En una ocasión, Julian Simon planteó ante otros economistas, entre los que se encontraba Milton Friedman, que tendría sentido organizar una subasta de asientos en los aviones. En un vuelo cuya partida es próxima y que la compañía probablemente no va a vender, se podría organizar una venta a la baja de última hora que por un lado aportase más ingresos a la compañía, y por otro permitiese volar a viajeros que probablemente de otro modo no podrían permitirse el viaje.

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Friedman entendió la lógica de la subasta de inmediato, pero dijo que seguramente eso no se podría hacer. De otro modo, el mercado ya lo habría puesto en marcha. Quien lo realizó fue el propio Julan Simon, que montó una empresa que subastaba vuelos. Hoy no es que sea moneda común, sino que el mercado está tan organizado que los viajeros pueden comprar los vuelos a última hora por varias plataformas, y aún hay otras plataformas que comparan los precios de las demás.

El mercado es una institución enteramente humana. Falible, imperfecta, incierta, cambiante. Pero flexible y adaptable. En ese entorno de nebulosa parcialmente despejada por los precios, los empresarios son los que unen los puntos

Quédense con esta historia, porque pronto volveremos a ella. Pero vamos a dar un salto de décadas hasta situarnos en esta misma semana. El presidente de Argentina, Javier Milei, se acercó al estrado y se colocó las gafas despaciosamente. Detrás, una enorme pantalla indica cuál es el foro que le da voz: World Economic Forum. Annual Meeting, Davos, 2024. “Buenas tardes, muchas gracias. Hoy estoy acá para decirles que Occidente está en peligro”.

Quienes tenían que defender los valores del imperio de la ley, la primacía de la libertad y el libre mercado, su audiencia, impulsan desde Davos varias formas de socialismo. Más adelante dirá que ellos, quienes le están escuchando y le van a aplaudir al terminar su discurso, son todos iguales. Progresistas, socialistas, comunistas, nacionalistas, nazis… todos abrazan alguna forma de socialismo, sinónimo de represión y pobreza.

No era el discurso de un político, ni el de un activista. Javier Milei es un académico. Todo el histrionismo que mostró en la campaña que le dio la victoria no lo desmiente; el propio discurso lo confirma. En este artículo vamos a viajar al centro del pensamiento de Javier Milei. Un viaje que no sólo nos va a permitir entenderle, sino que hará que comprendamos el camino que ha seguido la escuela neoclásica de economía, las consecuencias que esas ideas tienen para nuestra vida y cuál es la respuesta que Milei ha hecho propia y ha lanzado sobre los absortos rostros de los asistentes a Davos.

Sí, Milei expuso cómo el capitalismo, o el aspecto económico de las sociedades libres, ha diezmado el número de pobres en un mundo cada vez más poblado. Pero políticos y académicos siguen empeñados en conspirar contra la libertad económica, ¡en nombre de la pobreza! ¿Por qué? Por lo que Javier Milei considera que es “un marco teórico equivocado”: la economía neoclásica.

Ya hemos empezado a descender de las proclamas políticas a la historia reciente, y de ahí a los fundamentos de la teoría económica. Aquí se sitúa ya Milei. Pero en este artículo vamos a tener que ahondar en nuevas profundidades que el propio economista no ha llegado a mencionar. Tenemos que hacerlo para poder entenderle y, ¡vaya!, para ver un mundo apasionante; como si estuviésemos en las más profundas aguas del océano, contemplando criaturas inverosímiles.

Porque de eso se trata. Una parte de los economistas, minoritaria al principio, abrumadoramente mayoritaria hoy, se sacudieron el sentimiento de inferioridad de las ciencias sociales adaptando acríticamente los métodos de las ciencias naturales. ¿Ellos utilizan las matemáticas? Nosotros también. ¿Hablan de equilibrio, elasticidad, eficiencia? No se hable más. ¿Construyen modelos que representan la realidad que estudian, como hace Bohr con la estructura molecular? ¡Nosotros no nos vamos a quedar atrás!

