Hay un despacho que forma parte de las subdivisiones de un ministerio, y en cuya puerta se lee el cartel Dirección General de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI. Suena tan orwelliano como una subsecretaría de Armonía con la Naturaleza, o una Agencia Española de Ciudadanía Responsable y Aquiescente. Mas, formando parte de un Ministerio de Igualdad, ¿qué cabe esperar?

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En un país libre, una oficina tal no tendría más ocupación que la de recibir la prensa diaria, repartir subvenciones a organizaciones amigas, y organizar un akelarre a la hora del café. Entiendo que el día a día puede llegar a ser tedioso en un ministerio sin nada que hacer.

Quizás para sacudirse el tedio, la DGDSDLGTBI ha publicado un tuit para conmemorar, por qué no, la muerte de Federico García Lorca, ocurrida hace 85 años. Para hacerlo, la ha acompañado de una foto en la que aparece acaramelado en los brazos de su gran amigo, Salvador Dalí. Al verla, me acordé de las fotos de Cary Grant con Randolph Scott en Malibú, pero por otro lado me costaba creer lo que veían mis ojos.

La Historia más honesta tiene siempre que responder a la pregunta quiénes somos. Y la imagen de nosotros nos lleva inevitablemente a preguntarnos quién queremos ser. Por eso hay una conexión inevitable entre Historia y Política, aunque sea en algún sentido honorable de esta última palabra

Lo que veían, claro, era una burda manipulación. La cara de García Lorca tapaba la de Gala, a la que abrazaba nuestro genial pintor surrealista. Acompañaban al collage el mensaje “Hay cosas encerradas dentro de muros que, si salieran de pronto a la calle y gritaran, llenarían el mundo”, un extracto de Yerma. Completaba el tuit unas palabras del propio ministerio: “Hoy, en el 85 aniversario de Lorca, ya es hora de gritarlas y llenar las calles” (la corrección de la puntuación corre de mi cuenta).

Todo un Ministerio ha manipulado una fotografía para recrear en el lenguaje de las redes sociales la homosexualidad de Lorca. La verdad es que sus preferencias sexuales es un asunto que le atañe a él y a sus amistades, y a lo que llamamos cultura, que no es otra cosa que la visita sentimental a nuestro pasado. Pero el Ministerio, claro, hace de las preferencias sexuales un asunto de políticas públicas. Lo personal es político, la política corrompe, y la política ideológica corrompe absolutamente.

Realmente, ¿qué necesidad había de manipular una foto, si hay varias que muestran la amistad entre Lorca y Dalí? Parece que la amistad no es un valor relevante aquí. Lo personal es político, pero ¿qué propósito político puede servirse de la amistad de Lorca con personalidades de “la derecha” como Salvador Dalí o José Antonio Primo de Rivera?

Es una anécdota, lo sé. Asumimos que los políticos, pero también los organismos oficiales, mienten. Por algún motivo, si bien nos quejaríamos si la calle estuviese permanentemente tomada por la basura, aceptamos con resignación, con naturalidad incluso, que el espacio público de debate es intransitable por lo contaminado que está.

Esa derrota cotidiana bien merecería una reflexión, pero lo que me inquieta ahora es la reconstrucción del pasado. Para una persona, la pregunta de quién es siempre es difícil de responder. Pero, aunque lo que somos va cambiando con el tiempo, es inevitable que en la respuesta a esa cuestión se haga mención a su pasado.

Lo mismo ocurre con las comunidades políticas. No es necesario caer en el antropomorfismo para darse cuenta de que la formación de una idea sobre qué es ese yo colectivo sólo se puede responder desde la historia. Si somos españoles, participamos entre muchas otras cosas de un sujeto vivo con numerosas capas del pasado. De algún modo nos vemos reflejados en la Reconquista, el Descubrimiento de América, el Siglo de Oro, la Guerra de la Independencia o la Guerra Civil. Participamos de la expulsión de los judíos y de la Escuela de Traductores de Toledo. De Don Julián y Antonio Pérez, como de Recaredo o Gonzalo Fernández de Córdoba.

La historia es una escritura para un presente que se extiende durante décadas. Mira siempre al futuro, aunque escriba el pasado. La Historia más honesta tiene siempre que responder a la pregunta quiénes somos. Y la imagen de nosotros nos lleva inevitablemente a preguntarnos quién queremos ser. Por eso hay una conexión inevitable entre Historia y Política, aunque sea en algún sentido honorable de esta última palabra.

La situación cambia si de lo que hablamos es de la sustitución de la comprensión de la realidad por la ciega aplicación de una ideología. El mundo posmoderno ha llegado al convencimiento de que no puede llegar a conocer lo que acaezca, lo que sean las cosas, lo que seamos nosotros, por lo que es vano continuar con el empeño de la filosofía desde sus orígenes en la Grecia clásica. Como el lenguaje no puede referirse a nada que podamos conocer, estudiemos al propio lenguaje como accidente social y como instrumento de manipulación, de acción política. De ahí la importancia del “relato”, y en particular del relato sobre nuestro pasado.

La Historia como ideal de conocimiento se convierte en un obstáculo, y le sustituyen dos estrategias políticas: la ocultación y la manipulación. En realidad son la misma, pues el ciudadano común, si le interesa la Historia, querrá calmar el horror vacui del paso por el Colegio con una pequeña o mediana biblioteca. El resto necesita cubrir los agujeros en su comprensión del pasado, y es ahí donde entra la política para cubrir ese vacío con parches diseñados políticamente. Píldoras que alteran la conciencia y deforman la percepción de la realidad.

Sólo la percepción generalizada de que el debate público está manipulado resta eficacia a ese empeño. Pero mientras asistimos al riesgo de que la política sacrifique la Historia.


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