La primera, está relacionada con las auténticas motivaciones de cierto activismo. Nunca hubo flotilla o diligencia de caballos – o burros – hacia el País Vasco cuando se asesinaba de manera vil a gente inocente, de todo origen y condición, simplemente por su existencia, vinculada o no, a una supuesta opresión. Aquella acción terrorista que secuestró una nación y envileció un pueblo, causó un inmenso dolor sin arrepentimiento por parte de sus autores materiales e intelectuales, que hoy ya se encuentran, digamos, institucionalizados. Ejerciendo y condicionando incluso nuestras vidas.

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Tampoco existió una movilización nacional o internacional como la que vemos estos días cuando en Venezuela se asesinaba impunemente en la calle a muchachos e incluso ancianos. El éxodo de millones de venezolanos hacia países que desde luego no ofrecían las comodidades y ventajas que ofrecen nuestros europeos, no mereció gran atención mediática, activismo de repulsa, grandes resoluciones en los organismos internacionales ni procedimientos en la CPI.

Orwell lo advirtió: sin verdad y sin debate libre, las democracias mueren. Hoy, Europa juega con fuego

Sin olvidar, claro está. la nula importancia o atención que se otorga a regímenes criminales como el de Cuba o Nicaragua, además de lo inadvertido que han pasado las fechorías y salvajadas cometidas contra los armenios o los cristianos en no pocas partes de África y Asia. Tampoco hubo nunca misiones aventureras del famoseo activista para dar, como dicen, visibilidad.

Consecuentemente, ante esto, no podemos ignorar la vertiente puramente ideológica en el caso de los sucesos de Medio Oriente. Ese lugar donde, en honor a la verdad, si la relación de medios y fuerza fuera inversa, entonces sí que presenciaríamos un verdadero genocidio. Porque, como cualquier observador razonablemente informado y conocedor de los antecedentes en este conflicto, sabe que unos actúan intentando minimizar víctimas y otros, es decir, quienes gobiernan y gestionan Gaza, para maximizarlas. En esta ecuación, que me parece que se ajusta a la realidad de los hechos, cada cual se posicione. Sin olvidar, claro está, el drama que siempre supone llegar a estas situaciones.

La segunda convicción posvacacional se refiere a la aceleración en la deriva autoritaria de la práctica totalidad de regímenes democráticos. Contrariamente a lo que se dice, defiende y difunde machaconamente, me refiero especialmente a los europeos y no tanto al norteamericano. Sin entrar en detalle, las clásicas advertencias de Bobbio sobre los peligros y amenazas de la democracia han sido sobradamente superadas. Estamos ya, definitivamente, en otro escenario.

Me ahorro en esta ocasión pronunciarme sobre el lamentable estado del sistema en España y prefiero referir cómo Reino Unido o Irlanda, especialmente son la libertad de expresión, han llegado a una situación ciertamente distópica. En Francia, por su parte, se maniobra a diario para evitar una victoria electoral de un determinado partido, que no sería sino directamente imputable a la acción de los gobiernos de los últimos años. Algo que sucede igualmente en Alemania. Como estrategia, según veo, y según desliza incluso Christine Lagarde, que no sé quién le ha dado vela en este entierro, se defiende el atrincheramiento. Es decir, hay que evitar como sea una sucesión escorada a la derecha o posiciones ultras, en los gobiernos europeos. Algo ciertamente democrático y respetuoso con el pluralismo político.

Los defensores de esta tesis encuentran en la monitorización de la libertad de expresión y la libertad de prensa un instrumento útil a tal fin. Pero, claro, sin libertad de expresión, que debe ser máxima, no hay democracia. Punto. Conviene recordar nuevamente a Oriana Fallaci a este respecto, y también a Orwell, que nos enseñó que la literatura es un gimnasio de la libertad y que las mejores novelas las escriben gentes de coraje, no asustadizos ni orgánicos.

Un científico como Kary Mullis, a quien tuve la suerte de conocer personalmente, nos enseñó también que nunca creyó que hubiera preguntas que no deban hacerse. El enemigo de la democracia estará siempre, no se engañe, entre quienes defienden una forma u otra de censura o monitorización de los hechos para condicionar y controlar el debate público.

En este sentido, nunca sabremos calibrar suficientemente la contribución de Elon Musk a la defensa de la libertad de opinión, y por tanto, del sistema democrático, con aquella adquisición de Twitter. Una red social que ha pasado de juguete de un grupo de millonarios izquierdistas estadounidenses al servicio de una ideología (TwitterBand, 2021), a convertirse en la verdadera fuente de información de alcance global con sistema instantáneo de verificación.

La situación es, en cualquier caso, muy preocupante. Doy por hecho que no somos verdaderamente conscientes de las amenazas que se ciernen sobre nuestras sociedades. Estas tribulaciones con la verdad, el relato y las narrativas, hacen la vida en sociedad prácticamente imposible. Muchos tenemos el convencimiento, y esta es la segunda convicción, de que, como nos enseñaron J.F. Revel y J. Habermas, sin una mínima dosis de verdad, que exige libertad de expresión y de prensa, es imposible que sobreviva el sistema democrático y el Estado de derecho. Al menos, tal y como lo hemos conocido, en su dimensión de centinela del ejercicio del poder, a todas luces cada vez más despótico y autoritario.

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Juan J. Gutiérrez Alonso
Profesor Titular de Derecho administrativo en la Universidad de Granada. Doctor en Derecho público europeo por la Universidad de Bolonia. Ha trabajado en Chase Manhattan Bank (Luxemburgo), en Garrigues & Andersen (Málaga), en la Embajada de España-AECID de la Paz (Bolivia y también fue asesor en el Ministerio de la Presidencia.