Quizás haya diferencias esenciales entre el comportamiento de un átomo y el de un ser humano real, pero prefirieron mirar para otro lado y matematizarnos. Como las personas nos resistimos a ser como quieren estudiarnos los economistas, nuestra vida no es en absoluto como ellos pueden modelizar. No lo ven como una desventaja: si no van a acercarse a lo que hay, tienen las manos libres para plantear cualquier modelo, por alejado que esté de la realidad social.

Y entonces, plantean un modelo de competencia perfecta. En ese nirvana veremos a esas criaturas inverosímiles que mencionaba. Resulta que, para los economistas neoclásicos, las preferencias de los agentes económicos, así como las cantidades de bienes y factores están dados, y no cambian. Todos tienen acceso directo y sin coste a toda la información, de forma inmediata. No hay costes de movilidad o transacción. Por otro lado, hay un número enorme de consumidores, pero también de empresas. Ambos lados del mercado aceptan automáticamente los precios, sobre los que no tienen ningún control. No hay beneficios (los precios coinciden con el coste marginal), y, por tanto, no hay incentivo para moverse. Se produce una situación en la que los empresarios ofrecen los mismos productos, y al mismo precio. ¿Llamaría a eso competencia? Los economistas sí; y dicen que es perfecta.

A los economistas les faltó adoptar lo fundamental del método científico de la física: si nuestra teoría no se corresponde con la realidad, descartamos nuestra teoría. Los neoclásicos lo hicieron al revés: si la realidad no se corresponde con su modelo, lo que está mal es la realidad. Y llamaron a su propio fracaso intelectual “fallos del mercado”. Su modelo es perfecto, ¡lo dice el propio nombre! Ellos no han fracasado. Fallamos los demás por comportarnos como personas de carne y hueso (y mente).

Esta es la crítica de la escuela austríaca al modelo neoclásico. Y Javier Milei se ha adherido a esa escuela. ¿Qué es lo que plantea? Que las personas no somos como los autómatas neoclásicos. No lo sabemos todo. Es más, lo que sabemos no es más que una gota de agua en el océano social. Y además, cada uno interpreta sus circunstancias a su manera. El valor, el coste, los bienes… todo es subjetivo.

Si de esa fragmentación y esa subjetividad no resulta un caos es por los precios. Las personas producimos, vendemos y compramos, y al hacerlo confrontamos nuestras valoraciones subjetivas con las de los demás. Si llegamos a acuerdos, éstos se fijan en precios. Y los precios son un salto del mundo subjetivo al objetivo; o un puente entre ambos. Recogen toda esa información dispersa, y la transmiten. De modo que todos podemos adaptar nuestro comportamiento al de los demás. Aunque sea torpe e insegura, se produce una cierta coordinación social.

El mercado es una institución enteramente humana. Falible, imperfecta, incierta, cambiante. Pero flexible y adaptable. En ese entorno de nebulosa parcialmente despejada por los precios, los empresarios son los que unen los puntos, compran lo barato o lo que otros no valoran, y venden lo que quieren sus clientes. Si tienen éxito, crean valor y sirven a la sociedad, tienen beneficios. Si no, tienen pérdidas. Por eso Milei dice que los empresarios son unos héroes. Los empresarios, por cierto, somos todos. Todos decidimos, como poco, cuál es el mejor destino de nuestro trabajo.

Aquí es donde nos acordamos de Milton Friedman y Julian Simon. Friedman creía en el modelo neoclásico y, ya ven, creía que reflejaba bastante bien la realidad. En ese modelo hay poco margen para el empresario. ¡El mercado lo habrá resuelto, que para eso es perfecto! Pues no. En el mercado hay descoordinaciones porque el mercado somos nosotros, con nuestras inconsistencias y nuestra ignorancia, pero con nuestras enormes ganas de mejorar. No es perfecto porque no puede serlo.

Curiosamente, el socialismo sólo es posible sobre el papel. Y sólo si en ese papel están planteadas unas cuantas fórmulas matemáticas dentro de un modelo neoclásico. En la realidad, no es que haya “fallos del socialismo”, sino que, en el socialismo real, histórico, lo que hay es violencia, caos y pobreza.

Foto: Joakim Honkasalo.

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