Las protestas multitudinarias ocurridas en Cuba el pasado julio 11 y su represión indiscriminada, desproporcionada y lamentable, acarrean las siguientes conclusiones. Las comparto con la ilusión de aportar un grano de arena a un muro de contención que evite que se desborde el odio y sirva de cauce a la valentía de un pueblo que ha dicho basta a la opresión.

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A pesar del clamor popular, es vano soñar con una convocatoria gubernamental a la reconciliación nacional mediante una constituyente. Los Reyes Magos no existen en los países comunistas. ¡Infancia y felicidad para qué! ¿Transición pactada y generosa? De eso nada monada. ¡Palo, luto y tente tieso!

En Rumanía mil mártires pagaron el peaje al cambio. El adiós a un régimen de hambre y miseria nacidas de un proyecto de ingeniería social monstruoso. Paralelo al nuestro. No había disidencia organizada, sólo rumanos decididos a medir su coraje con el embrutecimiento de la camarilla de Nicolae Ceausescu

No cabe la más remota posibilidad que el Santo Cristo de Limpias, o una invasión extranjera ubique a la dictadura en su debido lugar. Dios nos libre de repetir el 98 y desde su reencuentro con Enrique Pérez Serantes y Pedro Meurice Estiú, es obvio que el Nazareno se comunica exclusivamente con curas sin otra jerarquía que la de su buen hacer. El maná no caerá del cielo, ni lo traerán post-soviéticos y bolivarianos. Ni las remesas, el turismo, el alquiler de médicos, el arroz de la Ciénaga de Zapata, ni Ubre Blanca son la solución para la crisis económica. Menos para la existencial que atraviesa nuestro país. Para comer pinol habrá que seguir sembrando maíz.

El aparato represivo no es ni omnipresente ni omnipotente. Lo han demostrado miles y miles de compatriotas al tomar las calles en toda la isla. O la movilización popular no fue detectada por los cuerpos de Seguridad del Estado, o fue detectada y dejaron hacer, pues es obvio que no carecían de recursos para reprimir a los manifestantes.

Si dejaron hacer no fue por casualidad. Tendrían sus razones. Puede que defenestrar a Díaz-Canel fuera una de ellas. O quizás propiciar un cambio de régimen otro, o sencillamente facilitar las condiciones para chantajear al Norte revuelto y brutal con una nueva crisis político-migratoria. De esta manera obligarían al gobierno de Biden a desembuchar ayuda humanitaria masiva, divisas y pertrechos para evitar las complicaciones políticas implícitas en una nueva oleada de balseros y la represión despiadada de los disturbios por venir.

En todo caso, se busca comprar tiempo, con dinero ajeno, para la pretendida permanencia del gobierno en el poder por siempre y jamás. Como en el yudo, utilizando la fuerza del adversario en favor propio. Al margen de los posibles escenarios en los que se desarrolló, la revuelta multitudinaria superó cualquier cálculo del aparato represivo.

Puede que el destino nos depare una transición a la rumana. Abierta la caja de Pandora y a la vista el sentir de muchos de sus familiares y amigos, las Fuerzas Armadas no son ajenas a las penurias impuestas por la pésima gestión económica, al asfixiante control político, ni a los privilegios de la nueva clase. Están expuestas al proselitismo, sin odio, que subraye su razón de ser: la defensa de la integridad nacional y el libre ejercicio de derechos inalienables reconocidos en la Carta Universal de los Derechos Humanos y en la propia constitución que han jurado defender, incluyendo el de asamblea y libre expresión.

En Rumanía mil mártires pagaron el peaje al cambio. El adiós a un régimen de hambre y miseria nacidas de un proyecto de ingeniería social monstruoso. Paralelo al nuestro. No había disidencia organizada, sólo rumanos decididos a medir su coraje con el embrutecimiento de la camarilla de Nicolae Ceausescu; pero cuando se ordenó a la policía secreta disparar contra la población civil, los militares se decantaron por los justos reclamos de sus compatriotas y colorín colorado. Soldados rumanos sacaron a la suegra del dictador escondida bajo la cama del palacio presidencial y todo cambió. El camino se hace al andar. Está dado el primer paso y no hay marcha atrás.

La mentira constante, el hambre, la traición y el Covid mataron el miedo a luchar, a pecho descubierto, con esperanza, por una patria libre y más justa. No hay mal que por bien no venga. Ni que tanto dure.

