Al menos media España está atenta a las peripecias y “gestiones” de la parentela cercana a Pedro Sánchez y de su antigua mano derecha el señor que fue ministro de Fomento y jefe efectivo del PSOE. Todos los que están al tanto y la mitad de los que no lo están saben perfectamente de qué van las andanzas de estos personajes, no hay mucho margen para suponer la mejor de las intenciones y el más desinteresado desempeño en tales acciones.

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Pues bien, aunque parezca inverosímil todo este tipo de andanzas y sus derivados en forma de filtraciones, mensajes y otras menudencias sirven, muy a pesar de las opiniones en exceso ingenuas, para ocultar asuntos de mayor gravedad. Fijémonos, por ejemplo, en los casi 500 millones de euros que se le dieron a Air Europa con motivo de la mala situación económica de la compañía. Por supuesto que tiene interés saber si Aldana, Begoña, Abalos y tutti quanti  anduvieron por medio y cobraron favores o comisiones, pero lo grave es que en nuestro sistema apenas queda hueco para hacer preguntas de mayor calado.

El mecanismo que ha convertido en costumbre ese descuido depende directamente de la manera en la que se gobiernan los partidos y se elige a los diputados que, en la práctica, no son sino sirvientes de sus jefes, estén en el Gobierno o estén en la oposición

Empecemos por discutir si una empresa en apuros tiene, digamos, derecho a que los que no somos sus dueños, accionistas o gestores paguemos su mala gestión o sus desgracias. Sigamos preguntando si la SEPI (sociedad estatal de participaciones industriales) tendría que servir para salvar de sus apuros a empresas comerciales que han tenido un mal desempeño.

Ya puestos, no vendría mal saber cuál es el monto total del presupuesto que la SEPI dedica a este tipo de cosas, si es que están previstas entre sus funciones, e indaguemos también cuántas compañías en apuros pidieron los auxilios del organismo y de qué manera y con qué criterios se distribuyeron las ayudas disponibles.

No deja de ser llamativo que la causa que se invoca para explicar el desastre económico de la aerolínea de los Hidalgo sea la epidemia que, sin duda afectó a las compañías de transporte, pero ¿cómo lo hicieron las otras líneas aéreas que también vieron afectados sus ingresos? ¿Cuál es la causa de que Air Europa haya tenido un tratamiento tan favorable como excepcional?

No ayuda mucho a entender el caso la información que indica que en el año anterior a su desgracia la familia Hidalgo se benefició de unas decenas de millones de euros, ganancias obtenidas con el funcionamiento eficaz de su empresa. Si no se aclara este asunto, se puede dar la impresión de que es normal que cuando una empresa dé beneficios sus accionistas se forren, pero, en cambio, si genera pérdidas seamos todos los demás los que tenemos que rascarnos los bolsillos para que los beneméritos empresarios vuelvan a ganar mucho dinero tan rápido como sea posible.

No parece que, por fortuna, esa sea la regla general porque de serlo, todos seríamos empresarios y no nos preocuparía generar pérdidas, seguros de que la SEPI nos cubriría las espaldas de inmediato. ¿Qué tenía de especial Air Europa? Los ministros que han hablado algo de esto, incluso cuando lo han hecho conteniendo el gesto, han aludido al carácter estratégico de la compañía y a la importancia del turismo en la economía española. Si esas explicaciones fuesen de recibo tendríamos que rescatar a una enorme variedad de negocios que no pudieron soportar el parón de la pandemia, que Sánchez y sus ministros se empeñaron irresponsablemente en dilatar para ocultar de algún modo su incompetencia al detectar a tiempo la gravedad del caso.

No se ha hecho así, cualquiera puede observar todavía, mucho tiempo después, los estragos del encierro forzoso a causa del tratamiento político de la pandemia, en las calles de muchas ciudades españolas, tiendas cerradas, restaurantes que no han vuelto a abrir y muchos casos parecidos. Nadie del Gobierno ha hecho nada por esas empresas, nada comparable a la celeridad empleada en darle los millones a los Hidalgo.

Lo mismo puede decirse de la tardanza espantosa en otorgar ayudas a las víctimas del volcán en la Palma o la parsimonia burocrática con la que se ha abordado las indemnizaciones a los valencianos que lo han perdido todo a causa del desbordamiento de las aguas en la última Dana y eso que, en este caso, las responsabilidades claras y directas de diversas administraciones, empezando por el Ministerio de la sostenibilidad y otras mandangas son claras e indiscutibles.

Al margen, por tanto, de las maliciosas triquiñuelas de un ministro trincón y sus secuaces y de las sorprendentes relaciones de Begoña con Aldama y los Hidalgo, lo que habría que preguntarse es cómo es posible que nuestro Gobierno lleve con tanto descaro la asignación de unos millones de euros y qué es lo que ocurre para que la oposición no sea capaz de obligar a que se profundice en un caso tan escandaloso.

La respuesta es que entre unos y otros hemos dejado que el Parlamento incumpla una función esencial que es la de pedir cuentas al ejecutivo sobre cómo se gasta el dinero de todos. El mecanismo que ha convertido en costumbre ese descuido depende directamente de la manera en la que se gobiernan los partidos y se elige a los diputados que, en la práctica, no son sino sirvientes de sus jefes, estén en el Gobierno o estén en la oposición.

Si a esto se añade que la oposición entiende que su tarea no consiste en trabajar seriamente en el Parlamento, sino en retar una y otra vez al presidente del Gobierno para que todos nos convenzamos de su inaudita maldad, se entenderá que preguntas cuya importancia es vital queden sin respuesta alguna.

Ahora que se anuncia un Congreso del PP no estaría de más que este partido se preguntase por las causas de que, pese a su insistente ataque al partido en el Gobierno y a su líder no haya todavía una amplia e indiscutible mayoría capaz de obtener los escaños suficientes como para evitar que Sánchez pueda repetir su proclama de que “somos mayoría”. Tal vez que esta pregunta no sea la primera preocupación de los dirigentes del PP sea la explicación de que tampoco se hagan todas las demás.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web