Los más jóvenes no lo vivieron y es muy posible que nadie se lo haya contado, dado el desprecio por la memoria que asola nuestra sociedad. Pero el 11 de marzo de 2004, hace ya más de cuatro lustros, España sufrió un atentado que alteró radicalmente nuestro devenir y cuyas consecuencias están pagando, precisamente, las nuevas generaciones. Porque, desde ese fatídico día, España entró en un ciclo de decadencia y empobrecimiento sinfín.

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Imagina, querido joven, un amanecer gris en Madrid. Los trenes estallan, el caos se desata, y 191 vidas son segadas en un parpadeo. Las imágenes difundidas por las televisiones son dantescas, propias de una zona de guerra. Trenes convertidos en chatarra, cuerpos desmembrados, muertos y heridos entremezclados. Gritos, lamentos y sirenas. La cacofonía del terror.

El 11-M marcó un punto de inflexión en la historia de España, un momento en el que el país giró hacia una trayectoria de imparable decadencia y alarmante debilidad

El 11-M no fue sólo un atentado; fue un terremoto que sacudió la política española, un punto de inflexión que alteró de forma dramática el rumbo de nuestra nación. La verdad judicial señala a una célula yihadista vinculada a Al Qaeda, pero en los oscuros recovecos de la geopolítica revolotean como luciérnagas encendidas hipótesis más inquietantes. ¿Y si el 11-M fue algo más que el zarpazo de unos fanáticos? ¿Y si alguien más, oculto entre las sombras de la realpolitik, movió los hilos?

Este artículo nace de la chispa que encendió una columna en The Objective, donde reflexioné sobre las dos décadas estériles de España que vinieron después de 2004. Décadas marcadas a sangre y fuego —nunca mejor dicho— por el 11-M y sus consecuencias. El artículo suscitó un revuelo considerable, y, como no podía ser de otra manera, los antiamericanos patológicos salieron de sus cuevas digitales, muy indignados porque no incluí a Estados Unidos en la lista de sospechosos. Porque para ellos la CIA es el guionista oculto en toda tragedia global.

Así que, en este texto, emprenderé un viaje especulativo donde trataré de desentrañar las teorías que rodean aquel fatídico día, con ojo crítico y, claro está, una buena dosis de sarcasmo para los que ven espías de Langley detrás de cada farola.

Al Qaeda: el villano evidente… pero no el único sospechoso

Empecemos por lo que sabemos. La sentencia de la Audiencia Nacional de 2007 es clara: una célula yihadista, con marroquíes como Jamal Zougam al frente, perpetró los atentados. Inspirados por Al Qaeda e iracundos por la participación de España en la guerra de Irak, estos asesinos dejaron un reguero de sangre y caos. Osama bin Laden, en un comunicado de 2003, había señalado a España como objetivo, y tras el 11-M, Al Qaeda reivindicó el ataque con una mezcla de fanatismo y chulería. La retirada de las tropas españolas de Irak bajo la presidencia Zapatero fue su recompensa, un golpe magistral en su cruzada contra la coalición internacional liderada por EEUU.

Pero, en geopolítica, las cosas rara vez son lo que parecen. Como en una buena película de espías, los que pueden parecer villanos evidentes suelen ser a menudo peones de un juego mucho más amplio. Aquí entra en escena el principio cui prodest (a quién beneficia). Es decir, ¿quién se benefició realmente del 11-M? Y la respuesta es que no sólo Al Qaeda salió ganando. Marruecos y Francia, con sus propios intereses en el Mediterráneo Occidental, también se vieron muy beneficiados con el cambio de gobierno en España que provocó el atentado. Pero antes de sumergirnos en esas turbias aguas, primero es preciso aclarar que la teoría de que los Estados Unidos orquestó el 11-M es tan absurda que merece capítulo aparte… y unas risas.

