La incertidumbre es, posiblemente, el peor escenario no solo para la economía, sino también en general para la vida en sociedad. La falta de previsibilidad paraliza decisiones de inversión, frena el crecimiento y obstaculiza el desarrollo. Hoy, el panorama internacional muestra señales preocupantes, donde la desconfianza y el miedo se han instalado con fuerza en los mercados.

Publicidad

Desde lo que Donald Trump denominó “el día de la liberación” -fecha marcada por la imposición de aranceles comerciales de alcance global-, el escenario económico internacional ha transitado por momentos de pánico bursátil y profunda inestabilidad. La decisión del presidente estadounidense desencadenó una fuerte polarización: de un lado, quienes respaldan incondicionalmente sus medidas; del otro, quienes se oponen con igual vehemencia. Entre ambos extremos, escasean los matices.

La llamada “guerra arancelaria” está en marcha. Y, como en toda guerra, se sabe cómo comienza, pero no cómo ni cuándo puede terminar

En ciertos círculos “conservadores”, cualquier crítica a Donald Trump es rápidamente etiquetada como una traición globalista o, peor aún, una memez de “liberalio”. Este término, cada vez más en boga en España, se utiliza para desacreditar a cualquiera que se atreva a cuestionar desde la derecha el discurso único del supuesto patriotismo.

Lo preocupante no es solo la palabra en sí, sino lo que revela: el reemplazo del pensamiento crítico por un seguidismo ciego, fanático, impermeable a los matices. En sectores donde debería prevalecer la sensatez y el tan invocado sentido común, lo que se impone es la consigna. No hay término medio, ni espacio para el disenso. Todo se reduce a una simplificación burda: patriotas o globalistas, conmigo o contra mí. Nada más.

Este reduccionismo, tan funcional como peligroso, distorsiona una realidad que es, por definición, compleja. Y lo hace con la misma lógica binaria con la que otros, desde el otro extremo ideológico, han querido explicar el mundo. La paradoja es evidente: quienes critican el pensamiento único terminan reproduciendo su propia versión.

En este terreno baldío tampoco queda espacio para las categorías tradicionales de izquierda o derecha. No es el “fin de la Historia” de Fukuyama, sino el fin de lo político tal y como lo conocimos desde la modernidad. Un espacio donde la deliberación, el desacuerdo y la pluralidad deberían ser el corazón del debate público, y que hoy parece reducido a un campo de trincheras ideológicas sin más.

Actualmente, solo una cosa parece clara: la incertidumbre. Las medidas proteccionistas anunciadas, ahora prorrogadas por un período de 90 días, mantienen a los mercados, cuanto menos, en suspenso. Algunos las interpretan como parte de un plan estratégico de largo plazo, el llamado “plan maestro”; otros, como meras improvisaciones del mandatario norteamericano o la ocurrencia de un loco megalómano. En cualquier caso, el impacto en la economía mundial ya es tangible.

Los aranceles impulsados por la administración Trump redefinieron abruptamente la política comercial de Estados Unidos, con consecuencias de alcance global. La llamada “guerra arancelaria” está en marcha. Y, como en toda guerra, se sabe cómo comienza, pero no cómo ni cuándo puede terminar.

Una de las características más notorias de esta política ha sido su falta de diferenciación entre aliados, socios estratégicos, competidores o adversarios. Para el presidente, cualquier país con superávit comercial frente a EE. UU. se convierte automáticamente en un objetivo a abatir. En un gesto teatral, que recuerda a la imagen del Moisés bíblico con las Tablas de la Ley, Trump anunció los porcentajes arancelarios que regirían para cada nación. Algunos países, como Rusia, Corea del Norte, Bielorrusia o Cuba, curiosamente fueron excluidos.

La metodología empleada para calcular los aranceles fue, cuanto menos, rudimentaria: dividir el déficit comercial entre las importaciones para obtener el porcentaje a aplicar. Así, surgieron cifras que originalmente comenzaron con 34% para China, y que a discreción llegaron hoy al 145%, 20 % para la Unión Europea y 10 % de base para el resto del mundo. El mecanismo implicó aplicar los aranceles de forma inmediata, pero después del temor a una recesión generalizada, la caída de las bolsas y sin duda ciertas presiones para reconsiderar las medidas, fueron suspendidas por 90 días para, en ese lapso, negociar con quienes, según las propias palabras del presidente, lo están llamando para rogar un acuerdo “besándome el culo”, una curiosa expresión de un negociador para describir las relaciones comerciales.

Más allá del estilo, las consecuencias económicas son concretas. La imposición generalizada de aranceles conlleva un incremento en los precios internos, con el riesgo de una recesión. Como suele ocurrir en estos escenarios, quien paga el costo es el consumidor final, afectado por lo que se conoce como “el impuesto de los pobres”, es decir con inflación.

