Los prestidigitadores suelen tener la sana costumbre de espaciar sus actuaciones ante el mismo público porque sus números acabarían aburriendo si se pudiesen ver varias veces por semana. Lo mismo cabría decir de cualquier otro artista o personaje excepcional, no hay nada más fácil que cansarse viendo que las cosas se repiten.
En política ese criterio no siempre se respeta con la debida prudencia. Por ejemplo, nuestros diputados parecen disfrutar como niños repitiendo cada muy pocos días los numeritos de control al Gobierno y, más si cabe, riéndose de las evasivas y desconsideradas respuestas de Sánchez y sus ministros.
Sánchez sabe que el hastío del público va por barrios y que los suyos no se cansan de oírle porque están no a la soflama sino a la crema
El caso de Sánchez es, en todo caso, espectacular, recuerda a veces a ese conejo de los anuncios al que le ponían unas pilas interminables y no cesaba en hacer sus monerías, siempre seguía funcionando cuando el resto de los lepóridos caía derrotado por la ausencia de energía voltaica. Sánchez sigue, jamás se agota y lo más notable es que se ha especializado en vender las mismas paparruchas haciendo gala de esa capacidad de invención tan suya.
No sé si algún historiador se afanará en el futuro en hacer una relación completa de las salidas de pata de banco de Sánchez, de sus promesas vacías, de su inaudita capacidad para decir, sin inmutarse lo más mínimo, lo que sabe que nadie le va a creer, empezando por los suyos. Como sumo practicante del “ande yo caliente y ríase la gente” no tiene el menor reparo en sugerir arreglos inmediatos del problema de la vivienda, de proponer fantasiosas reformas de la Constitución o de asegurar que a los españoles las cosas nos van de cine cuando es un clamor la certeza de que vivimos bastante peor que hace unas décadas, mucho peor, desde luego, desde que este personaje tan creativo y audaz ocupa la presidencia del Gobierno.
Sánchez carece de cualquier sentido del ridículo y, desde luego, ostenta un desprecio memorable hacia aquellos que puedan recordarle que nada de lo que dice es medianamente consistente con los datos relevantes que, por desgracia, casi nunca están en la mente de todos.
La lógica más elemental es destrozada por el lenguaje que practica que sólo busca, una y otra vez, salir del paso. Ha sugerido, por ejemplo, que Cataluña tendrá derecho a una financiación singular pero eso no le hace renunciar a la idea, repetida una y otra vez, de que todas las Comunidades Autónomas van a salir igualmente beneficiadas, y mucho, con ese plan catalán que se extenderá a cualquiera que lo reclame.
En este caso particular los políticos catalanistas que le apoyan ya saben que ellos sí verán sustanciosas singularidades, si Sánchez alcanza a perdurar lo necesario, y esperan que seamos el resto de los españoles los que nos dejemos engañar por semejante chaladura, porque todos seremos iguales, pero los separatistas catalanes, como pasaba con los cerdos jefes en la novela de Orwell, se saben y serán más iguales que los demás.
Sánchez sabe que el hastío del público va por barrios y que los suyos no se cansan de oírle porque están no a la soflama sino a la crema, al disfrute del poder que se apoya en semejantes bravatas y sabe también que sus continuadas y aburridas mentiras sublevan a sus contrarios, pero esa irritación es algo que le conviene ya que todo su circo se funda en la solidez del muro que ha levantado entre españoles, entre los suyos y fieles acompañantes y los demás. Que estos rabien no sé si le divierte, pero creo firmemente que le ayuda porque sobre ese cabreo le resulta más fácil mantener la ficción de que él y sus magníficas propuestas progresistas tropiezan con el odio, la envida y la ignorancia de sus adversarios y de los millones de personas que piensan como ellos.
En cierto modo, Sánchez ha conseguido una especie de milagro, un motor que se alimenta de manera continua de lo que él mismo produce, porque el odio que procura y genera encuentra una respuesta que le conviene, de la misma manera que un grado de frialdad e indiferencia le resultaría inconveniente.
Ya entiendo que este consejo puede dejar estupefactos a los que están hasta la coronilla de los disparates del sanchismo, pero no estaría mal que quienes ejercen de manera profesional el oficio de la oposición se preguntasen si la utilidad marginal de la indignación frente a las tropelías de este Gobierno desarticulado, disfuncional e incompetente y de su máximo representante no se combatirían mejor con ironía y apuntando a los muchísimos agujeros, perfectamente perceptibles, que se pueden encontrar en su gestión en lugar de acosarle con gestos desabridos e imputaciones que se repiten mil veces y que provocan de manera inevitable que Sánchez recurra a lo que mejor se le da.
En fin, es una idea, pero creo que no sirve de mucho repetir una y otra vez que Sánchez es un corrupto, que no pinta nada en Europa, que miente más que habla, porque esas y otras cosas del mismo cariz las conocen a la perfección una buena mayoría de españoles, mientras que preguntarle por cualquiera de las áreas de su trabajo como jefe del Gobierno que están completamente abandonadas y llevar al Congreso, y al Senado, los miles de casos en los que la inepcia del Gobierno, que es incluso mayor que su afición a dividir al país y a presentarse como el caudillo de una revuelta mundial contra el fascismo, tal vez podrían hacer más mella en su aire de líder perfecto e irreprochable.
En estas cosas, nada pequeñas muchas veces, se podría poner de manifiesto la absoluta inanidad de un Gobierno con veintitrés ministerios, si no cuento mal, y aunque seguramente tratarían de salir del paso con la cantinela habitual, o volverían a sacar la foto de Feijóo en el barquito, la opinión pública podría ver que, al menos, se intenta mostrar que en este Gobierno la distancia entre lo que hace y lo que dice hacer es sideral, se mire por dónde se mire.
He estado pocas veces en el Parlamento británico, pero creo que esa técnica de pillar al Gobierno en fallos habituales o excepcionales, es la que más se practica, me parece que porque unos y otros ciudadanos saben con certeza indubitable que el Gobierno y la oposición no se llevan nada bien.
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