La conspiración estadounidense: una película de serie B

No sé qué tiene la CIA que despierta las fantasías más alocadas de los antiamericanos. Tras mi artículo en The Objective, los más patológicos se lanzaron a las redes, clamando que deliberadamente había ignorado la «evidente» mano de EEUU en el 11-M. Según ellos, los servicios de inteligencia estadounidenses habrían planeado los atentados para derribar al gobierno de Aznar, porque, al parecer, se había vuelto demasiado «beligerante» en el Mediterráneo, amenazando los intereses estadounidenses — en general, anglosajones— en el Estrecho de Gibraltar. Voy a desmontar esta fantasía con el mismo entusiasmo con que se aplasta un mosquito en una tórrida noche de verano, y de paso, añadiré un poco de sal y pimienta para los que creen que todo lo malo que sucede en el mundo lleva el sello de Satán; es decir, el sello «Made in USA».

De entrada, Aznar era el mejor amigo de George W. Bush en Europa, el compañero fiel que se plantó en la Cumbre de las Azores, hombro con hombro con Bush y Blair, como el tercer mosquetero de la «guerra contra el terrorismo». España enviaba tropas a Irak, compartía inteligencia con la CIA y reforzaba la presencia de EEUU en bases como Rota. ¿Por qué demonios iba EEUU a sabotear a un aliado tan leal? La idea de que la CIA organizara un atentado para reemplazar a Aznar por Zapatero, quien precisamente había prometido sacar a España de Irak, tiene la misma lógica que prenderle fuego a tu coche porque te irrita que sea demasiado bueno y fiable. Absurdo.

Por otro lado, ¿qué ganaba EEUU con esto? ¿Un España más débil? ¿Un aliado menos confiable? Zapatero retiró las tropas de Irak, socavando así la coalición que tanto le importaba a Bush. Si la CIA quería un cambio de gobierno, elegir un atentado masivo tres días antes de las elecciones fue la peor jugada posible: arriesgada, impredecible y con un potencial de escándalo internacional que haría oler la cabeza a pólvora al más competente de los espías. Y, además, ¿dónde están las pruebas? ¿Un correo desencriptado de Langley titulado «Operación Tren-Bomba»? ¿Tal vez un mensaje en un foro de WhatsApp diciendo «Oye, George, vamos a volar Madrid para fastidiar a Aznar, que se nos ha venido muy arriba»?

Lo único que sostiene esta teoría es la imaginación desbocada de quienes ven la sombra de EEUU en cada suceso global, mientras ajustan su gorro de aluminio para bloquear las maliciosas señales del Pentágono. Dejemos, pues, a los teóricos antiamericanos deleitándose con su aceite de serpiente, y pasemos a los sospechosos más interesantes.

Marruecos: el vecino que juega con la inmigración y el terror

Marruecos, nuestro vecino del sur, tiene un larguísimo historial de jugar con fuego para conseguir lo que quiere. En 2004, bajo el reinado de Mohamed VI, Marruecos estaba en plena pugna con España por Ceuta, Melilla y el Sáhara Occidental. La crisis del islote Perejil en 2002, cuando comandos marroquíes intentaron tomar esa roca y España respondió sin contemplaciones con una operación militar, dejó claro que el gobierno español no estaba para bromas. Marruecos, con su mirada puesta en el dominio del Mediterráneo occidental y la rivalidad con Argelia, veía al PP de Aznar como un enemigo declarado.

En círculos diplomáticos españoles, es un «secreto a voces» que Marruecos ha amenazado con relajar su cooperación antiterrorista para presionar a España en sus disputas. ¿Y si, en 2004, Marruecos, cuando menos, supo algo sobre la célula del 11-M y decidió mirar para otro lado? La mayoría de los terroristas eran marroquíes, algunos con antecedentes delictivos más propios de traficantes que de yihadistas convencidos. Marruecos, con su férreo control sobre la diáspora a través de mezquitas y asociaciones culturales financiadas desde Rabat, podría haber tenido información sobre estos individuos. ¿Omitió compartirla? ¿Dejó que el caos se desatara, sabiendo que un atentado podría debilitar a Aznar y traer un gobierno mucho más sumiso?

