Como el engaño y la mentira juegan siempre un papel importante en la política al uso, hay que destacar también la función que desempeñan los razonamientos infundados, los sofismas, en fortalecer y perpetuar las falsedades que, no conviene olvidarlo, siempre favorecen a alguien.
La mayoría de los sofismas que funcionan con éxito se refieren al futuro, al reino de la imaginación porque se trata de un terreno en el que no nos es dado penetrar hasta que el paso del tiempo nos lo pone delante, pero hay también argumentos muy deficientes que se refieren a la interpretación del pasado y/o a las reglas que rigen el juego político. Pongamos algún ejemplo.
La izquierda en su totalidad es muy partidaria no de gobernar la sociedad conforme a unas reglas sino de usar su poder para crear una nueva sociedad que esté conforme con sus dogmas
Entre españoles es muy socorrido el argumento que carga las culpas del papel, inusitadamente importante y claramente desproporcionado, que desempeñan las fuerzas nacionalistas al controlar de forma muy efectiva la marcha política española a un error de planteamiento de la ley electoral. Esta afirmación olvida dos datos fundamentales, el primero es que la ley electoral vigente favorece bastante a las dos primeras fuerzas políticas, perjudica a la tercera y siguientes, pero deja a los partidos que no se presentan en toda España con un papel estrictamente proporcional a sus votos.
El segundo fallo del supuesto argumento está en que se olvida que los excesos de los nacionalistas se han cometido porque el PSOE y el PP han usado esos escaños para vencer a su rival olvidando la posibilidad de pactar entre ellos en beneficio del conjunto de España, al contrario de lo que siempre sucede en Alemania, cuya constitución ha sido modelo claro de la nuestra.
Desde Zapatero y con Sánchez esa opción anómala de todo punto ha llegado tan lejos que padecemos un gobierno presidido por un socialista pero que se somete en todo a exigencias que si hubiesen sido expuestas al conjunto de los españoles estos hubieran rechazado con toda probabilidad. Ahí está el mal y no en la ley electoral que, por otra parte, será muy difícil cambiar dado el uso que esas alianzas le han reportado al PSOE.
La izquierda en su totalidad es muy partidaria no de gobernar la sociedad conforme a unas reglas sino de usar su poder para crear una nueva sociedad que esté conforme con sus dogmas. Este hecho suele ocultarse argumentando que la derecha defiende intereses de corto plazo mientras que la izquierda trabaja a más largo plazo para caminar hacia una sociedad más justa. La contraposición es totalmente inadecuada y su intención es tramposa. La manera más fácil de verlo es considerando la enorme irresponsabilidad de la izquierda con el gasto público y con la deuda nacional que genera, lo que hace, sin sombra de duda, que sean los españoles del mañana quienes hayan de pagar las generosidades de la izquierda con las cuentas públicas.
Pasa lo propio con la dialéctica dogmática con que la izquierda pretende que la ciencia le justifique sus políticas medioambientales, lo que se traduce en romper despóticamente el desarrollo pausado de las políticas convencionales para gastar y gastar en proyectos quiméricos sin que importe ni poco ni mucho el descalabro que puedan experimentar muchos ciudadanos en el presente. La opción por los cauces ecológicos en detrimento de los planes en infraestructuras duras capaces de controlar las riadas en Valencia está detrás de las recientes inundaciones que han dejado cientos de muertos, pero todo ha sucedido como si el ministerio de la transición ecológica nada tuviese que ver con el asunto. El insólito apagón que hemos padecido en toda España ha de apuntarse en esa misma manía izquierdista por forzar un quimérico progreso a base de sus insensatas iniciativas.
El sofisma más grave a mi modesto entender es el que defiende que la única manera de derrotar una política maniquea, como lo es la que propone y ejecuta la izquierda española del presente, basada en considerar fachas a todos los que no comulgan con sus creencias, cuando las tienen, sus políticas y sus propósitos, es oponerles una fuerza similar y de sentido contrario, una especie de Podemos de la derecha por decirlo con fórmula que algunos mentecatos han defendido, sustituir la política por una especie de guerra sin cuartel que, en el fondo, adopta el criterio demencial que considera que sólo hay dos tipos de españoles, los buenos que son los nuestros, y los malos que son los demás.
En la derecha política abundan quienes propugnan semejantes remedios, pero no se quedan ahí las desdichas de este sector, porque también juegan un importante papel los que creen que basta con presumir de que se sabe hacer las cosas mejor que la izquierda, sin que haya que gastar demasiadas energías en explicar cómo se llevará a cabo el milagro, para conseguir una mayoría suficiente y gobernar que parece ser lo único que les preocupa. Esta inspiración coincide con la de gentes más radicales en que el camino hacia la victoria no requiere ninguna explicación ni la menor teoría, que basta con hacer ver la maldad del adversario. Parece mentira que se pueda seguir pensando de este modo tras las dolorosas derrotas políticas experimentadas, pero así estamos.
Este verano de tremebundos incendios y numerosas deficiencias en la lucha para extinguirlos, que dejan a miles de ciudadanos en una enorme y peligrosa indefensión, ha sido también muy fecundo en reproches subidos de tono, improperios y zascas, parece mentira que la derecha se entretenga compitiendo con quienes es obvio que no saben hacer otra cosa olvidando la vieja sabiduría de que competir con un necio es enteramente inútil y sólo sirve para dejar al más troglodita con una enorme sensación de victoria.
Habrá que confiar en que, una vez que los cielos nos devuelvan un clima más benigno y propicio, quienes tengan algo de cabeza abandonen de una buena vez semejantes escenarios de confrontación, pero no esperen que el que se piensa campeón abdique de sus especialidades porque actúa inequívocamente conforme al dicho de que “cuando un tonto sigue una linde, la linde se acaba, pero el tonto sigue”.
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