La ciencia, los científicos, siempre han jugado un importante papel en el desarrollo de nuestras sociedades modernas. Sus descubrimientos y avances nos han ayudado a comprender mejor nuestro universo, nuestra mente y nuestro cuerpo. Gracias a ello es posible, por ejemplo, la medicina moderna, cuyos avances han permitido que nuestra esperanza de vida haya dado un espectacular salto hacia adelante en apenas medio siglo. En nuestros días son cada vez más los temas, ya sea el cambio climático, el desarrollo sostenible o las nuevas energías, que sobrepasan ampliamente la competencia técnica de los administradores públicos. Los políticos necesitan el asesoramiento de los científicos e ingenieros para poder desarrollar planes y tomar decisiones con un alto potencial de convertirse en dramáticos errores, de no ser acertadas sus hipótesis de trabajo.

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Desde el famoso juicio tras el terremoto de L’Aquila ha quedado claro que la labor de asesoramiento científico plantea importantes problemas tanto en su valoración penal como de asunción de responsabilidades. En aquel juicio, el director del Departamento de Protección Civil italiano Bernardo De Bernardinis, fue finalmente condenado a dos años de prisión por homicidio negligente En aquel momento quedó fijado en la UE el principio general por el que quienes asesoran a otros a la hora de tomar una decisión deben proporcionar información completa y veraz sobre todos los hechos y aspectos relevantes para ello. Deben identificarse los riesgos y las incertidumbres, y los límites de previsibilidad deben comunicarse claramente. Solo si los asesorados tienen una base fáctica correcta e integral y pueden distinguir entre hechos y pronósticos (presunciones) y estimar qué tan alto es el margen de error de los pronósticos, pueden tomar una decisión responsable.

Todo parece indicar que Unión Europea está dispuesta, en el marco de su “Green Deal”, a desarrollar un “modelo de predicción” —un gemelo digital— del mundo para mostrar con él los efectos de los desafíos sociales y ambientales y la efectividad de las medidas propuestas. Para este propósito, entre otras cosas, se establecerá un centro de computación de alto rendimiento en la UE, en el que se puedan investigar fenómenos complejos utilizando ordenadores de última generación y gran capacidad de cálculo. Es así como la Comisión Europea quiere proporcionar a los responsables de la toma de decisiones una herramienta estandarizada que se puede utilizar en campos tan diversos como la protección contra desastres naturales, la planificación de presas, diques o el diseño de parques eólicos.

El desmantelamiento de nuestra prosperidad y la transformación de nuestra sociedad en un nuevo paraíso socialista campesino no es algo que a los ciudadanos les atraiga particularmente, por lo que los medios políticos para imponer una supuesta falta de alternativas imponen la teoría de un apocalipsis inminente

Lo que los ciudadanos europeos de “a pie” ignoran, es que, hoy en día, no existen estándares para los cálculos y simulaciones de modelo. Además de estandarizar los instrumentos utilizados, que hacen posible la comparabilidad de los datos en primer lugar, también se deben introducir nuevos elementos cualitativos. El “gemelo digital” de la Tierra debería ir mucho más allá de las capacidades de los sistemas anteriores y contener estándares de calidad que mejoren significativamente la significancia de los datos. Sólo ello permitiría una evaluación objetiva de los datos. Al mismo tiempo, también garantizará que los científicos asuman la responsabilidad de la calidad de sus resultados.

En teoría todo esto suena muy bien. Los problemas comienzan en el momento en que la ciencia se ve subordinada a los objetivos de la política o, como es el caso actualmente en asuntos tan variopintos como las políticas de género, los planes de hacienda, la clientelización de minorías o el mismo clima, incluso utilizada como arma arrojadiza en la lucha por el poder político. Si el conocimiento científico no coincide con lo que se desea políticamente, se ignorará. Si hay científicos “rebeldes” que ponen en tela de juicio los postulados aceptados por la política, serán desacreditados. Todos los medios de presión serán usados específicamente como armas (políticas) para silenciar a los disidentes.

Los métodos son conocidos: manipulación a través de desinformación, difamación y descredito. Si el debate en torno al cambio climático se centrase realmente sobre cuáles son las causas del mismo, sus posibles consecuencias ciertas y las medidas objetivamente más efectivas, todas las voces críticas, como es habitual en la ciencia, serían expresamente bienvenidas. Sin embargo, hay una red de conocidas publicaciones que han acordado no publicar textos u opiniones contrarias a la teoría predominante.

Muchos científicos y divulgadores viven hoy con el sambenito de «negacionistas», únicamente con el fin de identificarlos y excluirlos del debate. Estos métodos y expresiones no solo muestran una clara falta de actitudes democráticas liberales, también dejan claro que en el debate sobre el cambio climático no se trata de resolver un problema grave para la humanidad, sino de implementar un cambio de sistema político y económico. El cambio climático es apenas un instrumento para forzar la transición hacia una economía planificada ecosocialista. Ciertamente, el desmantelamiento de nuestra prosperidad y la transformación de nuestra sociedad en un nuevo paraíso socialista campesino no es algo que a los ciudadanos les atraiga particularmente, por lo que los medios políticos para imponer una supuesta falta de alternativas solo pueden cobrar la apariencia de un apocalipsis inminente.

En este juego de poder, la ciencia se degrada a escudera de esas fuerzas políticas cuyo propósito es imponer de nuevo un sistema que ya se ha demostrado obsoleto y liberticida. No se dan cuenta estos científicos-activistas que, si en algún momento la realidad contrariase el dogma político-científico que defienden ahora, todo su trabajo hasta ese momento será ignorado. Si fallan las previsiones, o el experimento sociopolítico, los héroes científicos de hoy serán los tontos de mañana. Recuerden a Bernardo De Bernadini. Porque haber asesorado mal, tendrá consecuencias.

Foto: Taras Chernus


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