No cabe negar que desde que nos gobierna Pedro Sánchez los españoles vivimos en una especie de estado de excepción, esa situación en la que lo normal empieza a ser extraño y se comienza a admitir con una preocupante pasividad sucesos y conductas más propias de un estado precivilizado y excepcional que de un mundo sometido a normas y a la ley.

Publicidad

Bastará con un ejemplo reciente para ponerle cara y ojos al diagnóstico. El jefe socialista de Extremadura se ha pasado por salva sea la parte cualquier principio de comportamiento para ponerse a resguardo, en principio de manera momentánea, de una imputación judicial bastante razonable. La norma que permite los aforamientos nada dice de acudir a ellos cuando aparezca un peligro, pero el extremeño lo ha leído así y es seguro que habrá recibido felicitaciones de sus jefes, porque de paso hace posible que se alargue la impunidad del hermanísimo ese famoso músico que todos tenemos en la mente.

Vivimos en un estado de excepción de hecho y podremos darnos por satisfechos si se consigue que el clima polarizador que se crea desde el Gobierno no acabe contagiándose en la calle y consiga no saltar de los límites del Parlamento en el que Pedro Sánchez contesta “sardinas traigo” hasta  cuando le preguntan por la hora

La mayoría de los españoles pensará que es un abuso hacer semejante uso de la institución, tan discutible, del aforamiento, pero tardará algún tiempo en caer en la cuenta de lo peculiar que resulta que tal conducta esté reservada a los socialistas listos que tienen que velar por que su fama de decencia y altruismo al servicio del público no se vea mancillada por las maquinaciones de una juez ambiciosa manejada por la extrema derecha. Los votantes de Sánchez no ven nada anormal en que un personaje que no está aforado pueda aforarse para librarse de procesos que afectan a su conducta cuando parecía un simple mortal sin aforar, tal es la generosa mirada con la que contemplan el proceder de sus líderes.

Otro hecho propio de un estado de excepción es el que tiene que ver con el apagón. Resulta que la responsable del asunto se sigue felicitando por lo rápido que se resolvió el fallo (casi un día entero, en buena parte de España) y no encuentra nada que reprochar a los directivos de la empresa que gestiona la red eléctrica ni, por supuesto, a ella misma. Va por ahí presumiendo de poderes sobrenaturales como son los que habría que poseer para saber quiénes son los culpables afirmando desconocer las causas (ella en ningún caso) y asegurar sin que se le mueva un músculo de la cara que el restablecimiento de la luz se ha hecho en tiempo récord… y si no que se lo pregunten a Francia, eso dijo, la vecina república en la que no ha habido un apagón de semejante magnitud en toda su vida (tampoco en la pobre España), pero que si lo llegase a sufrir tardará mucho más en arreglarlo que la señora Corredor, toda una liebre energética, eso es lo que ella dijo de nuevo sin despeinarse.

La política más seria y constante en un país que no esté excepcionalizado es la política exterior, pero aquí el señor Sánchez se ha echado en brazos de Marruecos en el asunto del Sahara a raíz de una carta que dieron a conocer los servicios del sultán y que, presumiblemente, escribieron ellos mismos, en la que se daba a conocer el giro exterior de España a casi un siglo de coherencia política, incluido el franquismo, por cierto. Para remachar más la coherencia del caso, nuestro líder se ha declarado dispuesto a finiquitar al estado de Israel, ahora mismo íntimo aliado del sultán antedicho, y ha estado a punto de conseguirlo gracias a la denuncia heroica del genocidio que ha hecho nuestra simpar TVE aprovechando lo de la Eurovisión. Se ve perfectamente que la política exterior está muy coordinada entre todas las áreas del ejecutivo que ha aprovechado la oportunidad para dejar sin balas a la Guardia Civil, a ver si aprenden.