El «nasobuco» contestatario se ha impuesto a la careta de la doble moral. Un arcoíris de mujeres, hombres y demás (que ser libres implica respeto al prójimo que no comparte nuestras ideas y preferencias) han dejado claro que la escasez de huevos es o va siendo cosa del pasado. Sin miedo puede haber país, y hasta azúcar.

Al caer las máscaras, no hay porque temer al vecino. Después del baño de libertad de la Fiesta de San Benito celebrada el once de julio, es viable la solidaridad que coartó por décadas el capricho de quien sabemos. El frente ha cuajado entre los acólitos asustados de un régimen caduco, en la acera izquierda, y en la otra quienes luchan por una Cuba en paz consigo misma con plenas libertades. La calle ya es de todos y por la del medio ha desfilado un pueblo harto de consignas huecas e impuestas labrando su futuro. A los albañiles del socialismo y muerte se les acaba la mezcla. Adelante y a pie que hace años se acabaron los caballos.

A los días de la toma de la calle por el pueblo, quienes deciden por la dictadura, y pretenden decidir siempre, por siempre y por todos, cedieron aceptando ayuda humanitaria, sin los aranceles con los que agravan alimentos, medicinas y productos de aseo personal. Ya era hora y es dos veces bueno. La llegada de estos productos, sin cortapisas, beneficiará a la población y acabará por desmontar el supuesto bloqueo como justificación a los desmanes que han sumido a un pueblo otrora próspero en la indigencia y malnutrición insostenibles. La culpa no ha sido del totí.

A los opresores no se les ganará la partida a la brava. La violencia es lo suyo. Es el peor enemigo de los jóvenes valientes decididos a morir por labrarse un futuro mejor. La batalla es asimétrica, y la hoja de ruta pasa por la resistencia y desobediencia civil. Por un alud de votos que entierre a la dictadura en las urnas. Lo de la piedra de David es una metáfora. La astucia se impone a la fuerza bruta. A escoger entre roca, papel o tijera, el papel mata siempre la piedra.

Que el Palacio de su Revolución vuelva a ser la residencia de un presidente legítimo y de todos, como el último que tomó posesión un lejano 10 de octubre de 1948, depende del fragor contestatario ante las dependencias gubernamentales, del voto «Patria, Vida y Libertad» cada vez que convoque la tiranía a elecciones amañadas, y de la captación de los cuerpos armados por familiares y amigos, con el apoyo de una presencia constante en los medios extranjeros y las redes sociales. Curtida por años sufriendo el cuero del mayoral, la mula está al tumbar a Genaro.

Miguel Díaz-Canel está amortizado. Los del Grupo de Administración Empresarial, SA (GAESA), verdaderos gerentes de la finca, saben que este capataz ha dejado de ser un activo por zoquete e inepto. Es un pasivo a tronar. Me alegraría verlo reciclado en ingeniero. En lo que está lo hace muy mal. No es lo mismo ser un aficionado, enfermo al poder, que tener madera de gobernante. Las medidas con las que ha calzado al pueblo aprietan demasiado y han caldeado el ambiente. La trata humana tiene sus límites. No sorprenden los médicos internacionalistas cuando desertan porque los roban. Ni que los esclavos tiren pal’monte cuando faltan el respeto y la comida en los barracones. En GAESA y en el Comité Central saben que se han llevado la rosca.

Zapatero a tus zapatos. Tiempo al tiempo y buen viaje al chivo expiatorio.

La excepcionalidad de la dictadura cubana es un mito. En uno de los gravados de la serie “Los desastres de la guerra” del gran Goya se ven dos brujas. Una susurra a la otra “en cuanto amanezca nos vamos”.

Todas las mañanas amanecerá en San Antonio de los Baños. Un día amanecerá sin brujas. Aunque la llave no aparezca en el Cerro, el agua, al coger su nivel, relegará a Díaz-Canel a una triste nota a pie de página. Lo celebrarán multitud de cubanos de bien. Yo, si vivo entonces, donde esté, brindaré al porvenir y a la libertad. Pienso hacerlo con una cerveza bien fría. Sin el oprobio y miseria que representa Díaz-Canel. Tsingtao de marca, aunque sea china. Con patria y sin ánimo de ofender; pero sin amo.

*** Ricardo Martínez Cid, abogado y escritor. Nacido en La Habana y desde 1962 reside en Miami. Graduado de Derecho por la Universidad de Madrid y de leyes por la Universidad de Florida. Posee un Juris Doctor y ha recibido el premio de jurisprudencia en EE. UU. y un Corpus Juris Secundum. Miembro de los colegios de Abogados de la Florida y Madrid.

Foto: ElCarito.


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