Cuando nos quejamos, con razón, de la situación política española, de cómo se está intentando destruir el armazón constitucional y las virtudes cívicas que hacen posible una convivencia democrática, solemos pensar en ciertas especies de maldad, pero, sin desdeñar este factor,  raramente caemos en la cuenta de cómo muchos de estos retrocesos se pueden interpretar también como consecuencias de la torpeza, de la mala calidad intelectual y moral que se ha hecho endémica en buena parte de la clase política. Insisto en que la maldad y la torpeza son perfectamente compatibles, pero quiero fijarme ahora en la última porque me parece que es más fácil de erradicar que ciertas formas de maldad que están implícitas, en especial, en determinadas políticas.

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En el caso del desastre de la Dana valenciana, por empezar por un ejemplo obvio, la maldad política ha consistido en que se haga recaer sobre un gestor nada brillante y muy torpe todas las responsabilidades de un asunto que, a nada que se mire bien, tiene varias y muy distintas causas. El expresidente Mazón puede muy bien pasar por una especie de epítome de la ineptitud y no sólo por su confusa conducta en el día de la tragedia sino porque hay que ser un poco especial para no cometer el fiasco de anunciar su dimisión el mismo día en que comenzaba el proceso penal contra el fiscal general del Estado. A este tipo de torpes no hace falta esforzarse mucho para romperles el relato.

No cabe ver sino como una torpeza supina el empeño en derribar el muro sanchista repitiendo a hora y a deshora su propósito de derogar el sistema, sin caer en la cuenta de que los ciudadanos ya no tienen en la memoria un gobierno popular de probada eficacia sino algo muy distinto

Su torpeza no ha sido, por desgracia, un hecho aislado. Basta pensar que su partido ha sido incapaz de señalar con claridad ante la opinión pública las otras responsabilidades, a mi modo de ver las más graves, que no pueden atribuirse a Mazón porque dependen de políticas nacionales. El no haber hecho las obras hidráulicas que podrían haber evitado la riada, en primer lugar, o el haber regateado cicateramente las ayudas empezando por no declarar desde el primer día una emergencia nacional. Los que peinamos canas recordamos perfectamente como el gobierno de Felipe González movilizó masivamente al ejército de manera inmediata en el desbordamiento del Nervión que anegó Bilbao en 1983, pese al ceño del lehendakari Garaicoechea. En Valencia no ha habido nada parecido y tanta indolencia mal disimulada tendría que haber tenido un coste político que nadie ha sido capaz de poner de manifiesto.

No sólo hay torpeza en la derecha, desde luego. Todos tenemos muy presente, por lo reciente del caso, las andanzas, verdaderamente dignas de un personaje como el comisario Torrente, de la llamada fontanera del PSOE a la que no se le ha ocurrido, ni a ella ni a sus jefes, otra cosa que ir ofreciendo recompensas y promociones con el respaldo de Pedro Sánchez y en compañía de un personaje más que sospechoso, a personajes con el colmillo retorcido, como lo deben ser los fiscales u oficiales de la Guardia Civil, que, naturalmente, han grabado las conversaciones de la agente encubierta para regocijo general.

Si volvemos a la otra orilla del charco político no cabe ver sino como una torpeza supina el empeño en derribar el muro sanchista repitiendo a hora y a deshora su propósito de derogar el sistema, sin caer en la cuenta de que los ciudadanos ya no tienen en la memoria un gobierno popular de probada eficacia sino algo muy distinto,  y sin pararse a pensar que por harto que esté el personal con las trolas y trampas del gobierno actual es posible que no se movilice para derribarlo en las urnas si no encuentra un programa nítidamente distinto al “quítate tú para que yo me ponga” y que, además, sea suficientemente atractivo porque está explicado con claridad, detalles y persuasión. Es posible que en muchos electores quede la duda de si habrá empeño en su cumplimiento, pero, al menos, habría una esperanza a la que abrazarse.

Hay que caer en la cuenta, además, de que tanto las maldades como las torpezas se evalúan de manera muy distinta en los dos lados del mapa político. La izquierda tiene muy clara la ley del embudo y se apresta a considerar la corrupción como una forma de conducta solidaria a nada que se descuide el adversario y así se entiende que una gigantesca trapisonda como el caso de los ERE en Andalucía haya podido servir para demostrar que el Tribunal Supremo se deja llevar por dejes franquistas y no ha respetado derechos constitucionales de los máximos responsables de dilapidar millones de euros, según el imparcial criterio del tribunal Pumpido.

Los electores del centro derecha no tienen, en su mayoría, un embudo moral de similar capacidad, de manera que si un ministro se ha corrompido no dudan en señalarlo y si un torpe como Mazón hace de las suyas no pierden ni un minuto en disculparle y, menos aún, en hacer la correspondiente apología, de manera que, aunque la derecha llegase a controlar el Constitucional, no se le ocurriría llevar allí a cualquiera de sus condenados para limpiarles el expediente.

Con las torpezas pasa exactamente lo mismo. Mientras en el PSOE ensalzan la independencia y la calidad de la investigación de esa periodista anticorrupción que se llama Leire Díaz, los ciudadanos que estarían dispuestos a votar al PP, y ahora mismo no están nada seguros de hacerlo en el futuro, no pierden un minuto en elogiar la diligencia de Mazón, ni la astucia y la habilidad interrogatoria del senador que se encargó, al parecer, de poner en apuros a Sánchez, ni los múltiples aciertos de los portavoces del PP repitiendo machaconamente lo perverso que es Sánchez, algo que, según parecen creer, nadie sabe. El manual de oposición de este partido parece inspirado en el célebre “leña al mono hasta que se aprenda el catecismo”, que no es el más sutil de los tratados de pedagogía política.

Son muchos los españoles que están hartos de que la clase política parezca nutrirse en exclusiva de esa clase de personas que se han puesto a hacer la pelota a sus jefes desde la más tierna edad y que, cuando se ahonda en sus currículos, tienden a mostrar una exagerada ausencia de experiencia profesional independiente y de títulos en verdad valiosos. Por acabar con otra torpeza del PP nos encontramos que cuando se invita a dimitir a una persona que ha falseado su currículo, loable praxis, vemos como la expulsada del “inner circle” reaparece prontamente en otras labores: en el fondo no importa ser mentiroso o tonto, porque, al parecer, lo único que cuenta es ser dócil, maleable y tener buenas relaciones con los que todo lo mandan. Desde luego que este es un país muy raro porque creo haber leído que Albert Rivera anda por ahí dando lecciones de liderazgo.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web