Si un observador marciano intentase hacer un análisis de lo que sienten y piensan ahora mismo los españoles es probable que no pudiese llegar a ninguna conclusión clara, que diera en pensar que en esta bendita tierra conviven varios demonios muy poco interesados en ponerse de acuerdo, con muy escasas excepciones.

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Si echamos un vistazo al panorama que nos muestran los informativos, resulta que la atención de los españoles lleva unas semanas fijando su interés en asuntos cuyo principal valor reside en el morbo subyacente. Se ha hablado mucho, por ejemplo, de que una cantante ha exhibido sus pechos en medio de una actuación con la sana intención de hacer una protesta feminista, pero cabe suponer que si en lugar de llevar a cabo semejante destape hubiese leído un breve manifiesto lleno de buenas razones, el asunto no habría tenido una trascendencia similar. Otro hecho que está ocupando muchos espacios es el descuartizamiento en Tailandia de un colombiano a manos de un español, pero se puede afirmar que de no ser el autor hijo y nieto de famosos actores, el asunto no habría pasado de unas cuantas líneas en páginas oscuras.

Es una gran desgracia que la ciudad alegre y confiada no sepa ver que quienes nos representan solo suelen fijarse en lo que dicen defender cuando les conviene, que en muchísimos casos se dedican a perseguir con descaro lo único que les importa, su medro, su vanidad, su conveniencia

La palma de la actualidad se la ha llevado, sin duda, un beso a toda pantalla de un directivo del fútbol a una de las campeonas del último mundial. Sobre este asunto se ha desencadenado una auténtica polvareda política y mediática que ha producido, incluso, un cierto acuerdo entre políticos de distintas posiciones. El caso es pintiparado para mover el morbo y el debate inagotable, porque sin que haya nadie que se atreva a defender al besador, que es el sapo de este maléfico cuento de hadas, se ha producido una auténtica tormenta moral en torno a un suceso, a primera apariencia, tan mínimo. Tal vez se pueda saludar el caso como un destello de unanimidad progresista en el reconocimiento de la dignidad femenina, pero no cabe olvidar que día tras día se producen acontecimientos con los que celebrar esas causas, pero ninguno ha tenido la capacidad de mover la opinión que ha alcanzado el deplorable e inapropiado beso a la campeona.

Volvamos al marciano. Si se fijase en estos movimientos de la opinión pública concluiría, sin duda, que vivimos en un momento en el que no nos producen zozobra cuestiones más graves. Pero nuestro marciano ha tenido curiosidad y se ha asomado por el Congreso ante la evidencia de que estaba en marcha un proceso de investidura. Le ha costado algo entender el funcionamiento de nuestra monarquía parlamentaria, pero no ha dejado de asombrarse del hecho de que el Congreso aparezca dividido en dos mitades casi idénticas y que esa mitosis haya sido la consecuencia del empeño de los protagonistas de ambas partes, claro es que nuestro marciano asumía que los parlamentos están hechos para unir, no para dividir, pero incluso sin ese prejuicio no acababa de entender muy bien el panorama.

No tardó mucho, sin embargo, en caer en la cuenta de que una de las facciones, la que ahora mismo gobierna en funciones, estaba presidida por el “No es no” motto ya casi legendario de un líder muy resiliente y habilidoso, pero su asombro llegó al extremo al considerar que la facción rival había emprendido la campaña electoral bajo un lema equivalente: “derogar el sanchismo”. Su sorpresa fue mayúscula al comprobar que una división electoral tan radical no parecía tener nada que ver con el sentir de la mayoría de los españoles, dedicados a comentar el destape de la cantante, el crimen del cocinero o el beso del jerarca.

Una pregunta la vino entonces a su mente, ¿qué ocurre?, ¿es que el Congreso no es representativo de la sociedad española? Unos afirman que los otros van a dividir España y estos aseguran que aquellos quieren meter a los españoles en un túnel tenebroso que lleva a un pasado muy oscuro, o algo así, pero la mayoría de los ciudadanos no parecen prestar demasiada atención a tan graves amenazas, de manera que solo cabe pensar que los políticos exageran o que los españoles sean una cuadrilla mezcla de insensatos, irresponsables, ignorantes y malandrines.

Si el marciano me hubiese preguntado, le respondería que de todo hay, que no tenemos una ciudadanía muy dispuesta a preocuparse por los asuntos de interés común, si se exceptúa a las respectivas banderías, los que aplauden a rabiar cualquier estupidez o mezquindad de los de su cuerda y detestan incluso el suelo que pisan los contrarios, los que irían contentos a la guerra porque ya han olvidado los crímenes que nuestros abuelos cometieron con la excusa de erradicar el mal y el mucho daño que nos hicimos hace ya casi un siglo. Pero tampoco tenemos una clase política que destaque por su racionalidad y su civismo, no abundan los patriotas, a no ser que hablemos de patriotas de partido (una expresión contradictoria) que es lo que más se opone a cualquier intento de hacer que la política sea capaz de permitir que se avance hacia una sociedad cada vez más civilizada, próspera y razonable.

Volviendo a lo que más se discute ahora mismo, es obvio que la conducta besucona del directivo futbolístico ha sido lamentable, pero más horrible resulta su comportamiento posterior. ¿Qué ha hecho? Pues anteponer sus intereses personales, su poder a cualquier consideración de tipo moral, atrincherarse en sus dominios como si su posición institucional fuera una propiedad privada y protegerse con el aval de quienes le deben mucho.

Se trata de una conducta que ha olvidado cualquier exigencia de una mínima ética pública, pero cabe preguntarse si esa actitud prepotente no es la común entre los políticos que estiran y estiran a su conveniencia personal los límites que establece la dignidad. En concreto, ¿es más condenable Rubiales por atrincherarse en la RFEF que Sánchez por buscar su investidura en el apoyo de un prófugo de la justicia cuyo único objetivo político es destruir la unidad de España que está en la base de nuestra Constitución? ¿Son mucho mejores los líderes del PP que insinúan que ese apoyo podría llegar a ser legítimo si el resultado fuera la investidura de Feijóo?

En ambos casos subyace una inmoralidad básica, la ley del embudo que impide a otros hacer lo que yo me permito porque afirmo con cinismo que lo justifica mi legítimo interés. Cuando de la política se expande ese olor a podrido no es raro que la gente se interese por asuntos que, al menos, tienen un cierto morbo, algo de calor humano. Los que ponen su exclusiva atención en semejantes naderías no están demasiado legitimados para exigir una política de más quilates, pero los protagonistas de la política están, en cualquier caso, en la obligación de ser mejores, de no empeñarse en la indignidad de no tener otro objetivo que su poder personal, por mucho que pueda sufrir la coherencia lógica, la dignidad, la convivencia, la Constitución y la libertad de todos.

Es una gran desgracia que la ciudad alegre y confiada no sepa ver que quienes nos representan solo suelen fijarse en lo que dicen defender cuando les conviene, que en muchísimos casos se dedican a perseguir con descaro lo único que les importa, su medro, su vanidad, su conveniencia, sus modos de seguir engañando con esa lengua mentirosa con la que dicen lo que no hacen para poder hacer lo que les venga bien a ellos, aunque pueda ser una desgracia para todos nosotros.

Foto: Stephen Leonardi.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web