Estamos acostumbrados a meter en el mismo saco la velocidad y el tocino. Si A es favorable al aborto, ¿por qué sé que me hablará en términos apocalípticos del cambio climático? Si B está muy preocupada por la inmigración, y quiere introducir un mayor control a la llegada de personas que vengan de fuera, ¿por qué puedo esperar que levante el dedo si se propone un aumento en el gasto militar? Dos a dos, estas cuestiones son muy distintas entre sí, y de hecho, estrictamente hablando, no guardan relación entre ellas. Entonces, ¿por qué sabemos que forman parte de un mismo paquete?

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Subjetivamente, todos tenemos la respuesta. Grosso modo, A es de izquierdas y B es de derechas. Pero esta respuesta no es suficiente. Por ejemplo, los sindicatos siempre han estado mayoritariamente en la izquierda. Y tradicionalmente han sido una de las fuerzas más opuestas a la inmigración. Hoy, los sindicatos no hablan de eso. No pueden sumarse al entusiasmo de la izquierda por la llegada de inmigrantes; muchos trabajadores lo ven como una amenaza a su puesto de trabajo. Pero tampoco pueden mantener su antigua posición antiinmigración, porque automáticamente les colocarían dentro de la derecha más extrema. Así que callan. ¿Por qué los sindicatos se ven obligados a militar en la izquierda? Y ¿por qué esa militancia le obliga a renunciar a una de sus reivindicaciones tradicionales?

¿Qué hace que la ideología (o ideologías) de izquierdas obligue a sus fieles a identificarse plenamente con sus postulados y prohíbe las dudas o los compromisos como un anatema? ¿Qué permite que eso no se repita en la derecha, dicho sea en términos genéricos?

Por qué unos ven la velocidad y el tocino como elementos necesarios de su forma de ver la vida, mientras que otros no ven el mundo si no es con un culo y unas témporas, es una idea que me ha tenido entretenido durante años. Este asunto, y otros relacionados, han mantenido entretenidos también a varios autores. Pero éstos, Adrian Lüders, Peter Warncke, Matthew Quayle y Dino Carpentras, han mirado el asunto con una actitud académica. Y han publicado un artículo, titulado Social identity and civic engagement: A qualitative analysis of narratives in social movements. Y han observado el mismo fenómeno. Si una persona tiene una determinada posición, es muy probable que mantenga otras posiciones, no necesariamente relacionadas entre sí desde el punto de vista lógico, pero que socialmente se consideran unidas en torno a grupos o acervos de ideas. Además, esos grupos tienen un nombre que les identifica (progresista-conservador, por ejemplo) y, en el caso del estudio de que hablamos, una fuerza política que agrupa el voto de esas personas (demócratas-republicanos).

Los autores han recurrido a una metodología relativamente nueva; ResIN, acrónimo de redes de respuesta a ítems. Estas palabras, así dichas, no nos dicen mucho. ResIN se refiere a la creación de una red entre las preguntas que se formulan y las respuestas. Cada combinación persona-pregunta-respuesta es un nodo, que se relaciona a su vez con otro nodo, y el conjunto de relaciones entre ellos forman redes; básicamente, dos; una en torno al Partido Demócrata, y otra en torno al Partido Republicano, con algunas relaciones entre ellas. Son como dos constelaciones de nodos.

A las casi 400 personas que formaron parte de este estudio, en una primera fase, les preguntaron cuáles eran sus posiciones sobre un conjunto de temas, y cómo se identificaban, si como demócratas o como republicanos. En una segunda fase, les mostraban varias viñetas con ciertas posiciones políticas. Con un grado de acierto de más del 90 por ciento, los participantes identificaban si la persona que sostenía era demócrata o republicana.

¿Qué fuerzas nos obligan a sumarnos a esa agrupación de ideas? Lüders y los otros autores creen que tiene que ver con la identidad social. Nosotros nos identificamos como parte de un grupo. Un mecanismo tribal, y como tal atávico, varias veces milenario, y adherido, por mor de la selección natural, a nuestra herencia genética. Yo soy de estos, y no soy de los otros. Lo que observan, pero no explican los autores, es porqué hay dos grupos y no múltiples. Luego diré algo al respecto.

Los investigadores también observan otra cosa: los demócratas están más “apiñados” en sus creencias. Sus ideas son más extremas, y se aferran de un modo muy consistente a ellas. Son extremas en el sentido de que se ven como muy opuestas a las creencias conservadoras; las asociadas con el Partido Republicano. Eso no ocurre entre los republicanos. Ellos tienen una constelación más amplia, menos apiñada, en la que hay una mayor variedad e inconsistencia en las posiciones. Y los hay más moderados y más extremos, mientras que la figura del demócrata moderado es muy escasa.

La metodología utilizada por los autores permite una plasmación gráfica; muy gráfica, podríamos decir. Y esa representación nos permite hacernos muy bien a la idea de cuál es esa diferencia. Podemos verlo en esta imagen:

¿Qué hace que la ideología (o ideologías) de izquierdas obligue a sus fieles a identificarse plenamente con sus postulados y prohíbe las dudas o los compromisos como un anatema? ¿Qué permite que eso no se repita en la derecha, dicho sea en términos genéricos? Una vez más, creo que lo relevante es el punto de vista sobre la realidad. La izquierda quiere transformarla; no la tolera tal cual es. Y para transformarla es necesario ejercer cierta violencia, alta o baja, sobre ella. Esto se da la mano con una intransigencia hacia esa realidad, y hacia quienes sí transigen con ella. En la derecha hay una tolerancia, y un entendimiento de “lo que hay”. Y como la realidad es compleja, es normal que quepa una mayor variedad en las posiciones políticas dentro de “la derecha”.

La explicación de la existencia de los grupos, para los autores, es la autoidentificación. Pero ¿por qué hay dos? La mejor explicación que he encontrado la ofrece Thomas Sowell. En su libro Conflict of visions, no traducido al español, encaja todas las posiciones políticas en torno a dos visiones de la naturaleza humana. Por un lado, está la visión restringida, o trágica, que considera que la naturaleza humana es una y no cambia, con elementos buenos y malos, y por el otro está la visión no restringida, o la visión de los ungidos, según la cual el hombre es moldeable, y con él lo es toda la sociedad.

Foto: Rob Wicks.

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