Aunque muchos sigan sin querer admitirlo, estamos ante una nueva guerra fría. Rusia, bajo el liderazgo de Vladimir Putin, ha mantenido una continuidad en sus métodos estalinistas de presión social y manipulación internacional. Según el periodista Marc Marginedas: el régimen de Putin funciona con mentalidad de gánster. Se basa en explotar el temor de la gente. Las atrocidades en las guerras de Chechenia, el envenenamiento de figuras políticas como Alexander Litvinenko y Viktor Yushchenko, el asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya, la persecución del opositor Alexéi Navalni, la anexión de Crimea y la invasión de Ucrania muestran un patrón de acción que cruza todas las líneas rojas.

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Sin embargo, los lideres del mundo occidental permitieron que Putin campara a sus anchas y algunos siguen soñando con un dialogo de paz que resulta irracional frente a sus agresiones. Hemos perdido el sentido común mostrando lo poco que conocemos al gigante ruso, justificando sus atrocidades e intentando ver un rostro conservador donde lo único que hay es una faz diabólica y devoradora hacia sus vecinos. Pero, como vimos en el caso de Crimea, todo vale si eso permite que los negocios continúen; unos negocios que son el motor que financia el exterminio de Ucrania, el mantenimiento de las dictaduras y del crimen organizado en Hispanoamérica. ¿Cuántas vidas vale el gas ruso?

Rusia no es ni aliado de Hispanoamérica ni del mundo occidental. Su influencia multidimensional amenaza la democracia, erosiona la identidad cultural y desplaza valores fundamentales, desde la tradición cristiana hasta el legado español y grecorromano

Actualmente, Rusia ya no es una gran potencia en términos económicos o tecnológicos, pero se ha consolidado como una fuerza disruptiva global. Su estrategia se basa en generar inestabilidad con recursos limitados, pero de alto impacto, debilitando a Estados Unidos y socavando a democracias extranjeras. En paralelo, promueve valores conservadores —familia, patria y fe— con el respaldo de la Iglesia ortodoxa rusa, que legitima un modelo de control absoluto sobre la población. Esta estrategia se extiende a Hispanoamérica, donde gobiernos con democracias frágiles y élites corruptas representan un terreno fértil para la expansión geopolítica rusa. Uno de los instrumentos más visibles de la influencia rusa es el uso de grupos paramilitares como el Grupo Wagner, que fue enviado a Venezuela para dar apoyo tecnológico y militar a la dictadura de Nicolás Maduro. Los miembros de Wagner están involucrados en la represión, la tortura y la persecución de la oposición que se manifiesta pacíficamente. Varios detenidos en la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) constatan haber tenido a los rusos entre sus torturadores o en muchas ocasiones haber oído órdenes en idioma ruso. Wagner también se encarga del mantenimiento del armamento adquirido por el régimen venezolano, cuyo valor asciende aproximadamente a 15.000 millones de dólares. Este respaldo proveniente de Moscú se brinda de manera encubierta, en la mayoría de los casos sin el amparo de ningún tratado bilateral de cooperación. Al utilizar un grupo paramilitar y no a unidades del ejército regular, Rusia se asegura el despliegue militar en la región sin arriesgar sanciones por violar los tratados internacionales.

