Vladimir Putin, él y sólo él, ha iniciado una guerra contra el régimen ucraniano. ¿Cuáles son sus objetivos? No los tendremos claros hasta que no haya tomado el control del país, y tome las medidas que ya ha meditado y decidido años, quizás décadas atrás. Ha dado un puñetazo sobre el tablero del mundo. ¿Qué consecuencias tendrá?

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No sabemos si llegará ese control de Ucrania. Por el momento, el pueblo ucraniado acompaña a su gobierno, y se resiste a que su voz sea substituida por la del Kremlin. Porque, tenga la forma que tenga al final, ese es uno de sus objetivos mediatos, y el principal de todos ellos: instalar un gobierno títere en Kiev.

Si Rusia se hunde lo suficiente (tiene un PIB del tamaño de Italia, no lo olvidemos), China puede optar por ampliar su influencia también sobre Rusia y lo que debían ser sus zonas de influencia en ese lado del globo

¿De verdad es eso lo que busca Putin? Parece claro. Ya lo tiene en Bielorrusia, y le va bien. Varios analistas apuntan en el mismo sentido. Pero es más complicado de lo que parece. En primer lugar porque otro de los objetivos que se plantea, según parece, es trocear Ucrania, quedarse con el Dombass como se quedó con la península de Crimea, y hacer lo propio con otras zonas del país, bien por irredentismo, bien por cuestiones estratégicas: no permitirá que Odesa y su puerto queden en unas manos que no sean las suyas. Si Rusia se anexiona, bien directamente, bien creando una república títere, la parte más rusófona de Ucrania, la labor del otro títere en la parte más occidental y más refractaria a los dictados de Moscú no va a ser fácil. La revolución naranja y el maidán se pueden quedar cortas, llegado el momento.

Por otro lado, la pretensión de colocar un gobierno formalmente ucraniano recuerda mucho a la política de la URSS. Aunque lo que mueve a Vladimir Putin no es el comunismo, su concepción del poder imperial sí es una copia del modelo creado por el régimen soviético. De modo que, en realidad, Ucrania es un objetivo inmediato, pero el mediato comprende a todos los países bañados por el Báltico, excepción hecha de los miembros de la OTAN. Incluyendo a aquéllos que, como Suecia o Finlandia, no formaron parte de la URSS. Especialmente Finlandia, que resistió heróicamente el intento de anexión por parte de Stalin.

Como Putin no da por bueno el reparto de las fronteras, y considera que los países del Báltico, más Moldavia, Ucrania, Bielorrusia, y luego Georgia, Armenia y Azerbaiyán le pertenecen. O pertenecen al sujeto histórico-Rusia, que él está restituyendo en (casi) todo su esplendor. Considera que tiene derecho a medrar en esos Estados. Para ello recurre a la diplomacia; pero sabemos, o al menos él sabe, que la diplomacia ocupa un gradiente que va desde las conversaciones informales a bajo nivel al botón nuclear. Y Putin, el diplomático, también considera que tiene derecho a impedir que esos otros Estados adopten medidas eficaces contra el expansionismo ruso, por ejemplo integrándose en la OTAN.

Repasemos, entonces, los objetivos: los últimos comprenden el control de todo el territorio controlado por la URSS, aunque sabe que ya no puede contar con los miembros de la OTAN, a lo que hay que sumar los países bálticos, Finlandia en primer lugar, más los que se sitúan entre el Mar Negro y el Caspio, y le separan de Turquía. Los objetivos inmediatos son sobre todo dos: el irredentismo en Osetia del Sur y en el este de Ucrania, ahora que Crimea es ya suyo, y el control de los gobiernos en el resto del territorio, sobre todo para evitar que el avance de la Unión Europea y, sobre todo, de la OTAN, le reste capacidad de maniobra en la recreación de la gran Rusia. Una Rusia que ocupa el centro del mundo, y desde la que va a reconstruir nada menos que la civilización occidental.

