La motosierra de Javier Milei ha hecho que se le ponga la carne de gallina a más de uno. En Argentina, ese país que lleva la riqueza en el nombre y en la historia y que vive hoy en la pobreza, la motosierra es una amenaza para la forma de vida de centenares de miles de personas. Fuera del país, esa metáfora del recorte del gasto también ha provocado inquietud. El temor no se debe a la posibilidad de que fracase, sino de que tenga éxito. ¿Exportará Milei motosierras por otros países?
Ya le hemos visto entregando una, simbólicamente, a Elon Musk. La última vez que vimos a Musk con un objeto poco habitual entre las manos fue con un fregadero de cocina, el primer día que entró en Twitter. Acabó despidiendo al 80 por ciento de los empleados, y hoy Twitter está mejor que nunca. Si Johannes Kaiser se convierte en el próximo presidente de Chile, no necesitará copiar al mandatario argentino; viene con la motosierra en la mochila desde mucho antes. Por cierto, que su hombre de confianza en el ámbito económico es Víctor Espinosa, otro discípulo del profesor español Jesús Huerta de Soto.
La rectificación del Derecho Administrativo y de la sopa de letras de las agencias estadounidenses y la eliminación, sin contemplaciones, de esa gruesa capa parasitaria adherida al Estado argentino no son una afrenta a la democracia, sino un paso necesario
Otros partidos están esperando sacar, al menos, la podadora. Alternativa por Alemania, por ejemplo. Vox… No, Vox no. Estos críticos del sistema son tan socialistas como él. O más. No; aparte de sacarse unas fotos con el peluca argentino, no tienen otro elemento en común con él. Al Partido Popular, liderado por ese entusiasta de los socialistas de los años 80’, ni se le espera. De modo que la motosierra podría ser el icono de una nueva era en la política económica.
Si a un lado del espectro ideológico (socialistas de izquierdas y derechas) el recorte del gasto produce espanto, parece que al otro debería causar admiración. Pero Javier Milei ha tenido siempre acerados críticos entre los liberales; en Argentina para empezar. Al parecer, Milei va a utilizar la dichosa máquina para cercenar todo tipo de libertades básicas, de la mano del movimiento derechista y nacionalista internacional, ese oxímoron. Bien, mientras llega ese uso sangriento del aparato, nos tendremos que conformar con el espectáculo del uso que está haciendo de él en el gasto público.
Javier Milei dijo recientemente que había recortado el gasto público en un 30 por ciento. Los datos corrigen su optimismo, pero no vamos a menospreciar un 26 por ciento de reducción del gasto público. El recorte más importante ha sido en las pensiones: un 14% en términos reales. También han caído la obra pública (76%), las transferencias a las provincias (70%), los subsidios económicos (37%), los programas sociales (41%), el gasto en personal (20%)… El 80 por ciento del recorte en el gasto lo concentran estas partidas: promoción y asistencia social, seguridad social, educación y cultura, energía, combustibles y minería, transporte y relaciones interiores. Y esto es sólo el comienzo.
Mientras esperamos a que se cumplan las críticas de los liberales a Milei y se recorten las libertades ciudadanas, tendremos que esperar también a que se cumplan las previsiones de los socialistas, de acuerdo con las cuales a estos recortes en el gasto social le seguirá una nueva oleada de pobreza, que parecería imposible teniendo en cuenta los niveles de miseria que se alcanzó con el Kirchnerismo.
Conocemos los datos de la primera mitad de 2024, y recogen un importante aumento de la pobreza: 11,2 puntos porcentuales de la población más que seis meses antes, hasta llegar al 52,9%. En definitiva, es imposible recortar gasto social, así llamado, y pensiones, y esperar que la pobreza no crezca a corto plazo. Pero el conjunto de la política del nuevo gobierno argentino está encaminado a favorecer la actividad en el ámbito privado, y que sea ésta la que reduzca la incidencia de la pobreza. Todavía no conocemos los datos del segundo semestre de 2024. Pero sí sabemos que los salarios reales han crecido un 12,7 por ciento a lo largo de 2024.
A Javier Milei le ha llegado una nueva crítica, y no es desde el campo “zurdo”, por utilizar su propia terminología. Carlos Martínez Gorriarán, uno de los más sensatos escritores de periódico que hay en España, le ha sacado tarjeta amarilla a este ex jugador de fútbol.
