La mano alzada, el gesto serio, y la reflexión profunda, los gobiernos europeos o, por ser más precisos, algunos gobiernos europeos, han lanzado un desafío a la Comisión Europea. El desafío tiene la forma de carta, y el tono de “deeply concerned” propio de Bruselas.

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Quienes están son 19 gobiernos, de 27. De modo que terminamos antes si señalamos quiénes no están: los presidentes o primeros ministros de Hungría, Irlanda, Malta, Rumanía, Eslovaquia, Eslovenia y España. Tampoco está la primera ministra de Dinamarca, pero es que la carta también está destinada a ella, porque Dinamarca asume este segundo semestre de 2025 la presidencia del Consejo de la Unión Europea. Nada indica que la propia Mette Frederiksen no asuma los postulados de la carta.

Los estados europeos han creado un monstruo, y están intentando aplacarle

¿Y qué postulados son esos? ¿Qué reflexión le lanzan al cardado de Von der Layen? Que la UE es una pesada carga para los gobiernos y para sus economías. Mencionan el informe Draghi, lo cual tiene una lógica perfecta y resulta contradictorio a un tiempo. La culpa no la tienen los abajofirmantes (Stocker, Macron, Meloni, Tusk, Merz, Montenegro…), sino del informe Draghi.

Al informe Draghi le pasa como al biólogo que estudia las arañas, que hace un análisis correcto y llega a conclusiones disparatadas. El biólogo arranca una pata a la araña, y le coloca delante una presa. Y la araña se desplaza y se la come. Y en días consecutivos repite la misma prueba, arrancándole una pata cada ocasión. Y toma sus apuntes: “anda con mayor dificultad, pero alcanza la presa”… “se arrastra con su última pata, pero alcanza la presa”… Y, finalmente: “Cuando se le arrancan las ocho patas a la araña, pierde por completo el apetito”. El análisis es perfecto, pero la conclusión es descabellada.

Pues eso pasaba con Draghi. Los presidentes y primeros ministros asumen el diagnóstico del mandamás italiano, sin mencionar las conclusiones de Vladimir Draghi. Esto es: desde la gran recesión, la productividad en nuestro continente ha dejado de crecer, a diferencia del resto del mundo. Pero no compran su consejo de elegir otros objetivos con los que planificar la economía europea.

La importancia de la carta va mucho más allá de lo que propone. Pero lo que propone es también muy relevante. El principal mensaje es que hay que simplificar las leyes y regulaciones.

“Mucha gente en Europa tiene hoy dudas sobre si puede lidiar con nuestras normas y leyes: nos ralentizan en lugar de guiarnos. Nos bloquean más que abrirnos a más libertad y más oportunidades”. Siempre se ha dicho eso, pero estamos en un momento, dicen, en el que esas impetraciones tienen que atenderse.

Hay que eliminar varias de las normas que están ya aprobadas. Hay que acabar con la fórmula de las leyes omnibus, mamotretos legislativos que sirven a decenas o centenares de propósitos, léase lobbys. Son leyes que se aprueban por coaliciones de intereses, que se adhieren como percebes a los grupos parlamentarios, y que no responden a los intereses del común, sino a tal o cual grupo organizado y poderoso. En definitiva, “se necesita nada menos que un cambio cultural”.

El segundo escalón de importancia de la carta, por encima de sus propuestas, son los objetivos que se plantean los autores. Que no son los de Vladimir Draghi; están muy lejos de serlo. Dicen que hay que recuperar los valores de libertad, seguridad y prosperidad. ¿Mencionan la libertad en la carta? Sí. Y la seguridad, y la prosperidad. Como objetivos deseables y alcanzables.

La UE, que es un millón de titanics en un solo bote, tiene que cambiar de rumbo. “No sólo un poquito, sino substancialmente”. Eso es lo que nos dicen. Y recuerdan que si la UE no fuera lo que es, una tela de araña que nos tiene atrapados a la espera de que la Comisión nos devore, podríamos facilitar lo que ocurre en otras partes del mundo: lanzar un nuevo producto, crear una fábrica, expandir las redes energéticas, comprar una empresa o fusionarla con otra, facilitar la financiación de las empresas pequeñas y medianas sin una maraña de regulaciones… Lo mencionan los dirigentes en su misiva.

Y subimos un escalón más, para señalar lo más importante, que como cabe esperar no es lo que dice la carta. Lo importante es quién lo dice. La Comisión Europea se ha convertido en un poder en sí mismo, que se ha independizado de sus creadores, que son los Estados. No son los Estados quienes deciden si financian a la CE, o cuánto, sino que ésta se nutre, sobre todo, del IVA y de un porcentaje fijo de los PIB de los Estados miembros. Han creado un monstruo, y están intentando aplacarle.

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