Pedro Sánchez ha cumplido con la costumbre de presentarse ante los medios para cerrar el curso político. Termina julio, comienzan sus vacaciones, y Sánchez nos dice que todo va bien, que también nosotros podemos descansar este agosto. Sánchez es como Jack, el personaje de Pesadilla antes de Navidad: tiene una apariencia siniestra y una delgadez extrema. Sólo que en el caso de Sánchez su piel le roba luz al ambiente, y nos quiere robar la Navidad por motivos ideológicos, no por pura diversión. Eso sí, es el líder de un Halloween plagado de monstruos, acostumbrados a llamar a las puertas y extorsionar a quienes las abren, como en la maldita fiesta pagana.
Alberto Núñez Feijóo no ha querido ser menos. Él va a rebufo de Sánchez, para reservarse la última palabra. En realidad, y por no mentir, no ha sido una sino muchas. Todas negativas, cuando se ha referido a Sánchez y su banda. Lo más significativo es que ha dicho que Pedro Sánchez Castejón, como se le citará cuando esté esperando el momento en algún país sin acuerdo de extradición, llegó al poder para llevárselo crudo. “Es el presidente con más casos de corrupción. No llegaron al poder para acabar con la corrupción, sino para aprovecharse de ella”. A mí me costó hacerme a la idea, pero hace un año o más que me ví obligado a dejarlo por escrito. A Sánchez no le corrompió el poder; él era la corrupción. Al igual que me ví obligado a reconocer que no ve el poder como un fin en sí mismo, sino como un medio para un rápido y definitivo enriquecimiento. Qué equivocado estaba. O quizás lo estábamos todos, al principio. Sí. Ha venido para aprovecharse de la corrupción que él ya traía en su bolsillo.
Fejóo ha sugerido algo importante. Sánchez, dice, “quiere convertir a España en un Estado fallido”. He tenido que leerlo dos veces. Como si este no fuera ya un Estado fallido. Lo era cuando llegó Sánchez al poder
“Ha convivido con prostíbulos y su Gobierno ha pagado prostitutas con dinero público”. De nuevo es un acierto, pero se queda corto. No es que conviviera con ellas, como si se las cruzase por la calle. Es que su proxeneta suegro le pagó la plataforma que le encumbró como líder del PSOE. Ese partido, a base de refocilarse en el poder, ha llegado a su perfección. Aunque siempre acaba sorprendiéndonos, el PSOE ha llevado su propuesta política y moral hasta sus últimas consecuencias con el liderazgo sobresaliente de Pedro Sánchez.
Bien, a estas perlas les ha añadido otras, y juntas forman un collar que le valdría a un cantante de Hip Hop. Sánchez ha arruinado la credibilidad de España. Los trenes son una ruina. Las familias son más pobres. Ha arrebatado la esperanza a toda una generación de jóvenes. Vemos al fiscal general del Estado en el banquillo. Unos fontaneros han visitado la casa de Ábalos…
Si no fuera porque el asunto no tiene ninguna gracia, sería para girar las comisuras de los labios hacia arriba. Alberto Núñez Feijóo habla de la corrupción y del abuso de poder de Pedro Sánchez como si su partido no tuviese nada que ver con eso. Dos veces, dos, entregaron los españoles una mayoría absoluta al Partido Popular, y en ambos casos, especialmente el primero, con el mandato de reforzar las instituciones democráticas para someter al poder a la ley y reducir los abusos. Y las dos se quedaron con el discurso de la responsabilidad y la continuidad. El latrocinio entusiasta de los allegados a Pedro Sánchez es responsabilidad del PP.
Miguel Tellado dijo, en el programa de Federico Jiménez Losantos, que su partido estaba muy preocupado con la debilidad de nuestra democracia, y prometió que cuando lleguen al poder van a impulsar un programa de regeneración y fortalecimiento de nuestras instituciones. Y a Luis Herrero le brotaban las decepciones como de una alfaguara. Ya nos lo dijo Aznar. Y luego el huevón de Rajoy. Y no hicieron nada. ¿Por qué habríamos de creerles ahora? Tellado, claro, no tenía respuesta para ello. Recientemente, una voz procedente de Génova 13 me dijo: “No creas, Feijóo es más parecido a Aznar que a Rajoy”. Pero a este respecto no hay diferencia alguna.
Fejóo ha sugerido algo importante. Sánchez, dice, “quiere convertir a España en un Estado fallido”. He tenido que leerlo dos veces. Como si este no fuera ya un Estado fallido. Lo era cuando llegó Sánchez al poder. Él sólo se ha aprovechado de la falta de mecanismos internos que le permite actuar como un corruptor desaforado. Sólo quedan, como contrapeso, algunos jueces, algunos periodistas, y el sistema autonómico. Si viviésemos en el mundo de Vox, en que todo el poder está concentrado en las manos del Gobierno, la situación sería aún peor.
¿Estado fallido? Ciertamente. A lo que no se ha atrevido Núñez Feijóo es a mencionar algo que dijo Javier Benegas recientemente, en uno de los artículos más importantes de los últimos tiempos. Lo publicó en The Objective. Sánchez y el dragón. El dragón es China, claro, su lengua es Huawei, y su aliento espanta a las democracias. Ya nos lo dijo Donald Trump. España forma parte de los BRICS. No les voy a leer el artículo de Benegas, para eso está el enlace, pero es más rico que lo que acabo de mencionar.
El caso es que tenemos a un presidente, y a un expresidente, trabajando para favorecer los intereses de otros gobiernos. Los de España no los conoce; como para defenderlos. Y de eso, Feijóo no ha dicho nada. Derogará alguna ley, dice. Sí. Se lo impondrá Vox, y tendrá que envainarse el discurso de la responsabilidad y la continuidad que tiene ya redactado. Pero ¿seguirá trabajando para la satrapía marroquí? Ya le ha advertido Mohamed VI que no le va a permitir que no lo haga. Sabemos muy bien, desde marzo de 2004, de qué es capaz el gobierno marroquí. ¿Se erigirá en líder de un gobierno que vuelva al redil de las democracias, aunque ello le lleve a enfrentarse a China?
Feijóo le ha encargado a Ana Ezcurra, su vicesecretaria de Acción Sectorial, pues tienen un departamento así llamado, que le entregue un informe con un listado de las leyes de Sánchez que deben ser derogadas o substituidas. La Amnistía, claro está. El Código Penal, libro sagrado de los violadores en España. La Ley de Memoria. Esas son las que menciona la información de La Razón. ¿Y la Ley de Vivienda? No lo sabemos. El Bienestar Animal bien, gracias. El Mínimo Vital y el máximo de pensiones están aquí para quedarse. ¿La Ley Rider? ¿La contrarreforma laboral? ¿El salario mínimo? No lo sabemos. Lo más probable es que actúe con fuerza y decisión los primeros cien días. Ya lo ha anunciado. Habrá que ir escribiendo los melancólicos artículos que le dedicaremos cuando, a partir del día 101, descanse de su furor reformador y se dedique a gestionar, con economía y buen tino, sus viajes en Falcon.
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