La historia reciente ofrece múltiples ejemplos del fracaso del proteccionismo. El caso de Argentina es ilustrativo: desde el modelo autárquico de Juan Domingo Perón, pasando por el intervencionismo socialdemócrata progre de Raúl Alfonsín, hasta la mafia cleptócrata kirchnerista. En todos los casos, el cierre de la economía terminó generando estancamiento, pérdida de competitividad y pobreza. Los aranceles -que no dejan de ser impuestos- reducen las importaciones, pero también las exportaciones y no garantizan crecimiento.

En este contexto, conviene revisar una perspectiva crítica al proteccionismo comercial. En su artículo La balanza comercial no es relevante (publicado el 3 de octubre de 2018), Alberto Benegas Lynch (h), presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina, y académico asociado del Cato Institute -el think tank fundado por Murray Rothbard que tiene sede en Washington-, argumenta que:

Una de las falacias más recalcitrantes de nuestra época consiste en sostener que es muy bueno para un país exportar y es inconveniente importar, o dicho en otros términos el objetivo debiera ser exportar más de lo que se importa al efecto de contar con un “balance comercial favorable”.  Esta conclusión deriva del mercantilismo del siglo XVI que seguía el rastro de las sumas dinerarias, sin percatarse que una empresa puede tener alto índice de liquidez y estar quebrada. Lo importante para valorar la empresa o el estado económico de una persona es su patrimonio neto actual y no su grado de liquidez…

Pero en el fondo subyace otra falacia de peso y es que los aranceles pueden promover la economía local. Muy por el contrario, todo arancel significa mayor erogación por unidad de producto lo cual se traduce en un nivel de vida menor para los locales puesto que la lista de lo que pueden adquirir inexorablemente se contrae. En realidad, el “proteccionismo” desprotege a los consumidores en beneficio de empresarios prebendarios que explotan a sus congéneres….

Si se comienza a preguntar cuales cosas se podrían fabricar como si estuviéramos en Jauja y todos estuvieran satisfechos, quiere decir que no hemos entendido nada de nada sobre economía. En verdad la cuestión arancelaria no es diferente de los efectos que tendrían lugar si se impusieran aduanas interiores en un país o si un productor de cierto bien en el norte descubre un nuevo procedimiento para producirlo y consecuentemente lo puede vender más barato y mejor, pero en el sur lo bloquean debido a que los de la zona lo fabrican más caro y de peor calidad. Este es el mensaje de los funcionarios de las aduanas de todas partes: “no vaya usted a traer algo mejor y de menor precio porque perjudicará gravemente a sus congéneres” …

Es paradójico que se hayan destinado años de investigación para reducir costos de transporte y llegados los bienes a la aduana se anulan esos tremendos esfuerzos a través de la imposición de aranceles, tarifas y cuotas. Hay un dèjá vu en todo esto. En resumen, respecto al tema arancelario, tal como señala Milton Friedman “La libertad de comercio, tanto dentro como fuera de las fronteras, es la mejor manera de que los países pobres puedan promover el bienestar de sus ciudadanos (…) Hoy, como siempre, hay mucho apoyo para establecer tarifas denominadas eufemísticamente proteccionistas, una buena etiqueta para una mala causa”.

El liberalismo económico, desde esta óptica, es una vía hacia la prosperidad. No sorprende, entonces, que el actual presidente argentino, Javier Milei -de conocida admiración por Donald Trump- considere a Benegas Lynch (h) como uno de sus principales referentes intelectuales. De hecho, lo definió como “nuestro padre de las ideas de la libertad” y citó una de sus frases durante su discurso de asunción convertido en lema de cabecera del presidente argentino: “El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”.

Mientras Milei sostiene una doctrina liberal de libre comercio, Trump promueve un modelo proteccionista. La realidad, en ocasiones, desafía las afinidades ideológicas, dejando en offside a la jugada del relato, y eso es difícil de conciliar.

En definitiva, más allá del simbolismo del “día de la liberación”, de ciertos rasgos mesiánicos y del entusiasmo incondicional de sus acólitos, lo cierto es que las políticas económicas basadas en el proteccionismo han fracasado repetidamente a lo largo de la historia. Si se continúa por esa senda tarde o temprano nos encontraremos con una realidad nada agradable. El presidente americano aún está a tiempo de evitar ese escenario.

Foto: Gage Skidmore.

No tendrás nada y (no) serás feliz

No tendrás nada y (no) serás feliz: Claves del emponrecimiento promovido por las élites. Accede al nuevo libro de Javier Benegas haciendo clic en la imagen.

¿Por qué ser mecenas de Disidentia? 

En Disidentia, el mecenazgo tiene como finalidad hacer crecer este medio. El pequeño mecenas permite generar los contenidos en abierto de Disidentia.com (más de 3.000 hasta la fecha), que no encontrarás en ningún otro medio, y podcast exclusivos (más de 250) En Disidentia queremos recuperar esa sociedad civil que los grupos de interés y los partidos han silenciado.

Ahora el mecenazgo de Disidentia es un 10% más económico al hacerlo anual.

Forma parte de nuestra comunidad. Con muy poco hacemos mucho. Muchas gracias.

¡Hazte mecenas!