El nacionalismo económico, y su corolario de política comercial, el proteccionismo, tienen una historia inveterada, aunque no brillante. Los primeros discursos nacionalistas vinculados a la economía emergen con el Estado-Nación. Es una época de tres siglos, del XVI al XVII ambos incluidos.

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El camino escolástico de estudio de la economía, como un aspecto más de la vida del hombre, había fenecido, salvo en España, donde tendrá un nuevo impulso. Y todavía no se había asentado la figura del intelectual burgués, no adherido funcionalmente a la Corona ni al Cetro. Montaigne, Adam Smith, Turgot… En ese terreno intermedio emerge el mercantilismo. Está encarnado por funcionarios y oportunistas de toda laya, que se adhieren al naciente Estado para ofrecer sus servicios de consejeros para contribuir al engrandecimiento del poder.

A quien protege el libre comercio no es a las élites globales, precisamente, sino a los consumidores

Los grandes temas del mercantilismo son el control de la balanza de pagos, la inflación, el fomento de la natalidad o el control de la población, y el fomento de la agricultura o la industria. Recomiendan todo tipo de políticas proteccionistas, cárteles, monopolios y manipulaciones de la moneda.

Pero aún no son capaces de articular un discurso coherente en torno a la nación. La nación como una realidad inmanente al pueblo, con una esencia que se mantiene a lo largo del pueblo, y que encabeza, como metáfora antropofórmica, el Estado. El encargado de hacerlo será Friedrich List. List, frente a la economía clásica que se basaba en las interrelaciones de las acciones individuales, quiso reconstruir la economía desde los Estados como agente económico. El sistema nacional de economía política, se llamaba su libro. List propone un proteccionismo, aunque sólo para las industrias nacientes. También abraza una política imperialista, eso que no falte. Y hace la primera descripción que yo conozco del lebensraum, aunque no utiliza ese nombre.

No es el único intelectual que acuña el nacionalismo económico en el XIX, pero sí el más importante. Marvin Suesse ha escrito un artículo en Vox titulado Por qué los proteccionistas a veces ganan: el poder narrativo del nacionalismo económico. En el artículo resume brevemente el contenido de su reciente libro, The Nationalist Dilemma: A Global History of Economic Nationalism, 1776–Present.

Comienza por poner el acento en el concepto “economía narrativa”, que habría acuñado Robert J. Shiller en su discurso como presidente de la American Economic Association, en 2017. Por cierto, una asociación que nació impregnada de germanísimo nacionalismo y socialismo hace casi 140 años. Shiller, nos informa Marvin Suesse, se refiere a la necesidad de que los economistas caigan en la tiranía del relato para hacer comprender a los políticos y al público en general, las intrincadas interrelaciones de los fenómenos económicos. Suerte con eso, Robert.

El caso es que Suesse se ha sentido inspirado por la idea y ha escrito un artículo entre la economía y la sociología en el que intenta comprender, y enseñarnos, cómo es posible que triunfe ante la opinión pública una idea tan poco atractiva como es el proteccionismo.

Aunque los economistas debaten sobre casi todo. Pero, aunque no hay un sólo asunto en el que haya unanimidad, hay unos pocos en los que el acuerdo es casi unánime. Uno de ellos es que el intercambio se lleva a cabo porque ambas partes lo ven beneficioso, que en general los intercambios contentan a ambas partes incluso después de haberlo realizado, y que estas ideas se pueden generalizar en los intercambios que se dan entre comunidades o Estados. Y que, por el contrario, las trabas al comercio, también al internacional, perjudican al conjunto.

El proteccionismo protege unos intereses muy específicos, que obtienen grandes beneficios a corto plazo de las restricciones, y perjudican a la inmensa mayoría, que pierden como consumidores. Una minoría, generalmente adinerada, conspira contra la mayoría, a la que empobrece, para enriquecerse aún más. ¿Quién puede triunfar ante la opinión pública con este punto de partida?

Este es el planteamiento que se hace Suesse. Pues, verdaderamente, ¿cómo es posible? Yo le realicé esta pregunta a Carlos Rodríguez Braun: ¿por qué a los defensores del mercado libre, de la economía que se genera autónomamente en la sociedad, les cuesta que prevalezca su opinión en un asunto tan fácil de hacer ver como la superioridad del libre comercio frente al proteccionismo? El profesor me dijo que más fácil que explicar las bondades del comercio es señalar al poder y a quienes se acercan a él para medrar. Y, en realidad, esta es la dificultad que tienen que superar los proteccionistas.

Marvin Suesse explica que los proteccionistas han seguido diversas estrategias. Una de ellas es la de convertir, falsamente, a los intereses particulares en intereses generales. Pone el ejemplo del gran activista del proteccionismo que fue Henry Clay. Clay unió el proteccionismo, que sólo beneficiaba a algunos productores del norte y perjudicaba claramente a los intereses del sur, a otras dos políticas públicas: el inflacionismo, con la creación de un Banco Nacional (sólo llegaría en 1913), y las “mejoras internas”; es decir, las inversiones en infraestructuras. Detrás de ese interés por las infraestructuras estaba la pujante industria del ferrocarril, como sabía un abogado del ferrocarril y discípulo de Henry Clay llamado Abraham Lincoln.

El caso es que si ese era el “sistema americano”, ¿no debía cualquier americano defenderlo? Suesse pone otros dos ejemplos. La unión arancelaria alemana de 1879 (zollverein) levantó las barreras internas, pero elevó las que había con el exterior. A aquéllo se le llamó “matrimonio entre el hierro y el centeno”. El otro es el ataque al “blobalismo”. El globalismo serían los intereses de unas élites foráneas, desconectadas del “pueblo americano”, cuando a quien protege el libre comercio no es a las élites, precisamente, sino a los consumidores.

El autor señala, a continuación, cómo varios políticos “populistas” hacen un verdadero ejercicio de nacionalismo, al identificar sus políticas que conspiran contra el pueblo con eventos o símbolos nacionales. “Cuando Morales nacionalizó los yacimientos de petróleo y gas del país en 2006, lo hizo explícitamente en memoria de los héroes caídos en la Guerra del Chaco de 1930, que habían luchado en parte por este suelo rico en petróleo”, por ejemplo.

Otros, identifican el proteccionismo con el crecimiento no de los sectores protegidos, a costa de los consumidores, sino de la economía en general. Es la idea de “lo que es bueno para la General Motors, es bueno para América”. Como si los americanos no comprasen coches, vaya. Aquí Suesse sí menciona a List, y pone como ejemplos el de Viktor Orban y el del Brexit. Este último caso es torticero, porque detrás del Brexit no había sólo, ni principalmente, un propósito proteccionista.

Los proteccionistas no han necesitado leer a Robert J. Shiller para forjar sus propios relatos económicos. Quizás los defensores del interés general deban hacer caso a Carlos Rodríguez Braun y señalar cómo el poder conspira contra casi todos por medio del proteccionismo.

Foto: Roth Melinda.

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