Dejo de lado la excepción universal que supone que nuestra bella y sufrida España esté gobernada en la práctica por 7 votos de españoles que no querrían serlo y que se mueren de ganas de poder llegar algún día a semejante paraíso, pero eso sí con los gastos pagados. La cosa es tan chusca que Sánchez ha tenido que admitir que gobernaría sin el Parlamento lo que, de nuevo, es una excepción única en el caso de las naciones democráticas que se caracterizan, en efecto, porque el parlamento establece las leyes y ejerce un control habitual sobre las acciones del Gobierno. Pues así estamos aquí, sin leyes y sin control, pero Sánchez dice continuamente que los demás nos tienen envidia por lo bien que nos van las cosas, especialmente la economía, menudo doctorado el de don Pedro.

El truco clave de este sistema de excepcionalidades está en hacerse la víctima, en poner cara de sufridor y afirmar que se resiste como se puede a la persecución implacable, cacería empiezan a decir, de la derecha y los creadores del fango con el que quieren manchar y enterrar a un gobierno tan bien dispuesto y progresista, tan bueno que no dudo en decir, con absoluta claridad, que si los valencianos necesitaban ayuda por la gota fría que se la pidiesen.

La excepción es el mundo al revés, la marcha atrás de un camino que tendría que llevarnos a mejorar, a ser más libres, más ricos, más educados y a poder presumir de que hemos hecho que la democracia sea un instrumento eficaz y universal de progreso efectivo. Pero los trenes van más lentos, se incrementa la pobreza infantil, se condena a los jóvenes al subempleo o la emigración y a renunciar a tener una vivienda propia, los servicios públicos se restringen y se someten a la humillante cita previa, las inversiones en infraestructuras languidecen cuando la recaudación fiscal crece mientras continúa aumentando la deuda que cargamos sobre las espaldas de nuestros hijos y nietos.

Todo eso en el plano, digamos, material, pero es que el excepcional Pedro Sánchez ha hecho imposible la colaboración de los poderes públicos, quiere que los jueces le obedezcan y que, ni por asomo, le toquen a ninguno de los suyos, aunque sea un bandido. También ha decidido que no necesita presupuestos ni consultar con el Parlamento el gasto militar que ha prometido a nuestros socios de la OTAN a los que está tratando de engañar a ver si admiten pulpo como animal de compañía.

Vivimos en un estado de excepción de hecho y podremos darnos por satisfechos si se consigue que el clima polarizador que se crea desde el Gobierno no acabe contagiándose en la calle y consiga no saltar de los límites del Parlamento en el que Pedro Sánchez contesta “sardinas traigo” hasta  cuando le preguntan por la hora. En fin, qué decir de los famosos cambios de opinión (donde dije Diego digo digo) del presidente o de su actitud altiva y desdeñosa frente a las evidencias que sitúan la corrupción muy cerca del colchón que se compró al llegar a Moncloa. Sánchez se cree excepcional y pretende que la democracia y sus rituales no tienen nada que enseñarle, que él es la realización más alta de la democracia que han conocido los siglos y así nos va con esa abundante corte de estómagos agradecidos que todavía acude a aplaudirle en locales cerrados, algo ganarán, pero los demás perdemos, incluso los catalanes y los vascos, aunque sigan haciendo sus chapuceras cuentas.

No tendrás nada y (no) serás feliz

No tendrás nada y (no) serás feliz: Claves del empobrecimiento promovido por las élites. Accede al nuevo libro de Javier Benegas haciendo clic en la imagen.

¿Por qué ser mecenas de Disidentia? 

En Disidentia, el mecenazgo tiene como finalidad hacer crecer este medio. El pequeño mecenas permite generar los contenidos en abierto de Disidentia.com (más de 3.000 hasta la fecha), que no encontrarás en ningún otro medio, y podcast exclusivos (más de 250) En Disidentia queremos recuperar esa sociedad civil que los grupos de interés y los partidos han silenciado.

Ahora el mecenazgo de Disidentia es un 10% más económico al hacerlo anual.

Forma parte de nuestra comunidad. Con muy poco hacemos mucho. Muchas gracias.

¡Hazte mecenas!

Artículo anteriorCorazón duro y tripas sensibles
Artículo siguienteLa letal la máxima de nuestro tiempo
J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web