Los datos de las encuestas parece que nos muestran que hay más de 32 millones de españoles que ven con asiduidad la televisión, más de un setenta por ciento. Varios porcentajes reparten su atención y su tiempo en las plataformas y sus redes sociales, y muchos combinan unos medios con otros en el llamado consumo multipantallas. Entre los que no suelen o no ven la televisión existe la percepción de que es imposible el debate con los asiduos televisivos, porque no hay modo de conversar sobre lo mismo. El producto televisivo está empaquetado y sellado en los despachos de los partidos, mientras que la conversación que transcurre en los consumos diversos sostiene una realidad diferente con un ángulo diferente.

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En junio de 2017 se produjo en España el espejismo de la profesionalización en la dirección de la RTVE con la aprobación por parte de los partidos políticos de una reforma para que el presidente del ente fuera elegido mediante concurso público y con la mayoría de al menos dos tercios del Congreso. Los partidos fueron incapaces de ejecutar la iniciativa. Llegó la moción de censura con Pedro Sánchez, y cómo no, mediante un Real Decreto validado en tiempo exprés por el Gobierno, se nombró a Rosa María Mateo como administradora provisional, que ahí sigue a pesar de que en febrero del año pasado anunció su dimisión cuando hubiera cambio de gobierno. De nuevo, y una vez más, la televisión pública con el dinero de todos, es un descarado altavoz del gobierno.

Partidos y medios, una estructura paralela

Este episodio ni es una casualidad, ni es una broma. La llamada representación política, de nuevo un eufemismo más que oculta el régimen de los partidos, resulta ser un programa que los candidatos no están obligados a cumplir, y así se comprueba elección tras elección. Los partidos políticos convertidos en mentores, representan al pueblo y lo tutorizan como si de un menor de edad se tratara. “El grado de estructura de los medios es paralelo al sistema de partidos”, describen Hallin y Paolo Mancini en “Sistemas mediáticos comparados: tres modelos de relación entre los medios de comunicación y la política”. Un estudio que compara los sistemas de comunicación de 18 democracias occidentales.

Los estados extienden su poder de influencia sobre los ciudadanos desde sus órganos partidistas, que apoyados firmemente en las redes clientelares, diseñan la conveniente polarización en la sociedad. De este modo no hay lugar para el debate público y abierto

Esta investigación propone un interesante enfoque teórico que explica bastante bien el contexto de connivencia entre los partidos y los medios, que no es algo particular de España, sino que está extendido por diferentes continentes. Los autores establecen varios efectos de este amigable paralelismo, que explican bastante las cosas que a fecha de hoy están ocurriendo. Los estados extienden su poder de influencia sobre los ciudadanos desde sus órganos partidistas, que apoyados firmemente en las redes clientelares, diseñan la conveniente polarización en la sociedad. De este modo no hay lugar para el debate público y abierto.

Este diagnóstico de Hallin y Mancini, explica de manera clara el paisaje mediático que ingerimos cada día con peor digestión. Con tanta “Transición hacia la Nueva Normalidad” transitable para zombis, es complicado encontrar una dieta informativa mínimamente sana. Afirmar que la opinión pública se ha convertido en un ansiado botín de la representación política, sería un buen titular para remarcar el razonamiento.

“Una noticia es aquello que alguien no quiere que se publique”, reza un dicho atribuido a muchos pero de origen desconocido, que emerge como un coloso iceberg porque muestra la dificultad que tienen los medios para ser creíbles y respetables. A nadie extraña la pérdida de confianza que ha sufrido la prensa en estos últimos años. Un estudio de Reuters Institute, distingue cómo ve la sociedad los medios, y cómo se ven ellos mismos. En EE.UU el 86% de los periodistas creen que la prensa vigila al poder, mientras que los estadounidenses solo lo creen en un 46%. En Chile, por poner otro ejemplo distante, lo piensan el 76% de los periodistas, mientras que solo el 36% de los chilenos confían en la prensa. Otros estudios apuntan en la misma dirección, que marca la pérdida de confianza y credibilidad en la prensa.

El auge de los medios digitales crece como lo demuestran las cifras. Según Warc Data, en 2020 los anuncios online representarán más de la mitad de la inversión publicitaria. Solo Facebook y Google recibirán el 72% de los ingresos por anuncios digitales en los cinco principales países de Europa. La publicidad tiene claro donde colocar sus ingresos. Esta confianza de los mercados está acompañada de la creciente desconfianza en los medios tradicionales. Ni los escándalos de reputación, ni el mercadeo con los datos de sus usuarios, que estalló con Cambridge Analytica, o el recientemente caso ocurrido con Zoom y su también trasiego de datos, han enturbiado su confianza.

Sostengo mis sospechas en torno a las plataformas y sus redes sociales, por lo que entiendo que los medios censuran y ocultan es cierto, pero que las redes denuncian y permiten la opinión abierta y discrepante, solo es parcialmente cierto. También son parte del entramado mediático. Las plataformas y sus redes se han convertido en medios, financiados por la industria tecnológica y avalados por los partidos. Los políticos ya no temen a los periodistas, temen a los directivos de las grandes plataformas. Ahí es donde se rasca el poder.

Van Dijck estudia a fondo este asunto en su obligada referencia “La cultura de la conectividad”, donde la investigadora holandesa ejemplifica el expansivo postureo de la llamada horizontalidad en las redes. Toda plataforma, desde Google a Facebook, pasando por Youtube, WordPress , Yahoo o Twitter, por citar solo algunas, exhiben sus tensiones entre lo que hacen y quieren sus usuarios, con lo que necesitan y pretenden los intereses corporativos de cada una de las plataformas, así como su diferentes dictados y sesgos ideológicos que las alimentan.

Uno de los últimos y recientes ejemplos lo tenemos con YouTube que ha encontrado la excusa que necesitaba para cancelar el polémico documental producido por Michael Moore “Planets of humans”, con más de ocho millones de visitas desde su entreno el mes pasado. Estrenado para el Día de la Tierra, el filme recibió severas críticas por cuestionar los beneficios de las energías renovables para solucionar la crisis del clima. No he podido verlo para juzgar con detalle su contenido, pero todo parece indicar que es la típica jugada del lobby activista verde frente a los documentalistas Moore y Gibbs, aunque la excusa oficial para suprimir el vídeo ha sido que “hubo un reclamo por incumplimiento de los derechos de autor por parte de un tercero”.

El periodismo veraz es una entelequia más, en la que nos podemos entretener un buen rato, incluso justificarla. Pero un periodismo riguroso necesita buenos profesionales, bien formados, que saben de lo que hablan, y saben de lo que escriben, que conocen e investigan los contextos en los que transcurre la actualidad, que o bien pueden trabajar con independencia en medios independientes, algo muy iluso, o deben emprender en sus propios proyectos. Pero el buen periodismo también necesitan buenos lectores, dispuestos a dedicar atención, tiempo y esfuerzo en la construcción de sus opiniones. El periodismo veraz exige profesionales que no quieran desinformar y sepan como hacerlo, y ciudadanos dispuestos a estar informados, algo que nadie regala.


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