Las revelaciones de última hora de la prensa han sacado a la luz una parte de la podredumbre de las llamadas cloacas del Estado. Vemos cómo una emisaria de Pedro Sánchez conspira con un empresario con problemas con la Hacienda vasca, «la foral», para intercambiar aplazamientos por información comprometedora contra un dirigente de la Guardia Civil. La UCO es el órgano de la Guardia Civil que investiga ciertos delitos económicos, y en esta unidad tienen a Pedro Sánchez y a su entorno de fondo de pantalla. Negoció con un guardia civil investigado por el caso Koldo un ascenso a cambio de que convenciera a Aldama de no seguir tirando de la manta. Paseó por las redacciones un presunto vídeo sexual de un fiscal para anularle personalmente. Buscó colocar a abogados afines al PSOE para encasquetárselos a empresarios en casos incómodos para el sanchismo. Por si fuera poco, Leire Díez se vió con Nervis Villalobos, un capitoste de la narcoorganización chavista, para organizar un ataque a Juan Carlos Peinado, juez que investiga los afanes de Begoña Gómez.
Esa es la política. El pillaje y el crimen. Lo que diferencia la política de otras actividades delictivas es la justificación ideológica del ejercicio del poder. Se ejerce para el pillaje, pero se justifica porque Sanidad y Educación. Mientras miramos la mano derecha, con un guiñol que nos regala los oídos con todos los bienes con que va a colmar nuestras miserables vidas, la mano izquierda nos mete la mano en el bolsillo. Una parte se dirige a la representación teatral, y la otra acaba en los bolsillos de los artistas del teatro. El juego político es una cancamusa.
Vivimos una situación absurda, en la cual los dos partidos de la derecha están buscando desesperadamente el voto de la izquierda. Vox, en la izquierda tradicional, abandonada por el identitarismo y la posmodernidad, y el PP en el voto socialista desencantado
La situación es grave incluso para algunos socialistas; pocos. Hay cierto nivel de criminalidad que, marginalmente, hace que una exigua minoría de votantes socialistas se planteen su comportamiento las próximas elecciones. O que incluso algunos cargos, que temen una inconveniente reacción adversa de los votantes, que preguntan internamente si lo suyo, lo de Sánchez, va a afectar a lo mío. Y hasta ahí podíamos llegar. Es lo que llamamos reservas éticas de los dirigentes y militantes socialistas.
Y el resto de España. Hay una parte de los españoles, parece que mayoritaria, que no está de acuerdo con lo que pasa. Y, como formamos parte de un régimen formalmente democrático, una parte de esa opinión pública alternativa está vehiculada políticamente por parte de otros partidos que no son el PSOE, que también los hay. Ayer, 29 de mayo, compareció ante los españoles el presidente de una de esas formaciones, la más votada en las últimas elecciones; el Partido Popular.
Alberto Núñez Feijóo, ministro de la oposición del gobierno de Pedro Sánchez, dijo en una corta comparecencia que no se puede seguir así. De modo que ha hecho un llamamiento a los españoles para seguir tal cual estamos. Nos manifestamos en la calle, rodeados de banderas de España, y del PP, él acapara el sordo cabreo de los españoles, para terminar con una cena en la que los suyos le dirán: «Has estao cumbre, Alberto».
Núñez Feijóo tenía otra posibilidad. La de postularse como candidato a presidente en una nueva moción de censura. El líder del PP ha apelado a los socios del PSOE, léase PNV. Y les ha dicho que si no le dejan caer, lo pagarán en las urnas. Y en el caso del PNV así será, pero sólo para beneficio de Bildu, que es un apoyo aún más firme de Sánchez. Pero no ha dado el paso de ponerles ante la obligación de tener que retratarse en una votación decisiva.
Con franqueza diré que no esperaba más de la oposición resignada, responsable dirá él, de Alberto Núñez Feijóo. Pero también puede que él esté haciendo otro cálculo. La situación es insostenible, excepto para un votante de izquierdas. Pero eso no quiere decir que no pueda degradarse aún más. Lo previsible, de hecho, es que vaya a peor. Puede que Feijóo se haya guardado esta baza, en la confianza de que a la vuelta del verano, y con su congreso de aclamación al líder ya concluido, pueda caerse alguno de los socios del guindo, o del caballo. Lo ha dicho José María Aznar: «Faltan dos años para las elecciones, y aún queda mucho por ver».
No soy el fan número uno de Vox, pero la política de Núñez Feijóo tiene, a mi modo de ver, otra grave falla. Va a gobernar con Vox. O no va a gobernar. No hay una tercera opción. Vox es demasiado poderoso. El PP es demasiado inane. No va a alcanzar la mayoría absoluta por sí solo. Ni se va a acercar, siquiera. O gobierna con Vox, o asume el ministerio de la oposición.
El Partido Popular tiene que asumir una posición propia. Ya lo ha hecho. No ofrece nada a la población española. Nada es algo. Poco, claro, pero es ya una posición frente a la población española. Podría adoptar otra posición. Entiendo la necesidad de distinguirse de Vox, pero como el partido de Santiago Abascal se ha subsumido en el movimiento de la derecha (e izquierda) identitaria y nacionalista, es muy fácil. Si el PP no fuera como es, incluso podríamos pensar en que adoptara una posición liberal ante la población española.
Vivimos una situación absurda, en la cual los dos partidos de la derecha están buscando desesperadamente el voto de la izquierda. Vox, en la izquierda tradicional, abandonada por el identitarismo y la posmodernidad, y el PP en el voto socialista desencantado. Y es aquí donde, creo, la estrategia del PP falla. Como demostraron las últimas elecciones, el voto socialista le abandonó a la hora de la verdad.
La labor política del PP tiene que ser la de facilitar que la población española acepte a Vox como una opción válida más. No hace falta que lo elogie. No tiene por qué asumir una parte de su programa. No tiene por qué decir de antemano que va a pactar con ese partido, aunque sea lo que vaya a hacer. Pero tiene que ayudar a convencer a los votantes menos fanatizados de que España no va a entrar en un neofranquismo con varios ministros, e incluso con un presidente, de esa formación. Sólo así habrá votantes socialistas que no le dejen en la estacada en la hora decisiva.
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