Además, Rusia ha entrenado policías en Nicaragua, ha construido infraestructuras estratégicas como CIDTN en Bolivia: el mayor centro nuclear de investigación en América Latina y ha inaugurado en julio de 2025 la primera fábrica de munición Kaláshnikov en América, ubicada en Maracay, Venezuela con capacidad para 70 millones de cartuchos anuales. En Paraguay, la empresa rusa Sodrugestvo adquirió en 2015 el 60 % de GICAL S.A., operadora de terminales portuarias fluviales. Hoy el terminal controla puertos en puntos estratégicos del río Paraná y Paraguay. Rosneft opera y facilita exportaciones de crudo de PDVSA a terceros países, mientras explota campos petroleros en Venezuela con una producción estimada de ~100,000 barriles por día. En el Golfo de México, Lukoil adquirió el 50 % de una empresa petrolera offshore en la Cuenca de Campeche en 2022. Estas acciones no solo consolidan la presencia militar rusa en la región, sino que también crean dependencia estratégica de los gobiernos locales hacia Moscú. Rusia complementa estas operaciones con espionaje y ataques cibernéticos. En Ecuador, intervino para bloquear el envío de helicópteros a Ucrania, mientras que en Nicaragua mantiene la base de espionaje más grande fuera de su territorio, utilizada para vigilar a ciudadanos, opositores y embajadas en Centroamérica y Estados Unidos. Ha desempeñado un papel central en las operaciones de desinformación y en el fortalecimiento de regímenes autoritarios en países como Colombia, mediante inteligencia artificial, deepfakes y campañas cibernéticas orientadas a manipular la opinión pública y los procesos electorales (Ivanov, 2023). La CIA ha alertado que Rusia habría intervenido en redes sociales en favor de la campaña presidencial de Gustavo Petro en 2022, utilizando a Social Design Agency, una agencia especializada en la manipulación digital mediante bots. Según las sospechas, hasta 600 bots rusos podrían haber respaldado su campaña.

El Kremlin utiliza además un aparato de propaganda y manipulación mediática en Hispanoamérica. Medios como RT y Sputnik en español han difundido narrativas antioccidentales y promovido líderes afines a la política rusa. Figuras como Rafael Correa, Fernando Lugo, Evo Morales y Nicolás Maduro han tenido vínculos con RT, participando en programas y entrevistas que critican a Estados Unidos y elogian modelos alternativos al orden liberal. Incluso Cristina Fernández de Kirchner y José Luis Rodríguez Zapatero han recibido cobertura favorable de RT, reforzando la narrativa pro-rusa en la región. Rusia también actúa directamente sobre las élites locales mediante la financiación de campañas, la corrupción de líderes y la promoción de políticas alineadas con sus intereses estratégicos. Esto asegura que Rusia pueda proyectar influencia sin necesidad de presencia militar masiva, aprovechando democracias vulnerables y elites complacientes. Estos líderes, para perpetuarse en el poder, terminaron vendiendo el alma al diablo. Desde la década de los sesenta, con la revolución cubana como punto de partida, cedieron soberanía a potencias extranjeras como Rusia, que aún hoy ejerce una influencia indirecta en decisiones clave de los países hispanos, moldeando a la región como un reflejo de lo que en su momento fue la Unión Soviética. Los países como Cuba, Venezuela o Nicaragua, aunque no ocupados territorialmente, dependen en gran medida de las disposiciones enviadas desde Moscú, de igual forma como pasaba en la Polonia de posguerra bajo el Partido Comunista (PZPR). El colectivismo y las expropiaciones de la propiedad privada, el control de la prensa, la desinformación y la propaganda socialista, el adoctrinamiento en el ámbito educativo y cultural, son todas medidas soviéticas que fueron usadas en la República Popular de Polonia (PRL) y hoy en día en muchos países hispanoamericanos.

La influencia rusa en Hispanoamérica no es un fenómeno aislado ni un simple juego de relaciones bilaterales. En pleno siglo XXI, Rusia revive estrategias de la Guerra Fría, y la estabilidad de la región depende hoy más de nuestra vigilancia, conciencia colectiva y fortaleza institucional que de cualquier tratado internacional. Moscú no busca meros aliados: busca territorios políticos donde pueda reproducir su control y explotar los vacíos de la democracia y los intereses personales de élites locales. La pregunta que debemos hacernos es inevitable: ¿cuánto estamos dispuestos a ceder mientras sus tentáculos se extienden sobre el continente? Rusia ha logrado consolidar su presencia en la región combinando influencia militar, económica y mediática. La venta de armamento, la financiación de proyectos estratégicos, la construcción de infraestructura crítica y la cooperación con gobiernos de izquierda generan dependencia y afianzan su poder. Además, la propaganda, el espionaje y la manipulación política amplifican su control, creando un ecosistema donde sus intereses avanzan con mínima resistencia. Este enfoque multipolar no solo fortalece sus aliados, sino que también debilita la influencia de Estados Unidos convirtiendo a Hispanoamérica en un terreno de experimentación geopolítica de Moscú.

