El hecho, innegable, de que los españoles asistimos a una coincidencia de diversas crisis políticas, no debiera cegarnos. Si nos dejamos llevar por la histeria imperante no solo no seremos capaces de arreglar nada, sino que haremos que lo peor resulte inevitable, lo que seguramente es el designio de quienes no tienen nada que ganar cuando las cosas marchan razonablemente bien.

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Es obvio que estamos ante una crisis de credibilidad de buena parte de la clase política, ante un inminente naufragio del PP, y ante una dificultad extrema de recuperar su espacio electoral por parte del PSOE, pero mezclar todo esto con la sentencia alemana, los rifirrafes familiares de la realeza, o el desbarajuste universitario que se ha puesto de manifiesto con el supuesto master de la señora Cifuentes no sirve de nada, porque, lejos de señalar el camino de la corrección, enturbia gravemente el panorama y no ayuda a discernir las causas de fondo, lo que deberíamos entender y corregir. Además, puede ayudarnos a encontrar una supuesta solución que sea peor todavía que lo que pretende evitar.

Hay algo profundamente inmoral en que un funcionario público pretenda disculparse en una especie de obediencia debida para cometer algo muy similar a un delito

Cifuentes

Empecemos por lo más fácil, por el sainete del máster. Resulta evidente que una serie de miembros de una universidad, cuya respetabilidad está en juego, se ha prestado a cometer diversas irregularidades, posibles delitos de cierta gravedad, con tal de sostener la versión, extremadamente coja, según la cual la presidenta madrileña habría conseguido de manera perfectamente legal, y sin demasiado esfuerzo aparente un título universitario.

Cifuentes, Leticia, Puigdemont... y la histeria política

A partir de ahí, la prensa contribuye a convertir en un enredo surrealista algo que no debiera constituir noticia sino bochorno. Pero lo que pasa de verdad es que asistimos a un espectáculo, a la conversión de una institución en una cadena de favores y, nada menos que un catedrático ¡de Derecho! reconoce públicamente y sin demasiado pestañeo que se aprestó a simular la existencia de un Acta oficial porque se lo pidió el mismísimo Rector. No hace falta ir mucho más allá, pero hay algo profundamente inmoral y socialmente deletéreo en que un funcionario público pretenda disculparse en una especie de obediencia debida para cometer algo muy similar a un delito, si es que no lo es de lleno.

Es extremadamente grave que tengamos funcionarios y políticos que profesan esa idea de su poder y su responsabilidad, la creencia en que las cosas son lo que ellos dicen que son

En fin, que lo que debiera quedar en un proceso administrativo, y penal en su caso, se convierte en asunto de alcance nacional precisamente porque la persona más interesada pretende una inocencia imposible, y trata de cargar el mochuelo sobre las filosóficas y escurridizas espaldas de una institución que se debate entre la extrema confusión, la vergüenza y el disimulo. Un caso más en el que se pretende sustituir reglas lógicas y legales por cuestiones relativas a meras relaciones personales, porque, al parecer, un catedrático tiene derecho a darte un máster con solo una firma, incluso con una firma simulada. Es extremadamente grave que tengamos funcionarios y políticos que profesan esa idea de su poder y su responsabilidad, la creencia en que las cosas son lo que ellos dicen que son, sobre todo si se pueden parapetar tras la excusa de haber sido elegidos.

Parece existir urgencia en mancillar una de las pocas instituciones que ha crecido en prestigio en esta década de bochornos

Leticia

Una grave confusión, similar, se produce cuando se quiere convertir en una crisis de la Monarquía, o muy poco menos, algo que apenas alcanza la condición de rifirrafe familiar, por inoportuno que resulte. Parece existir urgencia en mancillar una de las pocas instituciones que ha crecido en prestigio en esta década de bochornos. Que el buen Rey que salvó la dignidad nacional con una alocución memorable, se pueda ver expuesto a este indecoroso cotilleo, cuando ha cumplido excelentemente con una difícil misión, indica claramente que no sabemos sujetar una tendencia al extravío, a la histeria.

Cifuentes, Leticia, Puigdemont... y la histeria política

Puigdemont

Vayamos a la sentencia alemana. No tengo nada que comentar en cuanto a su forma jurídica, ni por supuesto ningún motivo especial para el jolgorio, pero creo recomendable verla como un rapapolvo a la manera en la que se ha llevado políticamente todo este asunto, y me pasma que alguien pueda sorprenderse de que lo que mal empieza mal acabe.

Ha tenido que venir un tribunal regional alemán a decirnos que alguien está inadecuadamente desprovisto de ropa

El Gobierno ha dado muestras evidentes de irresponsabilidad, imprevisión y necia confianza en todo este malhadado asunto y ha tenido que venir un tribunal regional alemán a decirnos que alguien está inadecuadamente desprovisto de ropa. Pero la histeria lleva a presentar todo este asunto, un error mayúsculo del Gobierno, como una victoria de la causa supremacista, y eso supone olvidar que los partidos duran 90 minutos, aunque, desde luego, nos iría mucho menor si pudiésemos hacer cambios en el equipo.

Cifuentes, Leticia, Puigdemont... y la histeria política

… Y la histeria política

Al final, este estado propenso a la histeria y al desenfoque nace de creer, lo que es un absurdo memorable, que los sistemas políticos, sirven para todo y todo lo hacen bien, que es cosa de disponer el orden administrativo y las barreras suficientes para conseguir la pacificación de la existencia y la convivencia perfecta en el estado idílico, es decir que desaparecerán los sinvergüenzas y que, en ningún caso tratarán de refugiarse tras las cortinas de un Estado sumamente virtuoso y administrado por funcionarios angélicos que nunca regalarán un título inmerecido a un poderoso: pura mentira para bobos.

Al acostumbrarnos a vivir  en el paraíso legislativo y leguleyo que nos quiere endosar la socialdemocracia dominante, nos asustamos porque alguien haga algo mal

Al acostumbrarnos a vivir  en el paraíso legislativo y leguleyo que nos quiere endosar la socialdemocracia dominante, una vez que ha conseguido venderlo como el crecepelo que también cura el cáncer,  nos asustamos porque alguien haga algo mal y pensamos que, como la culpa es de todos, hay que volver a darle otra oportunidad a los magos de la piqueta, a los que piensan como decía Brecht ante la furia asesina de Stalin, que “cuanto más inocentes son, más castigo merecen”.

Un poco de calma que no solo quedan jueces en Alemania, sino españoles dispuestos a pensar y a hacer mejor lo que se está haciendo rematadamente mal, sin necesidad de matar a nadie.

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web