Eric Voegelin, uno de los tratadistas de teoría política más señeros del siglo XX, elaboró una curiosa teoría sobre la política como nueva religión. Según esta visión de la llamada teología política, las modernas ideologías no eran sino formas de entender la religión secularizadas. Uno de los hallazgos más interesantes de Voegelin consistía en entender ciertas ideologías, por ejemplo, el marxismo, como una forma secularizada de gnosticismo.
Dicha forma de pensamiento floreció en los primeros siglos de nuestra era, como un movimiento espiritual de corte esencialmente aristocrático, que proponía una nueva soteriología, es decir una nueva forma de salvación, a través de un conocimiento esotérico (gnosis) que iluminara a los elegidos en las verdades ocultas sobre el problema del mal y del dolor en el mundo. Esta corriente de pensamiento aunaba en su seno elementos cristianos, neoplatónicos, zoroástricos y maniqueos.
Según el gnosticismo el cristianismo y las religiones paganas ofrecían una visión parcial, distorsionada e incompleta del problema de la salvación. La realidad auténtica, vedada para los no iniciados, ocultaba una concepción de Dios como un ser totalmente alejado de un mundo corrompido, donde el bien era, por lo tanto, imposible. Entre Dios y la materia, en la línea neoplatónica de la emanación de los seres, pululaban una serie de seres intermedios provistos de diferentes grados de perfección. En el hombre, que estaba situado en el último lugar ontológico de la creación, convivían dos principios antagónicos. Uno bueno, de corte espiritual y carácter más elevado. Otro malo, el cuerpo, que comparte con la materia el grado más ínfimo de perfección y que por lo tanto resultaba despreciable. Era necesario, según el gnosticismo, avanzar hacia un conocimiento más pleno de la realidad a fin de poder alcanzar la apocatástasis, es decir una reconciliación final con Dios, concebido como el primer principio de la realidad.
Para Eric Voegelin algunas de las intuiciones básicas del gnosticismo se repiten frecuentemente a través de la historia en multitud de movimientos políticos y sociales. Para el pensador de origen austriaco toda forma de gnosticismo, incluso aquellas secularizadas en formas de ideologías, exhiben un manifiesto desprecio por el mundo. Todos los males del mundo se explican en último término porque hay en él inscrita una marca de imperfección constitutiva. Sólo a través de un proceso histórico de autoconvencimiento e iluminación se podía revertir esta tendencia, pues en el hombre convenientemente iluminado podía permitir liberar al mundo y a la humanidad de esa falta constitutiva de carácter originario.
Basándonos en la genial intuición de Voegelin, podríamos afirmar que también el progresismo ha constituido una forma de pensamiento gnóstico. En una primera época se materializó en una ideología; la ilustración, que pretendía conferir al ser humano una mayoría de edad intelectual a través del conocimiento científico y técnico que lo liberase de la superstición y la heteronomía moral e intelectual.
Con la llegada del marxismo y del llamado socialismo real, el gnosticismo, como bien apunta Voegelin, asumió los ropajes del materialismo dialéctico que quiso ver en la utopía de la sociedad sin clases la salvación de la humanidad. El fundamentalismo liberal quiso también erigirse en una gnosis capaz de liberar al hombre de las constricciones de la naturaleza, a través de la creencia en la espontaneidad y la autoorganización de las sociedades verdaderamente libres. Autores como Ludwig von Mises o Murray Rothbard se creyeron, como gnósticos clásicos tipo Marción o Basílides, poseedores de un conocimiento contra intuitivo, atribuyendo a este carácter esotérico del verdadero liberalismo la razón última de la no aceptación masiva de las ideas más netamente liberales por parte de la sociedad.
Por último, la socialdemocracia creyó encontrar una especie de tercera vía entre el comunismo y el liberalismo. En un primer momento intentando una cohabitación contenida con un mercado bastante intervenido, y en fechas más recientes abogando por nuevas formas de organización de la economía como la llamada economía del bien común de Christian Felber o la economía verde de Jeremy Rifkin basadas en formas de crecimiento medioambientalmente sostenibles y que fueran capaces de superar el odiado capitalismo.