Y no olvidemos la inmigración. El CNI ha advertido que Marruecos usa las oleadas migratorias como arma de guerra híbrida, como vimos en la crisis de Ceuta de 2021, cuando miles de ilegales cruzaron la frontera en un claro gesto de presión. Si Marruecos es capaz de abrir la compuerta de inmigrantes para doblegar a España, ¿no podría haber jugado un juego similar con el terrorismo en 2004? Al fin y al cabo, la llegada de Zapatero trajo una España más dócil: menos confrontación por Ceuta y Melilla, una postura más suave en el Sáhara Occidental y una cooperación migratoria que benefició a Rabat.

La política exterior de España hacia Marruecos se ha basado durante décadas en la teoría de la interdependencia económica, esa idea que sostiene que los lazos comerciales y las dependencias mutuas son el mejor colchón contra el conflicto. Comercio, inversiones, acuerdos pesqueros: todo pensado para que una guerra abierta sea demasiado costosa para ambas partes. Y, en general, funciona. España y Marruecos han tejido una red de intereses económicos que, en teoría, debería mantener la paz.

Sin embargo, no hay que dejarse engatusar por la dulce melodía de la globalización. El trágico caso de Ucrania y Rusia demuestra que la interdependencia no es un escudo infalible. Durante años, Moscú y Kiev construyeron una relación económica tan profunda que parecía un seguro contra la guerra. Gas, comercio, inversiones: todo perfectamente entrelazado. Y, sin embargo, la ambición irrenunciable de Rusia por anexionar Ucrania aplastó ese colchón. ¿Moraleja?: los intereses geopolíticos pueden pesar más que cualquier factura comercial.

Marruecos, con sus sueños de hegemonía en el Magreb y sus ojos puestos en Ceuta, Melilla y el Sáhara Occidental, no es Rusia, pero su nacionalismo y sus ambiciones son igualmente enormes. ¿Y si, en 2004, calculó que un atentado como el 11-M podía inclinar la balanza a su favor? Los hechos consumados no son pruebas equiparables a las que se manejan en un tribunal de justicia, pero en geopolítica, sin embargo, tienen un peso mucho mayor. Y, en este caso, los hechos consumados son que la España post-11-M, más servil y poco o nada beligerante, encaja al milímetro con los intereses de Rabat.

Sin embargo, justo es reconocer que no hay pruebas directas de que Marruecos estuviera implicado, ni pasiva ni activamente. ¿Se arriesgaría Marruecos a tener que asumir graves consecuencias por una apuesta geopolítica? Audaz, sí, pero no imposible. El colchón de la interdependencia económica puede mantener la paz en el día a día, pero cuando las ambiciones de un vecino son más grandes que los contratos comerciales, el tablero se vuelve impredecible.

Francia: el aliado que juega a dos bandas

Dejemos aparcado a Marruecos y fijémonos en Francia, el vecino galo que nunca ha visto a España con demasiados buenos ojos. En 2004, Francia, bajo la presidencia de Jacques Chirac, estaba enfrentada a EEUU por la guerra de Irak, y Aznar, con su alineación con Bush, era una dolorosa espina clavada en el costado de la grandeur francesa. España, bajo el gobierno del PP, buscaba un papel protagonista en la UE y el Mediterráneo, desafiando la hegemonía franco-alemana. ¿Y si Francia, con su larguísimo historial de maniobras maquiavélicas, decidió que un cambio de gobierno en España no era una mala idea?

