Ha escrito Gonzalo Schwartz un artículo en Discourse sobre una de las cuestiones de mayor interés en el ámbito social: la movilidad. La capacidad de una persona de progresar a lo largo de su vida. Gonzalo es presidente y CEO del Archbridge Institute, y es experto precisamente en movilidad social.
Una de las formas de medir la movilidad es comparar a los individuos de una cohorte de edad (generalmente de una mediana edad) con los de la misma cohorte de la generación de sus padres.
Se habla de la desigualdad de rentas como si estuviésemos siempre en la misma franja de rentas, cuando no es así para nada
Otra de las formas es medir lo que se llama elasticidad Inter generacional de la renta. Este concepto intenta apreciar en qué medida dependen los ingresos de una persona de los que tengan sus padres. Una alta elasticidad, contrariamente a lo que sugiere su nombre, quiere decir una alta dependencia, y en consecuencia una baja movilidad.
Schwartz menciona varios trabajos al respecto. Varios de ellos indican un declive en la movilidad social desde los años 70’. Por ejemplo, y con datos procedentes de los EEUU, en los año 40, 9 de cada 10 nacidos en la década de los 40 superaban a sus padres, mientras que eso es cierto sólo para la mitad de los nacidos en los 80’.
A mí me interesa otra forma de medir la movilidad social, que sólo le he leído a dos autores. Uno de ellos es Thomas Sowell, citando un informe de la Reserva Federal de Dallas, y el otro es un informe basado en los datos de la hacienda de los Estados Unidos, resumido en un artículo en The Wall Street Journal, cuya referencia he perdido, y no he logrado recuperar.
La idea detrás de estos dos informes consiste en seguir la evolución de unas familias a lo largo de un período largo, y ver cómo evolucionan en ese tiempo. Por ejemplo, el informe de la Fed cubre sólo un período de 17 años, pero arroja resultados interesantes. Ordena año a año a la población en función de su renta, y la divide en cinco porciones iguales (quintiles), de la de menor renta (primer quintil) a la de mayor renta (quinto). Bien, pues en sólo 17 años, dos tercios de quienes estaban en 1975 en el primer quintil (el 62,5 por ciento), alcanzaban los dos últimos quintiles en 1991. Lo interesante hubiera sido extender el análisis al menos durante una generación (25 años). El informe del WSJ llegaba a las mismas conclusiones.
La interpretación de estos datos es que la desigualdad en rentas refleja una desigualdad en edad. Es decir, que el progreso a lo largo de una vida profesional es lo habitual. Y que llamamos desigualdad a la capacidad de los trabajadores de progresar. O, visto de otro modo, la desigualdad de rentas lo que muestra es la capacidad de progresar de una persona, o de una familia. Se habla de la desigualdad de rentas como si estuviésemos siempre en la misma franja de rentas, cuando no es así para nada.
Qué duda cabe que los ingresos son un factor fundamental para entender la cuestión. Gonzalo Schwartz, no obstante, cree que hay que atender también otras cuestiones: “La economía del florecimiento tiene que ver con el ascenso en la escala de ingresos, sí, pero también con el logro, el propósito, la aspiración, la reducción de la pobreza y el desarrollo de las habilidades y características personales necesarias para prosperar en nuestra economía actual. Entendida de este modo, una agenda de la abundancia es fundamental para aumentar la movilidad social y potenciar el florecimiento humano. Si adoptamos una agenda de este tipo, nos daremos cuenta de que somos un pueblo con mayor movilidad social -con más oportunidades y un futuro más brillante- de lo que pensábamos.” Se refiere al llamado “pueblo americano”, sinécdoque del pueblo estadounidense.
Los lugares comunes al respecto de la movilidad social no están creados tanto por el sentido común, que además es engañoso, como por las décadas sin término de adoctrinamiento socialista. Hay poca movilidad social porque la riqueza se concentra en unas pocas manos. Es como si quienes están en la base quisieran acercarse a la piñata, pero ésta estuviera a diez metros sobre la cota.
