Se da la curiosa paradoja de que estando la izquierda en una profunda crisis de identidad, sin embargo algunos de sus planteamientos recientes están mas en boga que nunca. La idea del sesentayochismo de que vivimos instalados en un sistema social, económico y cultural alienante es de aceptación generalizada hoy en día.

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No se trata solo de que las redes sociales estén inundadas de mensajes contra-culturales que rememoran el 68 francés. También las cabeceras de los principales diarios y los informativos del televisión nos alertan de que vivimos  inmersos en una suerte de patriarcado generalizado de cuyos tentáculos no somos conscientes, de que la democracia neoliberal es una farsa orquestada por los ocultos poderes económicos o que el control sobre la inmigración ilegal es una actualización posmoderna de la segregación racial. Sólo la izquierda, que en su versión para las masas se trasmuta en el eufemismo del mal llamado “progresismo”, puede salvar a la humanidad y al planeta de la catástrofe inminente.

Privilegios para minorías

La izquierda como concepto está en crisis porque ya no responde a su razón de ser. Nada tiene que ver con la lucha contra la desigualdad, justo al contrario su obsesión es la exaltación de la diferencia y la reclamación del privilegio para las minorías. Tampoco ya es una ideología de clase. El sujeto revolucionario por excelencia del siglo XIX, la clase obrera europea de la revolución industrial, ha sido sustituido por las minorías supuestamente agraviadas.

La terminología usada para designar al sujeto revolucionario también ha cambiado. Ya no se habla de proletariado sino de subalternidad. No hay negros, sino racializados, no hay homosexuales y lesbianas sino sexualidades no normativas o géneros y sexualidades diversas. El progresismo posmoderno es neofeudal, pues los agraviados deben ser ahora privilegiados a través de la discriminación positiva. Vivimos bajo el imperio de una izquierda conceptualmente inane pero culturalmente hegemónica. Su discurso simplista casa muy bien con el sentimentalismo posmoderno y además es incapaz de ofrecer una alternativa al capitalismo.

Hubo un tiempo en que la izquierda era otra cosa. Se trataba de una ideología surgida de las cenizas del antiguo régimen cuando los diputados de la asamblea nacional francesa situados más a la izquierda del hemiciclo enfatizaban más la igualdad como condición necesaria de la libertad y la fraternidad. Ya fuera en un sentido más formal o más material la idea era la radical igualdad de todos los ciudadanos frente al poder, sin distinción alguna por origen o condición social.

La lucha contra el antiguo régimen incluía la idea de que la igualdad formal era una quimera si no iba acompañada de unas mínimas condiciones materiales que debían garantizarse al individuo por el mero hecho de serlo. Cuando el énfasis por unas mínimas condiciones económicas se convirtió en una exigencia de igualdad absoluta y un despotismo de una minoría ilustrada jacobina, la izquierda empezó a tonarse totalitaria e imitar a aquel antiguo régimen que decía combatir.

El marxismo cultural exacerbó esa sustitución de lo político por lo social hablando de la historia como algo predeterminado por un inexorable enfrentamiento entre clases sociales, que sólo podía culminar con la dictadura del proletariado. Este determinismo social, político y económico pronto resultó refutado. No sólo las condiciones de vida del proletariado mejoraron durante la llamada revolución industrial, sino que resultó claramente errónea la inversión del hegelianismo llevada a cabo por Marx y Engels: no eran las condiciones socio-económicas las que determinaban una determinada concepción del mundo sino a la inversa; es la concepción ideológica la que determina nuestra visión de la realidad.

Subvertir la conciencia burguesa

Esto lo comprendió Antonio Gramsci a la perfección, dedicando buena parte de su vida a teorizar sobre la mejor manera de subvertir la conciencia burguesa. Si la revolución no iba a llegar por sí sola, era menester que una vanguardia revolucionaria e ilustrada iluminase el camino a seguir para la consecución del socialismo. El leninismo y el maoísmo son claros ejemplos de esto último. Vanguardias revolucionarias que consiguen instalarse en el poder y establecer terribles dictaduras.

