Una de las cosas en las que la cultura de izquierdas le ha metido un gol a quienes dicen no compartirla es, me parece a mí, el recurso a explicar lo que nos pasa en causas que no dependen de cada uno de nosotros sino de la gente, de los demás. Mi mejor ejemplo es el de la llamada crisis de valores una expresión que, cada vez que la escucho, me da ganas, como decía aquel, de llevarme la mano a la pistola dialéctica. Es muy característico del momento en que vivimos que eso de los valores se haya puesto de moda para explicar todo lo que se mueva, de manera que una expresión que deriva del mercado y de las bolsas se ha convertido en uno de los tópicos que más repiten los obispos, los santones laicos, los expertos de toda condición y los influencers, que son unos tipos y tipas que viven de decir a quien se ponga a oírles lo que tienen que hacer.

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Antes, esta clase de consejos y de recomendaciones se reservaban a la familia, la educación y a la Iglesia, pero ahora, con la nueva pedagogía de disolvente general, recibimos dictámenes morales y consejos de vida en jornada continuada y multicanal. La consecuencia de mayor importancia de toda esa chachara es que nunca ha tenido nadie tantas disculpas a su disposición para hacer no lo que cree que debiera hacer sino lo que le resulta más cómodo y adaptado al entorno. Si se escarba un poco más, se verá que tras esa tendencia a refugiarnos en tópicos lo que hay es un abandono de la responsabilidad individual y dejar paso a la creencia de que no hay nada que hacer que no sea lo que se nos manda.

Una dictadura sólo es posible cuando los hombres y las mujeres de carne y hueso se convencen de que esa es la solución inevitable, que no hay nada que hacer, que ya está la suerte echada y todo está escrito

Los pocos individualistas que vamos quedando estamos abrumados por el peso que adquiere la opinión contraria, el suave abandono a las opiniones comunes y a las conductas gregarias y, sin embargo, me niego a pensar que, por decir algo, nuestro destino colectivo, se deba a corrientes universales, que siempre vienen de fuera dada la propensión a no pensar en demasía que padecen muchos hispanos, y sigo creyendo que lo que acabe pasando dependerá mucho más de la suma de esfuerzos y de la voluntad de todos y cada uno de nosotros que de ninguna de esas olas que algunos imaginan como un diluvio inevitable.

Puede que ande un poco más exaltado de lo normal tras leer una especie de biografía de John Von Neumann, un genio matemático y lógico, que era exactamente lo contrario de ese Vicente que va a dónde va la gente. Quienes lo trataron explican que Von Neumann había hecho suyo el lema de su padre, un financiero húngaro que creía que la obligación de la civilización y del progreso era precisamente tratar de lograr lo que nadie había conseguido nunca, ideal poco conformista, ciertamente. Para quienes quieran conocer mejor a uno de las figuras más decisivas en el destino científico y tecnológico del mundo de la posguerra y el clima intelectual y cultural que se creó en torno a Princeton en los años 50 del pasado siglo les recomiendo vivamente la lectura del libro de George Dyson titulado La catedral de Turing, pero volvamos a lo nuestro.

La polarización que padecemos, que es como una especie de libro gordo de Petete para una inmensa caterva de comentaristas y supuestos analistas, es fruto, en muy buena medida, de una pereza intelectual realmente preocupante. Entre nosotros, las llamadas ideologías no son las causas del enfrentamiento, sino instrumentos que usan, unos con habilidad, los más con torpeza, los que se benefician de lo que llaman las guerras culturales, un auténtico oxímoron, pero hay cabezas que la única lógica que conocen es la del empujón.

La consecuencia de esto es que nunca se habla de los problemas reales y menos aún, de sus causas, cosa que entiendo le viene bien a quienes todo lo explican con olas abrumadoras frente a las que lo único que cabe es la sumisión, sea el cambio climático, la crisis de valores, el fascismo, la emigración o el machismo patriarcal, pero no consigo entender que los que dicen ser liberales se metan en  semejantes charcos, porque al hacerlo se olvidan de que sólo sometiendo a análisis medianamente inteligentes los problemas que padecemos y explicando de la manera más llana posible sus causas podrían ganarse la adhesión de muchos que andan abducidos por explicaciones tan generales que se vuelven incapaces de entender nada.

Pondré un ejemplo doloroso, el Gobierno casi ha conseguido convencer a mucha gente de que la causa real de las muertes y los desastres debidos a  las inundaciones de la gota fría valenciana es doble e inevitable: Mazón, el pobre, por una parte, y el cambio climático por otra. El que no se hayan encauzado barrancos que tienen la costumbre de desbordarse o el que se hayan dado licencias para edificar en terrenos inundables no tiene nada que ver con lo que pasó, y basta ya.

Pedro Sánchez podría llegar a conseguir una nueva investidura si consigue convencer a unos cuantos de que hay una ola mundial de fascismo que va de Trump a Abascal y que sólo él en alianza con quienes preferirían, nada menos, que España no existiese o, al menos, que deje de existir, podrá parar una ola tan temible como criminal y esa patraña podría traer a su talego un número de escaños suficiente. Si además convence a los que ni tienen casa ni pueden llegar a fin de mes que la economía va como un tiro y a todo el que se deje de que los jueces son una caterva de fascistas con toga no digo que lo tenga fácil, pero, visto lo visto, lo mismo le funciona.

La lógica que hay detrás de la retórica de las olas es un verdadero disparate y su esquema podría simplificarse diciendo que el todo no es la suma de las partes sino algo que se les impone. Así, si yo no soy de izquierdas debo votar a Vox porque es lo que está pasando en Europa, lo que, dicho sea de paso, es mucho decir, en lugar de votar o no votar a quien sea por lo que a mí me parezca que está pasando aquí. Por idénticas razones se ha sugerido que para las izquierdas municipales ya empieza a amanecer porque el nuevo alcalde de Nueva York es un tío muy progresista y además es musulmán que, por lo visto, suma puntos en estos ambientes.

Una dictadura sólo es posible cuando los hombres y las mujeres de carne y hueso se convencen de que esa es la solución inevitable, que no hay nada que hacer, que ya está la suerte echada y todo está escrito. El fatalismo es muy persuasivo porque evita el pensamiento libre, que siempre es cansado y costoso, y, sobre todo, porque exime de la responsabilidad individual. En España estamos viviendo un momento muy delicado porque estamos volviendo a caer en el vicio que denunció Julián Marías con gran brillantez, porque volvemos a preguntarnos qué va a pasar en lugar de plantearnos qué vamos a hacer y eso porque nos han convencido de que viene una ola de extrema derecha o pretenden convencernos de aquello tan tremendo de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, consejo que resulta casi irresistible cuando lo bueno por conocer se toma vacaciones convencido de que la ley histórica (¿?) de la alternancia le meterá la pieza en el zurrón sin necesidad de despeinarse.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web