Aquí encaja como un guante la tesis del economista francés Thomas Piketty. Dice él que el capital es una importante fuente de renta. Y que el hecho de que esté concentrada entre, precisamente, quienes más tienen, resta a quienes no la poseen de la capacidad de ahorrar y acumular riqueza. La pobreza, según las ideas de Piketty, se auto perpetúa, porque ella priva de los medios para salir de ella. Y la riqueza también se auto perpetúa porque los altos ingresos facilitan el ahorro que mantiene, cuando no acrecienta, el capital. Este tipo de razonamientos mecanicistas nunca explican la realidad. Entiendo que su sencillez, rodeada de centenares de páginas, pueda haber resultado atractiva. Pero sólo se ha tomado en serio a causa de su resonante y sorprendente éxito.
La idea de la elasticidad Intergeneracional de la renta tiene relevancia con otra serie de estudios, que muestran lo que se ha llamado “curva del Gran Gatsby”. Estos estudios parten de una investigación elaborada por Miles Corak. Este investigador, basándose esencialmente la “elasticidad”, concluye que unos altos niveles de movilidad están relacionados con unos bajos niveles de desigualdad.
Esta idea es muy atractiva. Es como si la pendiente que haya que subir fuera como un suave glacis, por el cual podemos subir sin problema, aunque no sin esfuerzo. Pero si la pendiente es muy pronunciada, simplemente no podemos lograrlo.
Además, y sobre todo, resulta consoladora la idea de que dos realidades que queremos (alta movilidad, baja desigualdad), estén relacionadas. Y que lo estén, claro, las realidades opuestas.
Si lo dejamos como está, sólo tenemos que dejar que aparezcan los monstruos habituales (el perverso mercado), y los héroes de libro de texto (los políticos y la redistribución), para hacernos la composición de lugar.
Además, en el grupo de los países con más movilidad y menos desigualdad encontramos a los países nórdicos, y en el equipo de los fracasados tenemos a nuestro Goldstein, los Estados Unidos, junto a otros sospechosos habituales. Todo cuadra.
Pero Gonzalo Schwartz es un aguafiestas, y nos dice, en primer lugar, que hay estudios que ponen en duda el elegante resultado de Corak. Los Estados Unidos y los países escandinavos, por ejemplo, están muy cerca en movilidad social.
Pero lo más interesante es esto otro. Schwartz cree que los dos fenómenos no se causan el uno (desigualdad) al otro (movilidad), sino que ambos son efectos de otros condicionantes. Según él:
“Una explicación es que un conjunto común de factores afecta tanto a la movilidad económica como a la desigualdad. Siguiendo el planteamiento de Corak de analizar gráficos de dispersión sobre movilidad y desigualdad, he demostrado que los países con bajos niveles de desigualdad de ingresos y altos niveles de movilidad económica tienden a tener otras similitudes, a saber, entornos sólidos para la iniciativa empresarial y la creación de empresas, instituciones sólidas, baja corrupción y mercados competitivos. Además, las investigaciones del economista Justin Callais destacan la importancia del Estado de Derecho y del entorno para el espíritu empresarial a la hora de permitir la movilidad económica”.
El economista culmina su análisis con tres ideas. Una es que la principal fuente de renta y, por tanto, el principal factor para escapar de la pobreza y dar pasos, quizás de gigante, hacia la riqueza, es el trabajo. Dos: se desestima el enorme poder que tiene el crecimiento económico en el progreso social. La tercera es que muchos de los análisis sobre movilidad social han dejado de lado a una institución fundamental: la familia. Esta idea es tan poderosa, que se merece un artículo para ella sola. Sólo voy a recoger esta idea del autor:
“En particular, la importancia de la estructura familiar no depende de la abundancia de recursos económicos. Puede que los ingresos importen, pero son los recursos cognitivos y no cognitivos, más que los materiales, los que se transfieren a los niños. Estas «habilidades blandas» se aprenden sobre todo en casa, tanto a una edad muy temprana como durante la adolescencia. Los recursos económicos sólo importan en la medida en que permiten a los padres dedicar tiempo de calidad a transmitir esas habilidades y conocimientos”.
Foto: Lindsay Henwood.
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