La familia sería la institución nuclear del supuesto régimen opresor capitalista, pues a través de ella se conforma una personalidad acomodaticia con el poder

Tras un cierto flirteo de las vanguardias intelectuales europeas con el leninismo y su consecuencia lógica, el estalinismo, y posteriormente con el maoísmo, la izquierda basculó hacia los postulados de la llamada Escuela de Frankurt. Se trataba fundamentalmente de interpretar como alienante la cultura de las sociedades capitalistas, donde el individuo se transforma un elemento más de la masa y donde sólo se destaca su dimensión de factor productivo y consumidor compulsivo. La familia sería la institución nuclear de ese supuesto régimen opresor capitalista, pues a través de ella se conforma una personalidad dócil y acomodaticia con el poder.

La crisis de legitimación del socialismo real en los denominados países del bloque del este culminó con el colapso definitivo de las dictaduras comunistas y con la generalización en el mundo occidental de las democracias liberales y representativas. Parecía imposible que nadie pudiera cuestionar la superioridad moral del pluralismo político, la representación política como único mecanismo para hacer efectiva la democracia o una cierta libertad de mercado.

Sin embargo la concepción populista de corte peronista y el denominado pensamiento impolítico llevan ya un cierto tiempo poniendo en cuestión categorías centrales del pensamiento político como pueden ser las de soberanía, representación, estado, ley o poder. Una buena parte de la nueva izquierda ataca estas concepciones liberales de la política, en la medida en que considera que dificultan sus propósitos.

La nueva izquierda trata de entender la política como un conflicto de  entre las élites y un pueblo que busca que sus demandas de cambio social, político y económico tengan traducción institucional. La izquierda impolítica y populista se presenta como una alternativa que permita resignificar esas categorías políticas, sustrayendo de las mismas los elementos oligárquicos que dificultan el acceso al poder del demos.

No entienden la democracia como forma de gobierno representativo, sino como expectativa de cambio acorde a los intereses de grupos de presión vinculados a la izquierda

Así la democracia deja de ser entendida como una forma de gobierno representativo, pluralista, sometida al imperio de la ley y con respaldo popular para transformarse en una expectativa de cambio acorde a los intereses de diferentes grupos de presión vinculados a la izquierda. La democracia para las feministas será aquella forma de gobierno que destruya el patriarcado, para los inmigrantes ilegales un gobierno que conceda papeles de residencia a todos o para los ecologistas un nuevo modelo productivo basado en el paradigma del decrecimiento económico.

Dos nuevas influencias

El pensamiento político de izquierdas suele descansar en planteamientos utópicos que una vez llevados a la práctica suelen originar un enorme desengaño en muchos de sus simpatizantes. Nadie mejor que George Orwell en su Rebelión en la Granja (Animal Farm) ha reflejado el desencanto del izquierdista frustrado por la perversión del ideal utópico. Para evitar caer en el desaliento la nueva izquierda se ha dotado de dos interesantes influencias conceptuales: la teología paulina y el psicoanálisis lacaniano.

Para evitar caer en el desaliento, la nueva izquierda se dotó de dos influencias conceptuales; la teología paulina y el psicoanálisis lacaniano

La izquierda propugnada por autores como Alain Badiou, Slavoj Zizek o Ernest  Bloch ha encontrado en la lectura de las epístolas de Pablo de Tarso un bálsamo con el que paliar los efectos desmoralizadores del  cada fracaso emancipador de la utopía izquierdista. La fe en el poder salvador del marxismo encuentra, paradójicamente, su último reclamo en el cristianismo.

Por otro lado se encuentra el psicoanálisis en la línea de Jacques Lacan, que afirma que todo proceso de identificación colectiva está abocado, en último término, al fracaso. Toda identidad simbólica ya sea individual o colectiva descansa en un espejismo. Las demandas individuales y colectivas jamás podrán ser satisfechas por un orden  político que resulta contingente e inestable. Por consiguiente, el comunismo, como cualquier orden político, puede fracasar sin que la ideología que lo sustente sea por si misma equivocada.

Foto por roya ann miller


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