Este miércoles se cumplieron 80 años de la publicación del libro Camino de servidumbre, de Friedrich A. Hayek. El libro ocupa un lugar peculiar en la extensa bibliografía del economista y filósofo vienes. Se publicó en 1944, cuando el autor tenía 45 años y era un reputado economista. No era ya el número uno de Gran Bretaña, como había sido tras su llegada a la London School of Economics, porque la “avalancha keynesiana”, como lo llamó McCormick, lo arrastró. Pero seguía siendo un economista con una obra teórica muy importante.

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En esos años sus intereses empezaban a girar hacia intereses más generales. De hecho, se adentró en un proyecto titulado Abuso y declinar de la razón, que le llevó a considerar una multiplicidad de cuestiones que iban desde la psicología teórica a la epistemología, de la historia de la filosofía a la emergencia del nacionalismo y del socialismo, de la historia a los fundamentos de las ciencias sociales. Quizás por ser tan ambicioso, el proyecto quedó inconcluso.

Camino de servidumbre, y el ejemplo de Venezuela, nos deberían ayudar a abrir los ojos respecto de lo que está pasando en España en septiembre de 2024

Pero eso no supuso que sus esfuerzos fueran completamente yermos. Fruto de sus investigaciones fueron varias de las obras más destacadas de Hayek, como son los ensayos Individualismo, verdadero y falso (1946), El cientismo y el estudio de la sociedad (1941), La contrarrevolución de la ciencia (1941) Y Comte y Hegel (1951). Estos tres últimos se publicaron en un libro en 1952.

También fruto de ese esfuerzo cristalizó en Camino de servidumbre. Este libro sería la cuarta parte del proyecto Abuso y declinar de la razón, en el que trataba las ideologías contrarias a la razón y a la sociedad abierta.

Por razones que me cuesta entender, el propio Hayek rebaja la importancia de ese libro. Dijo posteriormente que era un “libro político”. Es verdad que en comparación con sus obras anteriores y posteriores, tiene un status científico menor. Siempre he dicho que era el peor de sus obras, para añadir a continuación que era muy bueno.

Pero he tenido que revisitar esta obra y la verdad es que no sólo merece crédito desde el punto de vista científico, sobre todo por su investigación sobre la planificación económica y sobre los orígenes del nacionalsocialismo, sino que aguanta el paso de los años. Las ocho décadas que han transcurrido desde septiembre de 1944 no sólo no han mellado su importancia, sino que han demostrado que incluso bajando al terreno de la sociología, si así podemos llamarlo, Hayek tenía una visión penetrante y duradera.

Es curioso que Hayek entendiera que este libro contribuyera a su descrédito como economista, arrostrado por el tsunami keynesiano. Porque sólo hay que leerlo y hacer lo mismo con otros libros más claramente “políticos” del propio Keynes, y es fácil de comprobar que, aunque los del de Cambridge fueron siempre buenos libros, no tenían la profundidad intelectual que mostraba Hayek ya en esta obra. Por cierto que Keynes mostró su admiración por este libro de su colega, como Hayek había visto a Keynes como un héroe por su libro-político Las consecuencias económicas de la paz.

Friedrich A. Hayek era un hombre conocido en los círculos académicos, pero Camino de servidumbre hizo que el hombre de la calle conociese también su apellido. Convirtió un libro de no ficción, duro de leer en algunos pasajes, en un auténtico best seller. El Reader Digest hizo una versión abreviada que fue aún más exitosa. A esta fecha, el libro ha vendido más de 2,25 millones de ejemplares, y sigue mereciendo el interés de los lectores.

La interpretación más común de ese libro es que Hayek planteó una suerte de bola de nieve siempre creciente, creada por la intervención. Si un gobierno recalaba en la planificación económica, crearía problemas que con una ideología intervencionista acabarían por llevar al gobierno a adoptar nuevas intervenciones, en un camino que sólo da pasos en un sentido, el de un creciente socialismo, pero no en el otro. Por otro lado, con una economía sometida a una planificación central, las decisiones de los ciudadanos son sustituídas por el dueño de todos los medios económicos, que es el Estado, y la democracia deviene imposible. Habría un camino inevitable de una economía de mercado a una sociedad bajo el yugo de un Estado totalitario.

Por supuesto, Hayek nunca dijo eso. Una cosa es que haya ciertas tendencias que respondan a una lógica interna, y otra que una sociedad sea víctima de automatismos como ese. Lo que sí sugirió el autor es que una democracia sólo es viable a largo plazo con una economía mayoritariamente basada en los acuerdos voluntarios.

La actuación de los políticos, aunque sea sobre una tecnología de cambio de gobierno basada en el cómputo de votos y su traslación a un parlamento, no puede alcanzar a la totalidad de los ámbitos de actuación de los ciudadanos. Tiene que haber un ámbito propio, en el que los ciudadanos decidan sobre su propiedad y estén sometidos a unas leyes. De este modo, la acción política tiene un freno en el ámbito que queda bajo el amparo de la primacía del Derecho.

En definitiva, hay una vinculación lógica entre la libertad económica y la democracia (o la libertad política) que quizás no sea automática, pero que es muy poderosa. Hoy sabemos hasta qué punto eso es así, gracias al penoso ejemplo de Venezuela. Carlos Andrés Pérez llevó a cabo el sueño de Rómulo Betancourt de nacionalizar el petróleo. CAP, como se le llamaba, gobernó sobre lo que todavía era una democracia, aunque sumida en una indecible corrupción.

Pero el hecho de que el petróleo estuviese en manos del Estado cambió los incentivos políticos. El oro negro se convertía en una golosina con la que cualquier político podría comprar votos, en un esquema que parecía no tener fin. Hugo Chávez lo tenía claro. Dio un golpe de Estado, y fracasó. Triunfó luego en las urnas, empezó a comprar votos con los ingresos del petróleo, y logró que el juego democrático fuese una farsa. La economía se despeñó por el socialismo y el autoritarismo, y hemos llegado a la perfección del modelo del socialismo del siglo XXI, en el que una tiranía se niega a reconocer una apabullante victoria electoral de la oposición, mientras el país yace en ruinas.

En un importante, juicioso y erudito artículo sobre los 80 años de Camino de servidumbre, Samuel Gregg sugiere que lo que hizo Hayek en esas páginas era actualizar el mensaje pesimista de Alexis de Tocqueville. Y hace mención del “efecto trinquete”. Esta expresión fue acuñada por el historiador Robert Higgs, y se refiere al hecho de que, en la democracia estadounidense, los aumentos en el gasto público iban en un sentido, pero no en el contrario.

Camino de servidumbre, y el ejemplo de Venezuela, nos deberían ayudar a abrir los ojos respecto de lo que está pasando en España en septiembre de 2024. No tenemos que irnos lejos. Como mucho, a una librería, real o virtual, a adquirir esta obra del economista y filósofo.

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