La censura en las redes sociales y en los medios de comunicación de masas que sólo acogen en su seno los dogmas de fe del globalismo social-demócrata obedece a múltiples causas. Por un lado está el hecho de que los medios no se han sabido a adaptar a los cambios tecnológicos acaecidos en las últimas décadas. Siguen presos de un modelo de negocio basado en la publicidad. Toda vez que esta se ha visto drásticamente restringida sus ingresos se han visto mermados y su dependencia respecto de la llamada publicidad institucional cada vez es mayor. De esto último se deriva una cada vez mayor merma de su independencia.

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Junto a este factor, nada desdeñable por cierto hay que apuntar otro no menos determinante: la arrogancia del propio periodismo. Desde el surgimiento de los periódicos en el siglo XVII estos han asumido la tarea de conformar, casi en régimen de monopolio, el estado de la opinión pública de ahí que los intelectuales si querían hacer llegar sus puntos de vista a la sociedad no tuvieran más remedio que publicar en los mismos. Este deseo de influir política y culturalmente de la prensa está en el origen del fenómeno de las llamadas líneas editoriales y también del nacimiento de la figura del articulista. Con la proliferación de nuevos medios de comunicación horizontal entre los lectores, motivado fundamentalmente por los cambios tecnológicos (wasap, internet…), los periódicos son cada vez más irrelevantes para conformar los estados de opinión. Este hecho ha motivado no poca desazón en las grandes cabeceras de la prensa mundial, cuyas gigantescas plantillas se ha visto incapaces no sólo de influir en hechos históricos como el Brexit o la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos sino ni tan siquiera ser capaz de prever los cambios sociales y políticos que estaban detrás de los mismos.

El lector medio de un digital espera que sus articulistas de cabecera confirmen todas y cada una de sus creencias. Más que articulistas se demandan justificadores epistémicos del sesgo cognitivo de los lectores. Este es un fenómeno inquietante y preocupante que conduce a un empobrecimiento generalizado y a una merma del espíritu crítico

La crisis económica y la ambición desmedida de los medios les han acabado por entregar en los brazos de los grandes poderes globalistas que controlan el mundo. Los medios, ante su incapacidad para influir, han decidido asumir la función de brazo secular de la inquisición laica globalista. En estos tiempos el articulista se está convirtiendo bien en una verdadera prostituta del poder en los casos más obscenos de sumisión al poder de turno, bien en una forma de intelectual orgánico degradado. Ante la zafiedad y la incultura rampante se espera del articulista que convierta sus escritos en una suerte de papilla ideológica para las masas, alguien que refuerce las convicciones y las creencias de sus lectores, no alguien que estimule su espíritu crítico. Así como Nietzsche acusaba al cristianismo de ser un mero platonismo para las masas indoctas, hoy se espera del articulista que obtenga el máximo rédito posible para su medio haciendo uso de las modernas técnicas del marketing digital.

El lector medio de un digital espera que sus articulistas de cabecera confirmen todas y cada una de sus creencias. Más que articulistas se demandan justificadores epistémicos del sesgo cognitivo de los lectores. Este es un fenómeno inquietante y preocupante que conduce a un empobrecimiento generalizado y a una merma del espíritu crítico. Las cosas han llegado a tal punto que los mejores articulistas hoy en día son aquellos que son los más cuestionados y odiados por los potenciales lectores de su medio. El articulismo se ha convertido en la manifestación más palmaria de la sociedad del espectáculo donde la polémica de corto alcance, la mayor boutade o el cumplimiento riguroso de las consignas del editor son las variables explicativas de buena parte de lo que se escribe en el 90 por ciento de los medios.

Toda esta perorata sustanciosa y banal (pues yo no voy a escaparme de mi propio juicio crítico) viene a colación de una pregunta que no paro de repetirme últimamente con harta frecuencia. ¿Tiene  algún sentido o valor escribir artículos hoy en día? Por supuesto no me estoy refiriendo al aspecto crematístico de la cuestión, los tiempos de las grandes remuneraciones de los Umbral, Ussía, Sostres, Emilio Romero y demás grandes popes del articulismo pasaron a mejor vida. Tampoco al que esto escribe este aspecto le ha motivado en demasía. Me refiero a qué sentido tiene en una sociedad de la información horizontalizada que alguien se arrogue el poder de pretender influir en los demás. Salvo que el articulismo se entienda a la manera de un ejercicio de periodismo de partido o que se trate de una actitud romántica propia de un flaneur, poco o nada aporta ya el articulismo. Cualquier programa de telebasura o personaje de farándula tiene más posibilidades de influencia que las plumas más exquisitas. Que no es interprete esta afirmación como una crítica ante esta circunstancia: es una mera constatación de un hecho, respecto de la cual cada lector es libre de forjarse su propia opinión.

En la controversia entre los juristas Carl Schmitt y Hans Kelsen acerca del papel que en las sociedades democráticas podían tener unos tribunales de extracción política como son los Tribunales Constitucionales, Schmitt plantea una interesante reflexión a partir del aforismo de Juvenal  “Quis custodiet ipsos custodes?” (¿Quién controla a los controladores?). Una reflexión semejante se puede hacer respecto al propio papel que tiene la prensa en cuanto a creadora de opinión. ¿Quién garantiza la independencia y la honestidad periodística?. En una sociedad abierta tal vez nadie. O mejor dicho, los propios lectores deberían ser quienes lo hicieran.

Uno de los grandes méritos de Disidentia ha consistido, según mi modesta opinión, en permitir que estos sean los verdaderos custodios, al garantizar con su apoyo la posibilidad de que exista un medio independiente de opinión, al margen de condicionamientos económicos y políticos. Esa independencia y esa apuesta por los contenidos rigurosos, por una forma de entender el artículo de opinión como una forma de pensamiento crítico es una de las causas de su éxito, junto con la gran calidad de los contenidos que ofrece. Creo que la principal contribución de Disidentia al mundo periodístico español radica en mostrar que es posible, pese a las enormes dificultades, ofrecer un modelo alternativo de hacer periodismo de opinión. Frente a esta tarea la cuestión de la relevancia o la influencia cobra una importancia secundaria. Lo importante de Disidentia no es lo cerca o lo lejos que este medio este del partido o del político preferido del lector, sino lo lejos o cerca que está de ese proyecto inicial de independencia.

En lo que a mí respecta, mis artículos han pretendido cumplir una tarea que seguramente excede con mucho mis finitas capacidades: hacer uso de una disciplina que se tiene por obtusa y alejada de la realidad, como es entendida vulgarmente la filosofía, para analizar críticamente la realidad. En algunos casos las analogías y los paralelismos, las citas y las glosas a los clásicos han sido más afortunadas que en otros. También he intentado, en la medida de lo posible, hacerlo de forma inteligible sin renunciar al rigor y a la fidelidad a una interpretación posible de un autor o corriente. Espero que esto al menos lo haya conseguido de alguna manera, aunque sea con notable imperfección. Es la única manera en que considero que mis aportaciones pueden tener algún valor añadido.

Foto: S O C I A L . C U T


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