Por otro lado, ante el colapso sin paliativos del utopismo marxista-leninista, la izquierda anticapitalista tuvo que buscar nuevos nichos de mercado, en las nuevas luchas de clases sectoriales que proporcionaba el llamado marxismo cultural. En todas ellas encontramos ese desprecio hacia este mundo tan injusto y perverso en el que parece que vivimos, y una confianza ciega en que sólo una nueva iluminación, trasmitida por un selecto grupo de intelectuales, podría salvar a la humanidad y al planeta en que vivimos de esa imperfección originaria
Ejemplos de Gnosticismo los encontramos prácticamente en casi cualquier asunto que suscite el interés del llamado progresismo hoy en día. El feminismo se cree en posesión de un conocimiento oculto y que es capaz de iluminar todas y cada de las injusticias y sufrimientos de las mujeres a través de la historia. Según esta forma gnóstica de conocimiento, la clave de la opresión sobre la mujer radicaría en el carácter no natural sino cultural del género.
Para el ecologismo, también de raíz gnóstica, aunque no lo sepamos estamos ante las puertas de un inminente colapso del modo de producción capitalista y una desaparición de nuestro planeta.
Escuchando a profetas del posmodernismo gnóstico como la congresista norteamericana Alexandria Ocasio-Cortez uno no puede dejar de retrotraerse al imaginario gnóstico, poblado de eones, que para el gnosticismo eran seres dotados de una especial inteligencia y en conexión íntima con la divinidad, que nos alertan sobre los peligros de continuar dando la espalda al mensaje salvador del progresismo gnóstico que encarnan figuras como la mencionada congresista americana en su carrera contra reloj por salvar al mundo del feroz trumpismo.
También vemos resabios de ese gnosticismo progre en la divinización de la cultura como instrumento de salvación para las masas indoctas. Como muy bien apunta Gustavo Bueno en su obra El mito de la cultura, desde la ilustración la cultura asume el rol que la gracia tenía atribuido en el pensamiento teológico. Al igual que según la teología agustiniana el hombre está, como consecuencia del pecado original, inclinado al pecado, y necesita de la gracia divina para obtener la salvación, en el pensamiento ilustrado, la cultura asume el rol de la gracia. Gracias a la mediación del saber, el hombre alcanza su verdadera salvación de las tinieblas de la ignorancia.
Este culto al poder salvador de la cultura, nos ha llevado a que en estos tiempos posmodernos en que estamos inmersos, el político de turno, como si se tratara de uno de esos eones gnósticos a los que nos referíamos antes, nos otorga su “gracia” salvadora cada vez que financia una actividad supuestamente cultural, aunque tal actividad en no pocas ocasiones no sea más que un pesebre camuflado o sencillamente un instrumento de adoctrinamiento para las masas
De esta manera, el político de turno nos intenta ilustrar mediante exposiciones, certámenes literarios amañados, publicaciones o planes educativos sobre aquellos elementos de la cultura que debemos conocer en aras de alcanzar la verdadera gnosis y, por ende, la salvación de ese espíritu corrompido por un mundo postmachista, ecológicamente degradado y tremendamente insolidario. El que cuestiona los axiomas socialdemócratas se arriesga a ser catalogado como un impío, o peor: un bárbaro que desconoce logros civilizatorios de primer orden.
Desafortunadamente, incluso aquellos partidos, teóricamente alejados de los cánones del progresismo al uso, han acabado sucumbiendo a los cantos de sirena de los nuevos “eones” del progresismo y pretenden también de nuestra profunda incultura. Sólo así se pueden explicar derivas hacia al esteticismo más nihilista y franfurtiano de las otrora ferias prestigiosas como Arco, hoy convertida en una exhibición de despropósitos artísticos, o la financiación pública de supuestos proyectos culturales que sólo buscan cuestionar las creencias de una parte de la población, pero jamás los axiomas del gnosticismo progre.
Foto: Rodrigo De Mendoza