Dado que la política contemporánea implica un alto coeficiente de espectacularidad es normal que la mayoría de los ciudadanos pierda la perspectiva y sea incapaz de detectar los rasgos que determinan una trayectoria histórica de más amplio significado que la mera actualidad, incluso cuando se hace presente bajo la forma de esperpento.

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No creo que sea necesario insistir en que la política se ha convertido en un espectáculo en el que predomina el ruido y el rock and roll, no es de ahora el fenómeno, pero estamos viviendo un momento de máxima intensidad y bastaría para probarlo señalar que un personaje como Donald Trump, cualesquiera que puedan ser los aciertos con que acabe adornándose, si fuere el caso, es un verdadero showman, infinita y voluntariamente alejado de la imagen austera que se asociaba con el estadista.

Los partidos políticos parecen cada vez más un problema que una vía de solución. Es cierto que sin ellos es imposible la democracia, pero es muy lamentable que ellos se empeñen más en sus egoísmos respectivos que en facilitar el abordaje de los problemas que nos amenazan de modo existencial

La cumbre de este fenómeno en España ha venido a coincidir con el liderazgo de Pedro Sánchez alguien que, muy al contrario que Trump, se empeña en parecer un Kennedy cuando no pasa de ser un zascandil. Esto es lo que ocurre en los balcones y pantallas de la política en que siempre han tenido un gran papel las imágenes y los símbolos, pero lo que ocurre en las plantas principales y en los sótanos del poder se presta poco a las bromas.

En las democracias nunca ha importado tanto lo que solemos llamar la realidad como lo que las mayorías y las minorías piensan de ella y esto es, como mínimo inevitable y consustancial a cualquier proceso político, democrático o no. En ello se apoya la posibilidad, altísima y con frecuencia insoslayable, de que la mentira adquiera un protagonismo desastroso. Muchos recordarán la memorable escena con la que se ha representado el hundimiento del Führer en el bunker berlinés: Hitler seguía creyendo contar con ejércitos que ya no existían, con fuerzas de reposición ya exhaustas. Los generales no se habían atrevido a darle las pésimas noticias y el Führer vivía ya en un mundo irreal. Había sucedido lo que luego se contó también de Stalin, que se había muerto, pero nadie se atrevía a decírselo.

En España nos ocurre que no teniendo ni un Stalin ni un Führer no hay problema en que los generales del sistema le oculten las malas noticias, lo que más bien ocurre es que los gobernantes se las arreglan para tratar de que seamos los ciudadanos los que no lleguemos a enterarnos, aunque también es cierto que algunos políticos son tan incompetentes que no se conforman con mentir, sino que prefieren vivir engañados ellos mismos, tal vez porque así sea más fácil confundir al respetable.

La política convertida en espectáculo deja mucho espacio a las ocurrencias, como sucedió, por ejemplo, cuando el PP quiso eludir el incómodo debate público sobre el aumento de inversiones en Defensa y ofreció a sus seguidores un manjar capaz de ahuyentar semejante tentación, nada menos que la noticia de la renuncia de Cuca Gamarra a la secretaría general del partido, y es que no hay comparación entre el tirón popular de ambas cuestiones.

De todas formas, el PP puede considerarse un partido pardillo en relación con esta clase de trucos, en los que son unos amateurs en comparación con la incontable tropa de profesionales que pertrechan a Sánchez con toda clase de ocurrencias para que no se note lo que no se tiene que notar, que, como es obvio, ha venido funcionando con admirable eficacia hasta que el cúmulo de adversidades, que está en la mente de todos, ha amenazado con hacer transparente el bunker de la Moncloa en que se tejen las trolas y narrativas de interés para el sanchismo.

Poco a poco se va abriendo paso en la opinión pública la evidencia de que España se ha instalado en un proceso de decadencia creciente que ya está mostrando con cegadora rotundidad sus frutos más amargos. Hemos pasado de una España ilusionada y creciente a una España atemorizada y empobrecida.

