. Pero, como no somos un banco, aquí tenemos más libertad para entrar en ellas. El sistema de pensiones es una gran promesa, a la que el Estado empieza a faltar, década a década. Lo hace tan lentamente, que casi ni lo entendemos. Pero el resultado es inevitable.

Podemos hacer como Vetusta Morla, la tortuga sabia y desesperanzada de La historia interminable, y asumir un negro futuro como un destino inexorable. Pero lo previsible es que un porcentaje creciente de la población asuma lo que le espera, y se adapte intentando crear un patrimonio que le sostenga cuando su capacidad de generar ingresos por trabajo, o su deseo de hacerlo, sea mucho menor.

Una España envejecida será menos española, y no está claro que sea más rica. El crecimiento, en los últimos años, lo debemos a que hemos acogido a más personas; o al menos han venido aquí a vivir. No ha habido una mejora de la productividad ni, por tanto, de los salarios. Confío en que en parte mejorará la situación, pero no creo que la situación cambie radicalmente.

Foto: Tamara Govedarovic.

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