En el capitalismo sucede una paradoja la mar de interesante que la hace la mar de esperanzadora. A la vez que incrementa como ningún otro sistema económico conocido la riqueza, va reduciendo la importancia que esta ocupa entre nuestras preocupaciones.

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Mientras más rica se hace una sociedad menos se ve seducida por la riqueza misma. Solo cuando la riqueza se hace suficientemente rica uno puede conocer lo que quedaba oculto tras de ella una vez que la miseria y el hambre ya no impiden desvelar su verdad extravagante.

Con la riqueza podemos hacernos con cosas cada vez menos importantes para nuestra vida y esto es posible gracias a un mundo donde la pobreza es cada vez menos pobre y los pobres lo son, a su vez, en menor número

Y es que preocuparse de cosas como la desigualdad sobre todo ahora que está de moda la literatura del 0,1 por ciento más rico, los superricos, la élite, etcétera es bastante absurdo cuando sabemos que la riqueza cuando se hace rica, y esto es particularmente así en los países donde se piensan estas fórmulas desordenadas de la desigualdad, es inútil, frágil y decepcionante a todas luces. Es inútil, porque con la riqueza podemos hacernos con cosas cada vez menos importantes para nuestra vida y esto es posible gracias a un mundo donde la pobreza es cada vez menos pobre y los pobres lo son, a su vez, en menor número.

Por ejemplo, algo tan importante como la vida ha dejado de estar ligado a la riqueza. La esperanza de vida al nacer se ha igualado independientemente de los niveles de ingresos entre países y el futuro de una persona ya no está sujeto a la cantidad de propiedades que atesora y sí a lo que es capaz de hacer con lo que tiene a la mano. Y esto, nadie podrá negar que es una facultad abierta a todos los públicos. A nadie se le niega la posibilidad de ser creativo por vivir entre alforjas.

Es frágil, porque en el capitalismo la riqueza no dura para siempre ya que está sometida a la férrea ley de la competencia. Puedes ser rico pero dejarás de serlo si esperas serlo para siempre. Uno hace muy mal si se abandona a la tranquilidad de la riqueza momentánea pues pone en riesgo su propio bienestar al estar este fuertemente sometido a una lucha incesante entre competidores que hace las delicias a la frenética movilidad social que experimentamos con el capitalismo. Los que mucho ganan con mucha rapidez pierden (que se lo digan a Lehman Brothers). Y por no perder lo ganado, muchos prefieren no ganar nada.

Finalmente es decepcionante, pues la riqueza no soluciona nuestros problemas tan solo trastorna la categoría de nuestras preocupaciones. En vista a esto no es de extrañar que vivamos en un mundo donde los problemas son menos problemáticos y, sorprendentemente, cada vez más preocupantes. O, en otras palabras, solemos preocuparnos con más ganas de cosas que son cada día menos preocupantes. Si esto fuera de otra manera y no como aquí decimos, la felicidad sería un activo reservado para unos pocos privilegiados mientras que el mundo sobreviviría sometido al vaivén de insufribles padecimientos. Moraleja: si anhelas una sociedad menos superficial y materialista, hazla cada día más capitalista.

Foto: Alexander Grey.


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Antonini de Jiménez
Soy Doctor en Economía, pero antes tuve que hacer una maestría en Political Economy en la London School of Economics (LSE) por invitación obligada de mi amado padre. Autodidacta, trotamundos empedernido. He dado clases en la Pannasastra University of Cambodia, Royal University of Laws and Economics, El Colegio de la Frontera Norte de México, o la Universidad Católica de Pereira donde actualmente ejerzo como docente-investigador. Escribo artículos científicos que nadie lee pero que las universidades se congratulan. Quiero conocer el mundo corroborando lo que leo con lo que experimento. Por eso he renunciado a todo lo que no sea aprender en mayúsculas. A veces juego al ajedrez, y siempre me acuesto después del ocaso y antes del alba.