Desde Venezuela hasta Bolivia, pasando por Nicaragua y Ecuador, Rusia ha infiltrado gobiernos, entrenado fuerzas policiales y armado paramilitares con el objetivo claro de mantener regímenes afines y controlar recursos estratégicos. Esta influencia se manifiesta en venta de armas, entrenamiento de fuerzas policiales, construcción de infraestructura nuclear y militar, ciberataques, y despliegue de grupos como Wagner. Con recursos limitados pero un aparato estratégico sólido, Rusia genera inestabilidad política, económica y militar, interviene en elecciones, manipula redes sociales y consolida alianzas con élites locales. Hoy existen, en varios países, actores políticos y económicos que operan como maniquíes obedientes al poder ruso, al crimen organizado o a la ideología socialista, donde los únicos que se benefician son sus líderes. Esto constituye una advertencia no solo para las élites hispanas, sino también para quienes defienden la hispanidad, pero se sienten atraídos por ideologías marxistas y ven en Rusia un aliado.

La agenda rusa no se limita a debilitar a Estados Unidos: busca imponer su doctrina autoritaria, erosionando la identidad cultural, histórica y religiosa de Hispanoamérica. Históricamente, la URSS utilizó la leyenda negra para reforzar su narrativa ideológica, presentando a España como paradigma de barbarie y opresión, y contrastándola con la supuesta liberación socialista. Tras la disolución de la URSS, Moscú rediseñó su estrategia: hoy, en lugar de financiar guerrillas (FARC, ELN, Sandinistas) se concentra en gobiernos socialistas, mediante préstamos, armamento, cooperación tecnológica y energética, y el respaldo de las dictaduras castrochavistas en la ONU. Putin actúa contra la esencia de los pueblos de Hispanoamérica, herederos de valores occidentales, cristianos y del legado español. El Foro de São Paulo y el socialismo del siglo XXI, manejados por elites izquierdistas locales pero dirigidos desde Moscú, son la continuidad de un plan iniciado con la Revolución Cubana: expansión de gobiernos socialistas, adoctrinamiento ideológico y manipulación de la memoria histórica. El impacto tangible es devastador. En Venezuela, país hundido en miseria, represión, expropiaciones, persecución y crisis humanitaria, más de 7,8 millones de personas han sido forzadas al exilio hasta 2024 (el 22 % de la población). Situaciones similares se reproducen en Cuba, Nicaragua y Bolivia, donde la influencia rusa ha consolidado regímenes autoritarios, debilitado instituciones y fomentado el adoctrinamiento político y social.

En definitiva, Rusia no es ni aliado de Hispanoamérica ni del mundo occidental. Su influencia multidimensional amenaza la democracia, erosiona la identidad cultural y desplaza valores fundamentales, desde la tradición cristiana hasta el legado español y grecorromano. Defender la hispanidad y la libertad exige reconocer la magnitud de esta amenaza: Moscú no es un socio; es un actor disruptivo cuya estrategia histórica y contemporánea sigue marcando la vida de nuestros pueblos. El desarrollo de economías nacionales sólidas, la conciencia histórica y la fortaleza institucional son las únicas herramientas para preservar la estabilidad y el futuro de Hispanoamérica.

*** Marzena Kożyczkowska es investigadora hispanista, traductora, profesora y analista del mundo hispanohablante. Graduada en Filología Hispánica por la Universidad Ateneum de Gdańsk (Polonia), licenciada en Lenguas y Literaturas Modernas, está especializada en Estudios Hispánicos en la Università degli Studi di Palermo (Italia) y tiene el Máster en Estudios Hispánicos Superiores de la Universidad de La Rioja (España).

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