La actualidad, entendida como producto de gran consumo, donde la relevancia de una noticia es inversamente proporcional al enorme tráfico que genera, está salpicada de sucesos chuscos, en realidad irrelevantes, pero susceptibles a la polarización ciega, sorda y muda que beneficia al poder. Se trata de sucesos que ni siquiera llegan a serlo, anécdotas de comedia bufa a lo sumo que no hace tanto habrían sido desplazadas al sótano del scroll, a los almacenes de curiosidades y cotilleos, de tonterías breves y amenas al que los lectores solían bajar cuando se habían hartado de leer.

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Cada vez es más escaso ese periodismo lento que partiendo de un hecho verdaderamente relevante y que ciertamente debería interesarnos por la cuenta que nos trae, informa en profundidad. Un periodismo que partiendo de la objetividad y el esmero enriquece el contenido con perspectivas bien razonadas, de manera que el lector, además de informarse, piensa y reflexiona y contempla lo que sucede con una mirada aguda y reposada.

Si los españoles fuéramos capaces de leer, analizar y pensar una décima parte del tiempo que dedicamos a enardecernos con memeces, las cosas serían tan distintas que da hasta miedo imaginarlo… ¡por la desesperación que provoca!

Pero ¿a quién le interesa que el público piense? Al poder no. Al contrario, al que manda le interesa que la actualidad discurra como uno de esos trenecillos del túnel del terror, donde los sustos se suceden sin más pretensión que entretenernos, porque el negocio consiste en que obviemos los auténticos terrores.

También a la prensa le resulta mucho más interesante centrarse en esta actualidad basura, porque prácticamente se elabora sola y con muy poco esfuerzo se consigue un tráfico estupendo. Al medio le basta con proyectarla tal cual, apenas necesita redacción y menos aún verdadera prospección. Muchas veces la información en sí misma consiste en englobar un clip de vídeo de un tercero, al que se le añade un titular y una entradilla. Luego, se proyecta en las redes sociales o se encaja como una cuña en programas televisivos y el chismorreo hace el resto.

Lo más llamativo es que ni siquiera nos damos cuenta. No es sólo que hayamos aceptado consumir y compartir esta bazofia con sorprendente naturalidad, es que nos hemos vuelto adictos. Necesitamos como mínimo una dosis a la semana, un asunto estúpido e irrelevante pero chusco con el que poder dar rienda suelta a discusiones ridículamente intensas y, por supuesto, polarizadas. Tan polarizadas que cada cual es capaz de ver en una misma imagen realidades completamente distintas. Así, para unos un bofetón es una caricia y para otros la caricia es una tentativa de homicidio. Según afinidades partidistas, la misma imagen da lugar a interpretaciones antagónicas. Diríase que la memez convertida en noticia viene con una señal luminosa que nos indica qué dirección hay que tomar, según seamos de Villa Arriba o Villa Abajo.

Entretanto consumimos este MacPeriodismo con una fruición enfermiza, el poder sigue a lo suyo, a salvo de los focos y las miradas indiscretas. España es Óscar Puente, Rubiales, algún borderline que se graba a sí mismo mientras llora a moco tendido porque su iPhone no funciona, hombres barbudos y peludos que se perciben mujer y llevan a algún pobre insensato a los tribunales porque no acaba de creérselo, mensajes privados de grupos WhatsApp que alguien filtra y donde la gente tiene la temeridad de hablar con libertad, incluso de ser borrica en la intimidad, personajes agresivos que pierden los papeles o cualquier acto de cualquiera, sea un famoso o un desconocido, que por el mero hecho de ser desagradable resulte rentable distribuirlo a la velocidad de la luz. Lo llamamos la sociedad de la información, pero en realidad es la sociedad de la difusión de la memez. La información consistiría en advertir de todo cuanto es importante. No gilipolleces.

Por ejemplo, ¿se ha enterado usted, querido lector, de que la Unión Europea ha aplazado la entrada en vigor de la norma Euro 7 dos años y que, además, llegará tan descafeinada que prácticamente no tendrá ninguna incidencia en la industria del automóvil? La noticia en sí quizá no le parezca extraordinaria. Pero, precisamente, para entender su calado hace falta ese periodismo que ha desparecido, para que tire del hilo y descubra que la UE chocó contra el muro de la realidad hace ya tiempo, pero lo disimula, incluso recurre a la mentira para mantener viva la parte mollar de su negocio, que es redistribuir arbitrariamente los dineros, idear nuevos impuestos, subvenciones y programas.

Tampoco se habrá enterado de que los españoles hemos logrado este 2023 ser los últimos de Europa en PIB per cápita o de que la deuda batió en septiembre su récord histórico, superando los 1,55 billones de euros. Tampoco, imagino, tendrá noticia de que el encarecimiento que estamos sufriendo en el precio de la gasolina se debe a las restricciones impuestas en la zona euro para la construcción de nuevos centros de refinado y que la UE, pese a todo, por mera cuestión de imagen, no va a rectificar, lo que puede llevar el precio del litro de la gasolina por encima de los dos euros y más allá.

Sin embargo, un estudiante trolea aun diputado en un tren y en cuestión de minutos esta memez, que viaja a la velocidad de la luz por la red, se convierte en la clave de bóveda no ya de la política, sino de la existencia misma.

Para concluir, añadiré una observación empírica, fruto de mis años dedicados a conocer audiencias (datos propios): un estadounidense lee tres veces más contenidos en línea que un español. Y lo hace además con un índice de atención que duplica el nuestro. Por supuesto, estas características del lector estadounidense están relacionadas con contenidos mucho más elaborados, lo que agrava aún más la diferencia. El único país desarrollado que está por debajo de nosotros en atención y lectura es Argentina. Y aquí dejo la pregunta: ¿qué se puede esperar del futuro con esta incapacidad lectora y falta de atención?

¡Ay!, si los españoles fuéramos capaces de leer, analizar y pensar una décima parte del tiempo que dedicamos a enardecernos con memeces, las cosas serían tan distintas que da hasta miedo imaginarlo… ¡por la desesperación que provoca!

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