Conozco el caso de un profesor que comprobó, con callada estupefacción, que sus alumnos no sabían quién era George Orwell. Eran alumnos de Máster, no pipiolos de primer año de grado. Pero, en realidad, también le hubiera sorprendido que unas personas de más de quince años, y con el interés, aunque fuera subrogado, de ir a la universidad, no sepan quién fue el mencionado escritor.

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Se dio cuenta cuando empezó a hablar de él, y los alumnos miraban con un signo de interrogación en el rostro. “Sabéis quién es George Orwell…”. Las palabras tendían entre la afirmación y la pregunta. “No”. “Y el libro 1984, ¿lo conocéis?”. “No, no lo conozco”, se oye en el aula. El profesor se guardó su indignación, congeló el gesto para que no mostrase su sorpresa, y pacientemente explicó de qué estaba hablando.

Esta sociedad que vive en una pantalla, ¿de veras no ha visto unas imágenes de Einstein, con su característico aspecto, o de Dylan o King? Cuesta creerlo

Es un hecho desgraciado que se den situaciones como esta. En este caso particular, además era irónico, pues la asignatura, cuyo nombre no recuerdo, trataba de la relación entre el poder y los medios de comunicación. Otro día apareció en el aula con el libro en la mano: “Lo tenéis aquí, en la universidad, en la biblioteca, por si lo queréis consultar”. Posteriormente lo devolvió a su indiferente soledad. Yo me preguntaba, con todo este asunto, si no conocían la película. Y resulta que no la habían visto, y que tampoco sabían quién es John Hurt. “O seea, que tampoco han visto Alien…”.

A mí esta historia no me acaba de sorprender. Una profesora me contó un caso muy parecido. Enseña creatividad en una universidad. Como en el caso anterior, es un ambiente muy internacional, en el que los españoles son una minoría.

Como parte del material que comparte con los alumnos, la profesora proyectó el anuncio de Apple Think different. Es un caso muy señero. Apple había revolucionado el mercado de los ordenadores personales. La propiedad acabó echando a su fundador, Steve Jobs. Desde entonces, entró en una decadencia de la cual sus dueños encontraron, como única vía alternativa al cierre, la contratación de Jobs como CEO.

Tras su vuelta a la empresa, limpió el catálogo de productos hasta dejarlo en una octavilla. La sencillez, la belleza, la funcionalidad. Estos serían los focos de la nueva Apple. La empresa se había mimetizado con el mercado, y Jobs quería explicar a los consumidores que les esperaba lo que no se esperaban. Había que pensar de forma diferente.

Así era el anuncio. Y se rodeaba de personajes que habían destacado por ser diferentes o permitir una mirada diferente sobre el mundo. Albert Einstein. Bob Dylan. Martin Luther King. Richard Branson. John Lennon. Buckminster Fuller. Thomas Edison. Thomas Edison. Muhammad Ali. Ted Turner. Maria Callas. Mahatma Gandhi. Amelia Earhart. Alfred Hitchcock. Martha Graham. Jim Henson (con la rana Gustavo). Frank Lloyd Wright. Pablo Picasso. No conocían a ninguno.

“No conocerían a la mayoría, dirás, pero ¿a ninguno?”. A ninguno. Para ellos, eran todos unos NPCs, como dicen ahora (non-playable-characters; es decir, unos desconocidos o unos don nadie). Yo no sé quién es Buckminster Fuller, y lo mismo puedo decir de Amelia Earhart. Pero al resto los he reconocido al instante.

Quedémonos con los tres primeros nombres. Esta sociedad que vive en una pantalla, ¿de veras no ha visto unas imágenes de Einstein, con su característico aspecto, o de Dylan o King? Cuesta creerlo. Pero ¿Y Gandhi? Bien, Jim Henson es una de mis personas favoritas de siempre, y le tengo un enorme aprecio, pero ¿podemos pasar porque no identifiquen a Pablo Picasso o a Alfred Hitchcock?

Personalmente, me he encontrado en un ambiente laboral en el que cada vez me he alejado más y más de mis compañeros, que cada lustro son más jóvenes. Ahora, además, soy profesor, por lo que esa barrera de edad es inevitable, y se alza un poco más cada curso. Y estas historias no me sorprenden.

Mis referencias son las de mi generación (X), pero también son las de mis padres. He hecho míos a Elvis y a Fats Domino, al Dúo Dinámico y a Jarcha, a Bienvenido, Mr Marshall, y a Río Bravo. Sé quién fue Kennedy, vive Dios, y la época de Franco casi la pude tocar con los dedos. En fin, nada extraordinario. Hay una continuidad en las referencias. Unas se pierden: nunca leí a Álvaro de la Iglesia, que le encantaba a mi abuelo. Otras no llegan. A mi padre, el dúo francés Air le entra por un oído y le sale por otro. Pero podemos mantener una conversación hablando de esos nombres y otros miles, sin que tengamos que dar explicaciones.

Esto ya no pasa. No es sólo que yo me cabree cuando escucho la neolengua del momento, “me renta… literalmente… bro… mítico…”, o que me espante la música que escuchan mis hijos. Esto es normal. Anda que iba a ponerles a mis padres a los Sex pistols. Lo nuevo es que una parte relevante de lo que llamamos cultura general se está convirtiendo en cultura generacional. Llevo años dando explicaciones de los nombres que pronuncio. Recuerdo que una compañera de trabajo, periodista, me enseñó varias canciones de un grupo español. Yo no las había oído nunca, pero las conocía perfectamente… eran versiones de Neil Sedaka. Ella no sabía quién era el artista original, a quien le estaba rindiendo homenaje sin saberlo.

¿Por qué es esto? Los medios de comunicación, el cine y la televisión, pero también la radio y los periódicos, y los libros, han alimentado nuestros recuerdos con los frutos de la historia y la cultura. Los medios eran los mismos, e inevitablemente las referencias también.

Los jóvenes no ven la televisión si no es para ver retransmisiones deportivas, las series y películas del momento y algún programa de lo que ahora se llama entretenimiento. El resto de la atención está dividido en una miríada de pequeñas pantallas, con un torrente de referencias cada vez más breves y de peor calidad, volcadas en un torrente limpio como el río Ganges, y procedentes de afluentes como Tik Tok, Instagram, Snapshot… Es una cultura hecha añicos.

Sigue habiendo un sustrato común. Pero porque lo mantenemos quienes hemos vivido otro mundo que ahora se desvanece. ¿Cómo será la cultura cuando mis hijos sean abuelos? Sabrán sus nietos quién es Lady Gaga?

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