Son los objetivos de un loco, pero no de un tonto. Este paso, que ha meditado durante lustros, se ha dado midiendo las fuerzas propias y las ajenas. Y hay un elemento fundamental, que no viene en los recuentos de armamentos de cada país. Putin ve a Occidente como una civilización descreída, y que ha abandonado los valores que le hicieron próspera y fuerte. No le voy a negar gran parte de razón. Y considera que Rusia mantiene incólumes esos valores (aquí se equivoca), y que tiene al líder adecuado, ¡él mismo!, para defenderlos. Parte del decaimiento moral de Occidente está en la proscripción de la guerra, en alguna medida porque es un mundo que ha dejado de creer en las naciones como realidades sustantivas, y como motores de la historia, y en otra por la incesante labor de descreimiento, cuando no de destrucción, de las virtudes occidentales.

Quiere decir todo ello que la entrada en Ucrania de las tropas rusas es una sola jugada en el Risk; un paso dentro de un conjunto de planes muy ambiciosos. Y ello nos obliga a pensar en cuáles serán las consecuencias previsibles en el terreno de lo que llamamos geopolítica.

A corto plazo, Occidente opta por una intervención rápida, pero muy limitada. Corta las relaciones económicas con Rusia, para daño también propio, con el objetivo de aislar al país, contribuir a su hundimiento económico y social, y no manchar sus manos de sangre ucraniana, con la financiación de su sometimiento a la maquinaria militar rusa.

El petróleo ruso ha dejado de venderse, porque los compradores habituales lo rechazan. No quieren financiar la invasión a Ucrania. Y esto ocurre a pesar de que el precio del barril ruso se ha desplomado. De modo que la demanda latente ha mirado a otros productores. Pero éstos, según ha resuelto recientemente la OPEP, no aumentan la producción. Esto ha beneficiado a un aliado estratégico de Rusia, el narcoestado venezolano, que cubrirá el hueco creado por el mineral negro de Rusia.

Europa quiere reducir la dependencia petrolífera de Rusia a un tercio. Esto le obliga a buscar a otros proveedores, pero también a replantearse su política energética. La energía nuclear fue indultada poco antes de la guerra de Rusia contra Ucrania. Ahora, la lucha contra el calentamiento global causado por los gases de efecto invernadero ha pasado a un segundo plano para la Unión Europea, según señala Goldman Sachs. A medio y largo plazo, podemos esperar un mapa de Europa que recoge viejas centrales nucleares, y suma muchas otras nuevas, quizás con la excepción de España entre los países importantes.

Rusia tiene en China, y la India, clientes ávidos de oro negro. Seguramente se estrecharán los lazos entre el espacio euroasiático y esos dos gigantes, como si la nueva capital de Rusia fuera a ser Vladivostok. China y la India proveerán a Rusia de un elemento cuya carencia puede paralizar la economía rusa: tecnología. Pero si Rusia se hunde lo suficiente (tiene un PIB del tamaño de Italia, no lo olvidemos), China puede optar por ampliar su influencia también sobre Rusia y lo que debían ser sus zonas de influencia en ese lado del globo.

Por otro lado, Occidente ha encontrado una utilidad a la OTAN, institución que estaba en entredicho. No ha resuelto, ni con Rusia ni con China en Taiwán, el dilema de ampliar el área de la OTAN y dar pie a una escalada militar sobre los ecos de Hiroshima y Nagasaki, o quedarse en las sanciones económicas y dar pábulo a nuevos expansionismos de estas dos dictaduras. Es muy probable que este año, o el siguiente a más tardar, Taiwán sea “un país, dos sistemas” durante unas horas.

Es probable que veamos una lenta implosión del gigante ruso. La diplomacia de la guerra hay que financiarla, y un largo período de aislamiento de Rusia, aunque nos empobrecerá a todos, será la única medida que contribuya a la paz y no suponga un segundo paso en una escalada de fin incierto. China tiene que decidir si rescata a sus vecinos, o se suma a su aislamiento con el ánimo de un Carpanta que hace a fuego lento un jabalí en el horno. Esa implosión a fuego lento es peligrosa; no se produciría sin agitaciones políticas y (justificadas) admoniciones contra Occidente.

Pero ¿y nosotros? Alemania ha marcado el camino: aumentará su gasto militar hasta el dos por ciento del PIB (España apenas supera el uno por ciento), y deshace el camino de la desnuclearización.

Foto: Le Vu.


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