El caso de la diputada del PP que presumía en sus biografías de tener unos títulos académicos de los que carece puede verse como un ejemplo más del que acaso sea el más extendido defecto colectivo de los españoles, el deseo de aparentar lo que no se es. Se trata de un vicio que sólo tiene utilidad frente a quienes no nos conocen, porque los allegados se comportan, más bien, conforme a ese dicho tan pesimista de que nadie es un gran señor para su mayordomo.

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La intención de aparentar lo que no se es está presente de manera sistemática en el ámbito de la política, digamos, profesional porque en esa actividad es casi imposible sobrevivir siendo completamente sinceros. La manera habitual de actuar en política comporta una serie de hábitos que se adoptan por su eficacia práctica, al margen de cualquier consideración moral. Hay que ser, por ejemplo, sumiso, más bien callado, obsequioso, diligente en el servicio al que manda… y procurar siempre que la verdad no estropee ninguna oportunidad.

No hay riesgo, sin embargo, de que la multitud de cargos del PSOE que ha presumido de estudios que no ha hecho caiga presa de un ataque de honestidad e imite el ejemplo de doña Noelia Núñez

Dado el clima dominante en nuestros partidos, que nada tiene que envidiar al modelo de halago que se practica en los sistemas totalitarios, el esquema ideal para trepar por la cucaña del éxito e ir ascendiendo hasta sobrepasar el nivel de incompetencia de cada cual, consiste en mostrar una actitud como la descrita arriba al tiempo que se presume de una gran formación personal, un punto en el que la exhibición de diplomas y títulos tiene su importancia. Esa costumbre de exagerar la idoneidad académica de cada cual se hace posible por el hecho, notable a nada que se piense, de que nadie le pide a un candidato a político que acredite las titulaciones de las que presume, cosa que, al menos de momento, si se exige para acceder a una plaza de funcionario por modesta que sea.

La segunda nota que llama la atención en estas exhibiciones de fingida excelencia académica es que los mentirosos suelen no limitarse a mencionar una única especialidad, que es lo que normalmente tienen la mayoría de los titulados españoles, sino que, puestos en la necesidad de presumir, multiplican sus títulos. Me parece que esta conducta revela una característica muy llamativa de nuestra manera de valorar la inteligencia y la competencia de las personas porque supone que es más capaz quien sea ingeniero además de abogado que quien sea solamente matemático, por poner un ejemplo cualquiera.

Esta curiosa manera de valorar la calidad de la formación recibida, supone asumir que la valía intelectual no se vincula con la capacidad y el trabajo personal sino con la acumulación de diplomas y, a su vez, tiene que ver con el hondo desprestigio que, en el fondo, arrastran los títulos universitarios españoles porque no es imaginable que un jurista que se ha formado en Harvard, por ejemplo, añada para prestigiarse que también obtuvo otro diploma en cualquier otro sitio: con Harvard, basta y sobra, con nuestras universidades no tanto.

Detrás de todo esto está también una política universitaria que se ha seguido en las últimas décadas y que, como de costumbre, ha servido para satisfacer demandas y conveniencias del profesorado más que de los estudiantes y que ha consistido en la multiplicación de la oferta académica y en la invención de especialidades con frecuencia curiosas, como los dobles, o incluso triples,  grados, todo lo cual no ha servido ni poco ni mucho para mejorar la calidad de nuestras universidades que siguen estando en una posición internacional nada digna de admiración.

Lo curioso del caso es que esas exhibiciones de títulos se dan al tiempo que la sociedad española en su conjunto se ha hecho consciente de que tales diplomas no tienen, salvo escasas excepciones, ni prestigio indiscutible ni utilidad clara. Que se haya asumido que Pedro Sánchez ha pasado por el trámite de hacerse doctor en Economía con un texto del que, con mucha probabilidad, no ha escrito más allá de unas pocas líneas y que, con certeza, está plagiado y repleto de fórmulas y expresiones que evidencian lo chapucero de la tesis no ha servido para acrecentar el prestigio de nuestras titulaciones.

La laxitud con la que buena parte de la sociedad española tolera esta clase de timos académicos ha favorecido que alevines de políticos, instruidos desde la primera adolescencia en las peores malas artes de la contienda política a través de las llamadas juventudes de los partidos, se hayan lanzado a presumir de títulos que no tienen porque, en el fondo, nadie podría notar en ellos la menor diferencia si de hecho los tuviesen.

La ya ex diputada del PP ha hecho un favor a su partido adoptando al final una actitud consecuente con que se haya descubierto su mentira y ha dimitido de todos sus cargos, asegurando eso sí, que “no tenía intención de engañar” lo que demuestra que no anda muy ducha en el manejo de la lengua española ni en el de la lógica más elemental. Si esto sirve para que el PP se muestre más severo y atento ante caso similares será para bien.

No hay riesgo, sin embargo, de que la multitud de cargos del PSOE que ha presumido de estudios que no ha hecho caiga presa de un ataque de honestidad e imite el ejemplo de doña Noelia Núñez. Ellos están en política por un fin más alto que la mera ética burguesa que manda adecuar lo que se dice a lo que es, porque el socialismo existe para transformar la sociedad no para cumplir ninguna clase de reglas, a ver si nos vamos enterando.

Don Pachi López, el señor Puente, la delegada del gobierno en Valencia y el Dr. Sánchez, entre otras eminencias que se podrían aducir dado el caso, tienen otras cosas de que preocuparse que de inexactitudes accidentales en sus CV por lo demás tan llenos de éxitos memorables en servicio al socialismo y a la salvación del planeta, de manera que no van a perder el tiempo en estas nimiedades, no se alarmen, pues, mis amables lectores ante ese teórico riesgo en la conducta probable en tan eximios expertos en aplicar la ley del embudo. Lo que sí puede suceder es que estos beneméritos personajes se afanen en encontrar casos similares en las filas del PP y en exigir para ellos el rigor lógico.

Alberto Núñez Feijóo haría bien en adelantarse a tal amenaza y, si está a tiempo, establecer un mínimo de respetabilidad y decencia en la exhibición de los méritos académicos de los suyos, sin miedo a que esa muestra exigente de coherencia le arrebate bazas electorales, pues debería saber que los españoles capaces de votarle son exigentes en esta clase de asuntos, como lo muestra la millonada de votos que el PP ha dejado de recibir en castigo a la ambigua posición del partido ante la corrupción política padecida en el pasado.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web