Permanezco ojiplático ante los titulares tan esperanzadores que se escriben a la luz de la dimisión del primer ministro británico, Boris Johnson. Se considera que su dimisión es poco más o menos que el mayor acto heroico de veracidad, compasión y respeto político jamás habido en estos comienzos del siglo XXI. Esto no puede dejar de resultar más paradójico porque llegar a considerar que un político de altas esferas como él ha sido honrado u honesto por abandonar su cargo, sólo quiere decir que en una u otra forma ha terminado mintiendo bien: «se va por respeto a la verdad» pueden susurrar; no…, ¡se va porque miente como el culo y le pillan siempre! Que se vaya de su cargo y la gente le felicite solo por irse y por nada más es un claro ejemplo.

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Boris Johnson ha abandonado su cargo por presiones políticas y mediáticas, a raíz de un escándalo sexual, fiestas ilegales… Lo que se dice sutil no es. Se había descubierto que Boris Johnson no había mentido bien, no había creado una alternativa segura y sólida frente a una realidad donde, de saberse, los ciudadanos podrían asumir (tal vez erróneamente) que ese comportamiento es propio de su incapacidad para dirigir con honradez y nobleza a un país. Dicho y hecho.

Cuando un político no sabe mentir bien o no sabe transmitir a la población lo que quieren ver y lo que quieren oír, lo mejor que puede hacer es ser sincero y decir egregiamente «lo siento mucho, no he mentido bien, no os merecéis esto»

Contra la espada, la pared y su inutilidad política (si mientes mal, no hay paz para nadie) Johnson ha tenido que acudir al harakiri político. Con su propio suicidio ha lanzado una señal en voz alta y con una voz clara y rayana en la certeza: «me echo a un lado, dejo el mejor trabajo del mundo».

Cuando un político no sabe mentir bien o no sabe transmitir a la población lo que quieren ver y lo que quieren oír, lo mejor que puede hacer es ser sincero y decir egregiamente «lo siento mucho, no he mentido bien, no os merecéis esto». Boris Johnson lo ha hecho mal, no ha mentido bien a la población, no ha creado alternativas fantásticas y útiles frente a la realidad pobre y lesiva, y como lo ha hecho mal no merece continuar. Está bien, pero Boris Johnson no es ejemplo de nada, solo de inútil con amor propio.

¿Deseamos ese comportamiento en España? Pedro Sánchez se quiere mucho, no tiene abuela y se le llevan pillando los engaños desde comienzos de legislatura. Sinceramente si deja su cargo es porque le nombran Mister Universo, no por un ataque repentino de veritatitis. Sánchez es ejemplo de inútil con suerte. No hay que buscar ejemplos tan patéticos como el de Boris Johnson para desear un ápice en España. Aquí, que Sánchez siga en el gobierno es más un problema cívico, de ciudadanos que tampoco saben decir la verdad a la cara, y es preferible dejar hechos esos deberes antes que un político nos lo solucione. La verdad de un ciudadano no es ni su voto ni un tweet, sino salir a la calle y hacer presión, o hacer huelgas relámpago, etc. El único estandarte de la verdad, en política, es el dirigido, que al ser muchos pueden saber comunicar lo que se necesita, y el buen político plantear una alternativa nueva y sólida (montarse una película) para satisfacer ese problema verdadero. La honestidad es preferible en el político, pero que mienta bien es lo suyo. Si un político tiene que ser honesto, es porque nadie se ha tragado sus mentiras, ¿verdad, Pablo Iglesias? Y nadie quiere un político que diga la verdad, quiere un político que diga SU verdad contra viento y marea.

Mientras que la mentira, en política, es un mundo de posibilidades, la verdad es un periódico de Murcia. Boris Johnson ha salido en el periódico pero no ha aumentado las posibilidades de Gran Bretaña como potencia.

*** Luis García-Chico es un pensador y jurista español, con más de diez años de experiencia en el estudio de la mentira como línea de investigación en los campos del derecho, economía, filosofía y psicología. Autor de «Teoría de la mentira» (2022)

Foto: EU2017EE Estonian Presidency.

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