Centenar y medio de intelectuales ha firmado una carta (no abandonen aún el párrafo, por favor), pidiendo que se acabe con la “cultura de la cancelación”, y exigiendo a la izquierda que transija con la libertad de expresión y se predisponga al debate. Lo interesante es muchos de los firmantes forma parte de la izquierda, con dinosaurios como Noam Chomsky. Bien es cierto que también han dejado su nombre otros autores como Deidre McCloskey, probablemente la intelectual más feraz del momento, Steven Pinker, Jonathan Haidt o Francis Fukuyama, entre otros.

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Bien, entiendo que la perspectiva de los abajofirmantes no era muy apasionante. Pero la carta, publicada en Harper’s, hace referencia a varios de los bienes más preciados, como son la libertad de expresión y la predisposición al diálogo, entre otros. Además, está dirigida a la izquierda, cuyo fuego es la mayor amenaza para tales bienes, y se extiende por el secarral de los medios de comunicación, de colegios y universidades, y de otras instituciones, para consumir los pocos espacios de debate que nos quedan a cenizas. Y, por último, cualquier izquierdista rechazará cualquier defensa de la libertad de expresión en consonancia con su forma de pensar, y con el argumento, suficiente dentro de la izquierda, de que quien lo promueve es la derecha. En este caso el recurso al sectarismo no es tan fácil, dado que Harper’s es una publicación de izquierdas, y lo son también varios de los firmantes.

Pasan por el preceptivo uso de la palabra “iliberalismo”, y pagan el canon de señalar a Donald Trump como el gran Satán. Y ocultan, vergonzantemente, que el éxito de Trump pasa precisamente por ejercer de muro de contención frente a esa intolerancia que ellos critican

La carta señala a la oleada de intolerancia que ha sido amparada y, en verdad, fomentada, por Black Lives Matter. Desvían la mirada a las ideas que ha llevado a la izquierda a esta febril intolerancia; se quedan en el movimiento BLM, pues ahí cabe el consenso entre los firmantes. Pasan por el preceptivo uso de la palabra “iliberalismo”, y pagan el canon de señalar a Donald Trump como el gran Satán. Y ocultan, vergonzantemente, que el éxito de Trump pasa precisamente por ejercer de muro de contención frente a esa intolerancia que ellos critican.

Es más, no se atreven a mencionar a la izquierda. Se refieren a ella de un modo sibilino, humillando su defensa de la libertad de debate al ceder ellos ante la censura imperante. Dicen: “El libre intercambio de información e ideas, el alma de una sociedad liberal, se está volviendo cada vez más restringido. Si bien podríamos esperar esperar esto de la derecha radical, la censura también se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia de puntos de vista opuestos, una moda para la vergüenza pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas en una ceguera moral cegadora”. Es decir, que la intolerancia es patrimonio de la “derecha radical”, pero hemos de reconocer que, por el contrario, se ha producido en “nuestra cultura” de la que, en consecuencia, esa derecha está excluida. Esa exclusión, en una carta que anima al debate entre todos, no deja de ser significativa.

No la nombra, pues, pero habla de la izquierda. Y señala que esa rampante intolerancia “se intensificó un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos que tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y la tolerancia de las diferencias a favor de la conformidad ideológica”.

La carta le pone un caramelito a la izquierda, para ver si pica. Y dice que “la restricción del debate, ya sea por parte de un gobierno represivo o una sociedad intolerante, invariablemente perjudica a quienes carecen de poder y hace que todos sean menos capaces de participar democráticamente”. Lo cual es indudablemente cierto. Y añade: “Rechazamos cualquier elección falsa entre justicia y libertad, que no puede existir la una sin la otra”.

Los ejemplos de esa intolerancia son incontables. The Free Speech Union recoge en un hilo de Twitter varios ejemplos:

Un periodista de radio fue despedido tras tuitear “todas las vidas importan”, un profesor de UCLA expulsado por no cancelar un examen final tras la muerte de George Floyd, un presentador de radio expulsado de la cadena por poner en duda el concepto de “privilegio blanco”, un periodista expulsado del jurado del Libro del año tras decir que los miembros de BLM en Cardiff (¡Cardiff!) no habían mantenido la distancia de seguridad… Y los ejemplos siguen y siguen. Un directivo de Boeing dimite tras salir a la luz un artículo de hace 33 años en el que decía que las mujeres no debían combatir en el Ejército. David Shor, un analista del Partido Demócrata, cita un artículo que recoge que el apoyo a los disturbios desincentiva el voto. Despedido.

¿Y esto es todo lo que tienen que decir estos intelectuales ante esa intolerancia sin concesiones? Wendy Kaminer no es la única feminista que ha firmado la carta. Están también, por ejemplo, J. K. Rowling o Cathy Young. En un artículo en el que detalla las razones de su firma cuenta cómo otros se desvincularon del texto al comprobar que lo firmaban personas objeto de esa cultura de la cancelación, como es el caso de Rowling. El propio texto no ha podido escapar de la pegajosa mancha de la cancelación. Como dice José Luis González Quirós, “la tolerancia se ha convertido en una rareza”.

La carta de Harper’s puede considerarse un fracaso, un intento de conversar con quien no quiere hacerlo, realizado a medio gas, con más esperanza que convicciones, y cayendo en lo mismo que dicen combatir. Pero al menos a más de uno le da que pensar.

Foto: Tony Rojas


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