No es un secreto que los economistas neoclásicos, el mainstream en la actualidad, no tienen una teoría para el emprendimiento, ni por ende son capaces de explicar fenómenos económicos como la inversión o la innovación. Los modelos que manejan son estáticos, y en ellos no tienen cabida ni el tiempo ni la incertidumbre.
Ellos dirán que claro que sí lo tienen, pero no es cierto: para modelar el tiempo lo que hacen es incorporar estados estáticos en distintos momentos temporales, como si la economía avanzara de un estado de equilibrio a otro. Y para modelar la incertidumbre, incluyen probabilidades estadísticas de que ocurran los sucesos, lo que implica que conocen la probabilidad de que ocurra algo. Esto poco o nada tiene que ver con la incertidumbre que confrontamos los individuos en nuestro día a día, que se puede describir mejor como desconocimiento radical, en que ni siquiera podemos anticipar la naturaleza de lo que nos va a ocurrir, y las probabilidades son lo de menos.
La innovación solo la pueden llevar a cabo personas que están alerta a las necesidades de sus congéneres, y rara vez es esto en lo que destacan los científicos
El caso es que meter tiempo e incertidumbre en sus modelos matemáticos es imposible y por ello prefieren olvidar estos factores. La consecuencia inmediata es que les resultan completamente extraños fenómenos propios de una visión dinámica de la competencia, como los tres que dije arriba: inversión, emprendimiento e innovación.
¿Puede Europa crear una economía de innovación?
Ello no les impide hacer propuestas sobre innovación para Europa. Y ahí tenemos ni más ni menos que a Jean Tirole, premio Nobel de Economía, y al señor Philippe Aghion, creador de la famosa curva con su nombre, firmando conjuntamente un artículo con el provocador título “¿Puede Europa crear una economía de innovación?”. En España, el artículo lo publicó Expansión el pasado 9 de octubre, pero supongo que su alcance va mucho más allá al ser traducción de una pieza aparecida en Project Syndicate[1].
No creo que existan economistas más puramente matemáticos que los dos firmantes. Quien se atreva, que eche un vistazo a algunos de sus artículos, en que algunas de las fórmulas matemáticas usadas ocupan media página. Y ya que se pone, que mire a ver si encuentra algo del emprendimiento o la innovación entre tanta variable y parámetro. Con estos mimbres, es difícil ser optimista al respecto de sus propuestas.
Y la lectura del citado artículo no hace más que confirmar lo que era de temer. Amparándose en que, según ellos, parte de la razón de que en EE.UU. se innove más que aquí lo constituyen unas instituciones públicas, las Agencias de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPA), proponen algo similar para la Unión Europea: gastar un montón de dinero público en investigación básica, pero dejar las decisiones técnicas y la gestión de los proyectos en manos de científicos prominentes.
Aducen ejemplos empíricos sobre el éxito estadounidense de las ARPA, recogidos mucho me temo de la mitología que patrocina la neocomunista Mazzucato. Ninguno de los ejemplos (Internet, GPS, y las vacunas contra el COVID) resiste un cierto análisis histórico y económico, y no es el momento ahora de entretenerme desmontándolos, que para eso ya hay mejores tratados[2].
Innovación desde el Estado: conocimiento e incentivos
Con independencia de que algún proyecto lanzado con dinero público haya podido realmente generar beneficios para la sociedad (esto es, mayores ingresos de lo que ha costado), tenemos el análisis teórico para demostrar que la propuesta de Tirole y Aghion es un tremendo error que solo obedece a la carencia de fundamentos teóricos para explicar el fenómeno que tratan de promover. Veamos por qué.
Los emprendedores, si quieren llevar a cabo su idea, necesitan recursos de todo tipo. Un aumento del gasto público implica que tendrán que competir más duramente con el Estado para hacerse con ellos, lo que hará más difícil su obtención. Como es obvio, ello obstaculizará las innovaciones que los emprendedores traten de llevar a cabo. Solo por esto, ya es claro el grave error de la propuesta de Tirole y Aghion.
Además, ¿cómo podríamos saber si ese gasto público dedicado a la innovación tiene éxito o no? Los emprendedores lo descubren a sus costas, pues el éxito se mide con las pérdidas o beneficios que obtengan. Es la única forma objetiva de saber si la innovación realizada es útil para la sociedad. Sin embargo, el Estado no se rige por criterio tan mundano, por lo que ese gasto público adicional, que pagamos entre todos, nunca sabremos si nos ha supuesto beneficios o no.
Así visto, con el gasto público en innovación ocurre precisamente lo contrario que cuando la lleva a cabo un emprendedor. El emprendedor aporta sus propios fondos: si acierta con su idea, él gana mucho y todos ganamos poco, pero si fracasa, solo pierde él. En cambio, cuando lo hace el Estado, si acierta, ganamos todos, pero si fracasa, perdemos todos; con el agravante de que nunca sabemos si ganamos o perdemos. Además, el decisor, al contrario que el emprendedor, no se juega nada, le da igual ganar o perder, pues en ningún caso va a alterarse significativamente su patrimonio.
Burocracia para la innovación
Por último, tenemos lo de encomendar la gestión de estos proyectos de investigación a científicos prominentes. Una vez más, se revela la ignorancia sobre emprendimiento de los proponentes. ¿Por qué asumen que un científico está bien posicionado para anticipar lo que necesita la sociedad? Un buen científico introducirá rigor en los proyectos de investigación y no se dejará llevar por criterios políticos. Pero esto no es lo que se necesita para innovar. La innovación solo la pueden llevar a cabo personas que están alerta a las necesidades de sus congéneres, y rara vez es esto en lo que destacan los científicos, a quienes tendemos a imaginar más bien encerrados en sus laboratorios y aislados de la sociedad a la que sirven.
Pero es que encima uno puede sospechar que el gasto público europeo en innovación se dirigiría seguramente a científicos ideologizados, no por ello menos rigurosos, con programas dirigidos a las prioridades dictadas por los políticos europeos, como medio ambiente, seguridad o lo que llaman “resilience”, sin preocuparse demasiado por lo que realmente demandan los ciudadanos europeos para satisfacer sus necesidades.
Es evidente que el desconocimiento teórico de Aghion y Tirole sobre el fenómeno que promueven no va a impedir que su propuesta tenga una gran acogida en unos políticos que solo buscan disculpas para seguir gastando dinero. En cambio, los problemas de Europa y la innovación no harían más que recrudecerse si se aceptara tal recomendación. Eso sí, todo ocurriría con más rigor científico.
Notas
[1] Ver https://www.project-syndicate.org/commentary/europe-falling-behind-us-innovation-technology-what-to-do-about-it-by-philippe-aghion-et-al-2024-10
[2] Matt Ridley con “How Innovation Works” viene a la mente.
Foto: Christian Lue.
Publicado originalmente en el Instituto Juan de Mariana.
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