Nos estamos dando cuenta del caso porque los datos son irrefutables y afectan al bolsillo y las expectativas de todos, de manera que producen hastío y rabia los esfuerzos ministeriales, y la voz cavernosa de un mentiroso que ha sido pillado una y otra vez en sus ”cambios de opinión”, pero todavía no estamos siendo capaces de identificar con claridad meridiana las causas que nos han llevado hasta aquí y no es extraño ver que determinados colectivos siguen pidiendo auxilio e invocando las medidas que los han masacrado.

Bastará una somera enumeración de los problemas sin afrontar, por supuesto que nada se resuelve si primero no se afronta con determinación, para que nos demos cuenta de que, además de la crisis política de la que tanto se habla y que no cabe negar, estamos ante una esterilidad de las políticas al uso y que nada empezará a cambiar hasta que abandonemos el hábito de ir tirando y nos enfrentemos a cara de perro con nuestras gravísimas carencias.

Casi no se sabe por dónde empezar y no sería lógico disputar en exceso acerca de las prioridades, pero nadie negará que:

  1. Las nuevas generaciones de jóvenes se enfrentan a un panorama desolador en lo laboral y en sus posibilidades de formar una familia en tiempo razonable.
  2. La escasez de viviendas se ha vuelto un fenómeno gravísimo y, en consecuencia, los precios de compraventa y de alquiler, hacen inalcanzable ese bien básico para una enorme multitud de personas.
  3. Las administraciones públicas son cada vez más caras y dispendiosas, el fisco nos persigue como si fuésemos delincuentes y el recurso a la deuda pública no cesa de crecer alcanzando límites absolutamente insostenibles, en especial a nada que se presente, que lo hará, una crisis internacional al respecto.
  4. El sistema público de pensiones está en quiebra y de nada han servido las cataplasmas que se han querido aplicar en las dos últimas décadas.
  5. No existe nada que pueda parecerse a una política territorial de manera que los desequilibrios de todo tipo no cesan de crecer y de hacer cada vez más difícil la convivencia. La política de premio y consuelo a las fuerzas más insolidarias es directamente suicida.
  6. El enfrentamiento político crece mucho más inspirado por los egoísmos de partido que por las diferencias entre las respectivas soluciones que ni existen ni cuentan para nada con la realidad que, no se olvide, siempre se venga de quienes pretenden ocultarla.
  7. Los partidos políticos parecen cada vez más un problema que una vía de solución. Es cierto que sin ellos es imposible la democracia, pero es muy lamentable que ellos se empeñen más en sus egoísmos respectivos que en facilitar el abordaje de los problemas que nos agobian y amenazan de modo existencial.
  8. Nuestro poder adquisitivo no ha mejorado desde 2005, dato muy elocuente si se compara con el de otros países, Irlanda por ejemplo, que en esas fechas tenía un nivel muy similar al español y que ahora nos supera en más de un sesenta por ciento.
  9. En un momento histórico en el que casi únicamente el desarrollo científico y tecnológico nos proveen de expectativas y novedades de interés, nuestro retraso al respecto es abismal, estamos a la cola de Europa que se ha colocado a la cola del mundo. Conviene recordar que cuando los países aciertan con sus políticas experimentan un muy pocos años mejoras espectaculares: China era hace unas décadas un país de viejas bicicletas y pobres campesinos y hoy está a la cabeza en casi todo, algo habríamos de hacer al respecto.
  10. Las infraestructuras y los servicios públicos se deterioran a ojos vista y el Estado no es capaz de atender sus obligaciones porque sus fondos se dedican en buena medida al pago de los intereses de la deuda y a sostener a muchas personas que se han acostumbrado a cobrar sin trabajar. Estamos a la cabeza, por el contrario, en toda clase de retóricas y políticas ecológicas sin importarnos gran cosa que la riada se haya llevado por delante a centenares de levantinos porque hemos sido capaces de preservar los matorrales que crecen en los cauces naturales, no me negarán que somos admirables.

Admito de buena gana que cada uno de estos puntos podría ser matizado o mejor perfilado, pero espero me den la razón en que el bosquejo es adecuado en su conjunto y en que no deberíamos limitarnos a lamentarlo. De todos depende.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web