En defensa de las instituciones, se llama su artículo. El autor se prepara el terreno durante largos párrafos. La corrupción aquende. El sistema de contrapesos. Que si Acemoglu, que si Robinson. Y la burocracia. La burocracia como una de esas instituciones que están ahí, y que si ahí están es por algo, y si Hitler pudo domarla, Lenin la tuvo que destruir, junto con el resto de instituciones. La destruyó, claro, para acabar creando un triple sistema de burocracias que debería causar el asombro y la admiración de los burocratáfilos: el partido, el Ejército, y el Estado, por ese orden.
Si en un sistema de contrapesos cada rama vigila a las demás, la burocracia tiene su propia función democrática. No nos lo dice Carlos, pero ya lo adelanto yo: los automatismos del Estado, con parte de la Policía y la Guardia Civil, y parte de la judicatura, son los que están salvando a España de la total degradación que quiere imponer el dictador bananero Sánchez.
De modo que podemos reformular el argumento de este modo: Premisas: 1) Las instituciones son importantes (Acemoglu et al), 2) Las instituciones se vigilan y controlan mutuamente, 3) La burocracia es una institución. 4) Javier Milei está liquidando la burocracia utilizando una sangrienta motosierra. Conclusión: a) Javier Milei está poniendo en riesgo la democracia en su país. Estamos contemplando “un ataque al Estado democrático”.
Yo veo la burocracia como un órgano propenso al cáncer. De modo que lo que contemplamos es otra realidad; no la de la motosierra, sino la del bisturí. Creo que el juicio de Martínez Gorriarán es relevante, y debemos atenderlo con seriedad.
En primer lugar, hay una ambigüedad en el término “institución”. En el uso general del lenguaje, esa palabra denota a un organismo público, ordenado según el derecho tal como se concibe y funciona ahora, que es de carácter positivista. Por “institución” se entiende, también, una forma de ordenar el comportamiento, de manera pautada, evolutiva, fruto de la interacción humana durante un período largo de tiempo. El derecho, la moral, el dinero, las ciudades, el lenguaje, son instituciones en este sentido.
Lo menciono sobre todo porque guarda cierta relación con otra de las ideas recogidas por el autor, la de los contrapesos. Nosotros, a este lado del Canal de la Mancha, lo entendemos como separación de tres poderes: el ejecutivo, el judicial y el legislativo. Al otro lado, y sin que el Atlántico suponga una barrera, lo que subyace es otra tradición. En realidad, es la misma; sólo que para el continente ha quedado la errónea interpretación que de la misma hizo Montesquieu.
Esa otra tradición es la de la constitución mixta: una combinación de los tres principios políticos para que mutuamente se vigilen y se contengan. El principio monárquico, encarnado en el Rey (el presidente, en el caso de los Estados Unidos), el aristocrático en la Cámara de los Lores (Senado), y el democrático vehiculado por los Commons (Cámara de Representantes). Esos son los “checks and balances” que se mencionan en la Constitución de los Estados Unidos. Es una división de poderes, sí, pero enraizada en una realidad social que hoy se ha perdido con la desaparición de la sociedad estamental y el triunfo de la sociedad de masas.
En ella, la burocracia no debería jugar ningún papel esencial. Pero lo juega. La burocracia, de la mano de otra metástasis, el Derecho Administrativo, ha ido copando terrenos que no le competían. Por ejemplo, en los Estados Unidos ha llegado a sustituir al poder legislativo en ciertos ámbitos. En los Estados Unidos hay un cierto movimiento para controlar tanto la Administración como al Derecho que ampara su demasía. Pero no viene de la mano de Elon Musk, sino del Tribunal Supremo.
El caso de Argentina es diferente. Allí, la Administración ha creado una maraña de regulaciones y una Amazonía de instituciones sustentadas por dinero público que sirven a un conjunto de intereses particulares; muy particulares. No se trata de una burocracia revestida de racionalidad y que sustente la acción política y de gestión del gobierno, al servicio de unos intereses más o menos generales. Es toda una estructura parasitaria, sustentada por los impuestos de los argentinos, o por el expolio de su cesta de la compra por medio de la inflación. Recomiendo, a este respecto, que se vea la reciente intervención de Federico Sturzenegger, ministro de desregulación y transformación del Estado de Argentina, en Chile.
La rectificación del Derecho Administrativo y de la sopa de letras de las agencias estadounidenses y la eliminación, sin contemplaciones, de esa gruesa capa parasitaria adherida al Estado argentino no son una afrenta a la democracia, sino un paso necesario para dar contenido a esa palabra en esos dos países.
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