Francia tiene, además, un precedente inquietante: durante décadas, permitió que ETA usara el País Vasco francés como santuario, una táctica de presión para obtener contrapartidas de España. Este juego sucio no le supuso ningún coste a nivel internacional; al fin y al cabo, en geopolítica, la moral es vista como un lujo que sólo los tontos se permiten. ¿Pudo Francia saber algo sobre el 11-M y callar? A primera vista, los servicios de inteligencia franceses (DGSE) colaboraban con el CNI, pero en un tablero donde Marruecos es un aliado clave de Francia, tampoco es descabellado imaginar que París miró para otro lado si un atentado podía acabar con el odioso Aznar y colocar en su lugar un presidente más “comprensivo” con sus intereses, como el inefable Zapatero.

Esté o no libre de culpa, Francia, con Zapatero, logró lo que quería: una España más alineada con la UE, sometida de nuevo al ascendente francés, menos beligerante en el Magreb y distanciada de EEUU. Además, el respaldo francés a Marruecos en asuntos clave como el Sáhara Occidental nunca flaqueó, incluso cuando España sufría las consecuencias, como las crisis migratorias orquestadas por Rabat. ¿Coincidencia? Tal vez. Pero, como escribía en mi columna de The Objective, en política las coincidencias son sospechosas.

Estados Unidos mirando para otro lado, como siempre

Y llegamos de nuevo a EEUU, el gran árbitro global que, según algunos, habría preferido potenciar a Marruecos como potencia regional, a costa de España. En 2004, Aznar era su aliado fiel, pero Marruecos también era crucial para la estabilidad del Magreb y la lucha contra el terrorismo. Si Marruecos jugó alguna carta turbia en el 11-M, ¿pudo EEUU saberlo y callar?

La historia reciente, como el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara en 2020, sugiere que Washington no duda en priorizar a Rabat cuando le conviene. Pero implicar a EEUU en una conspiración activa contra un aliado fiel es un disparate que sólo los antiamericanos más vehementes defienden; tolerar algo pasivamente, en cambio, es una posibilidad que no podemos descartar completamente, aunque sigue siendo especulativa y, en el caso de EEUU, las ganancias serían discutibles, al contrario de Marruecos o Francia, que son muy evidentes.

En geopolítica, la verdad judicial es como un guion incompleto. La sentencia del 11-M señala a Al Qaeda, y las pruebas pueden parecer sólidas: explosivos, comunicaciones, perfiles de los terroristas. Pero, como Al Capone, que fue condenado por evasión fiscal mientras sus crímenes quedaban fuera de los juzgados, la verdad histórica puede ser mucho más compleja y esquiva. Los «hechos consumados» —España debilitada, la ascensión de Marruecos, la recuperación de Francia— constituyen un indicio demasiado poderoso. Marruecos y Francia cosecharon beneficios estratégicos tras el 11-M, y la falta de costes reputacionales por sus sucias tácticas de presión revela que, en el gran teatro de la geopolítica, la verdad importa menos que el poder.

El 11-M marcó un punto de inflexión en la historia de España, un momento en el que el país giró hacia una trayectoria de imparable decadencia y alarmante debilidad, beneficiando a Marruecos y Francia. Los antiamericanos podrán gritar que la CIA es el diablo oculto detrás de esa fecha fatídica, pero los hechos apuntan a un juego más complejo, donde las sombras de Rabat y París tienen más peso que las fantasías de Langley.

Entonces, ¿quién estuvo detrás del 11-M realmente? La respuesta más pertinente sigue siendo Al Qaeda, con su motivo claro y su verdad judicial. Pero las sombras de Marruecos y Francia, con sus incentivos geopolíticos y su historial de juego sucio, no se disipan tan fácilmente. ¿Cooperaron? ¿Toleraron? ¿Miraron para otro lado? No hay pruebas, pero la lógica del cui prodest y el peso de los hechos consumados invitan a sospechar.

En cuanto a la conspiración de EEUU, dejémosla en el cajón de las películas de serie B, junto a los platillos volantes y los Illuminati. Así que, lector, te dejo con una pregunta: ¿quién movió las piezas aquel 11 de marzo? Quizás nunca lo sepamos, pero una cosa es segura: en geopolítica, las verdades simples suelen ser las más sospechosas.

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